Voy por la calle, apurando las últimas horas de mis semivacaciones. Tengo que mirar al mar, no meterme. No. Hoy no quiero meterme, hoy quiero mirarlo. Perder la vista en el infinito. Disfrutar del aire y del sol.
Y falta me hace, porque mañana, aunque no llevaré la mordaza, ver a mis compañeros amordazados me producirá un fuerte impacto emocional. Entonces será como una especie de descenso a los infiernos.
Pero sigo observando: gente que lleva gafas, se baja la mordaza o se la quita. Sí, hay gente que con precisión milimétrica, consigue ajustarse las gafas y la mordaza. Y sí, tiene mérito, manos muy hábiles, pero... ¡qué vida es ésta! Están adquiriendo respiradores para el coronavirus. Bueno: para el coronavirus y para los problemas respiratorios inexorablemente asociados a la mordaza. Es decir: en parte compran respiradores para contrarrestar los antirrespiradores, también llamados tapabocas.
Pero aquí el problema, no es sólo que vivamos en una democracia de ficción, sino que vivimos en las ficciones de la democracia. La principal de ellas, el concepto relativamente inexistente de "pueblo".
El pueblo, gran poder y gigante dormido, como Argos, es algo inexistente para los individuos de clase media: yo no me puedo dirigir al pueblo, tampoco al gran poder. No tengo acceso a él. Tengo acceso a entidades intermedias, que sí pueden dirigirse al gran poder, como aquellas de las que hablaba la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento.
VI
Las entidades naturales de la vida social: familia, municipio y sindicato, son estructuras básicas de la comunidad nacional. Las instituciones y corporaciones de otro carácter que satisfagan exigencias sociales de interés general deberán ser amparadas para que puedan participar eficazmente en el perfeccionamiento de los fines de la comunidad nacional.
Más bien, las entidades de otro carácter, son las que realmente vertebran a la sociedad: la familia quizá sea una entidad demasiado pequeña para tener siquiera un pequeño poder, aunque por supuesto es fundamental. El sindicato, tal vez el microsindicato, podría tener un poco más de pequeño poder, pero tiene un cometido excesivamente limitado. El municipio nuevamente, es un poder excesivamente grande, al cual el individuo tiene difícilmente acceso. Pero sí que hay otras entidades, que sí tendrían el suficiente pequeño poder, para servir de contrapeso a un gran poder: por ejemplo una escuela. Si una escuela se planta con el tema del tapabocas, ya es muy difícil meterle mano, especialmente si todos o la inmensa mayoría asume solidariamente lo de no ponerse tapabocas y no autolastimar su cuerpo. Por ejemplo, 30 comerciantes de una calle, que se ponen de acuerdo para plantarse: eso es un pequeño poder que puede hacer frente al gran poder. El gran poder tiene menos poder, si los pequeños poderes de la sociedad se plantan. Un cura, por ejemplo no puede hacer nada, pero si todos los curas de la isla de Ibiza se ponen de acuerdo en hacer las misas sin tapabocas, eso ya es un pequeño poder al que el gran poder difícilmente puede meterle mano.
El pueblo se vertebra a través del pequeño poder: si no se reactiva el pequeño poder, el gran poder seguirá oprimiendo a todos los individuos. Y la gente acabará de los políticos hasta las narices. Más que nada porque es hasta sus propias narices donde llega su poder despótico. ¡Demasiado!
Entonces hay que mover al pequeño poder, para que esta sociedad irrespirable toque a su fin. Porque de otro modo, la propia vida cotidiana será enteramente inviable. Es el pequeño poder el que a través de la desobediencia civil puede contrapesar los abusos del gran poder.