Y enlazando con la respuesta de simple22, que de hecho comparto en parte… Estudiar Derecho no tiene porqué convertirte en mejor persona, pero desde luego, como dirían dos buenos amigos míos “te ayuda a estructurar el pensamiento abstracto”. Y la idea de palangana es un “pensamiento abstracto sin estructurar” propio de alguien que no conoce el Derecho ni tiene conocimientos suficientes para fundamentar una opinión que incumbe al Derecho. Y ya ni hablar de investigar un poquito para alcanzar fundamentos que se acerquen a la verdad y a la justicia.
Lástima de aquel a quien estudiar Derecho siete años de su vida, de media, no le sirva de nada. Yo debo ser una afortunada porque, no sé si seré mejor o peor persona, pero al menos, hoy, no se me ocurriría soltar alguna que otra burrada que hubiese dejado caer sin ningún reparo hace cuatro años.
Pero es que yo sigo sin entender esta concepción elitista que se tiene hacia el jurista. Y yo soy de los que menos lo entiende, porque yo como licenciado que soy, no me las doy de nada. (Salvo esto último que he dicho y si alguien me hace una crítica sobre esto último, lo entenderé).
Ser licenciado para mí, es... no sé, como saber conducir. Una habilidad más, que en un momento dado, puede estar bien, que te puede ayudar en un momento dado, etc. pero nada más. No es nada trascendental del otro mundo, porque las leyes no lo son, porque los catedráticos tampoco lo son, porque los jueces se salen con cada cosa... porque los legisladores hacen cada barbaridad.
Entre los juristas actuales, no hay un Cicerón, que cuando lo vea hablar por la tele, llore de emoción, me levantes del sillón, lo aplauda a rabiar y me ponga a decir... ¡¡OLÉEEE!! Entre los catedráticos de Derecho, nadie he leído con la brillantez de un Sófocles o la profundidad de un Salomón. La asociación Francisco de Vitoria es un fraude, y no hay nadie del que pueda decir de esa asociación: ¡Qué sentido de la Justicia, como mide las cosas, etc.! Desengáñate, no hay nada de todo esto. Un Cerezo, un Gimbernat, un Lasarte e incluso un Albaladejo, no tienen ese plus de trascendencia metajurídica que pueda llevarme a convertir en discípulos de su pensamiento. Su pensamiento no hace escuela. En serio: los manuales de Derecho en nada me han conmovido, ni para bien, ni para mal.
Entonces, yo por ejemplo, he salido pues eso: un aficionado, que conoce tres o cuatro leyes un poco mejor, que tiene algunas cosas apuntadas, guardadas, que cuando hay un tema jurídico sabe donde buscar, lo busca, lo encuentra, lo aprende tres días y luego, generalmente, lo olvida. O eso cree un servidor. Nada de grandes principios, nada de frases elocuentes, nada de una gran verdad: unas pocas verdades sencillas: las mías sobre el Derecho son éstas:
1. Demasiadas leyes administrativas y mercantiles.
2. Este exceso de legislación, lo que esconde es que no hay ley, en el sentido de que antes, personas de gran cultura, sin necesidad de ser juristas, tenían una certeza razonable de lo que decía la ley. Ahora hablo con ellos y se pierden completamente.
3. La Constitución carece de toda credibilidad sólo por el sistema de designación del Constitucional, aparte de que está para no cumplirla, excepto en que los Diputados se sienten en el sillón, cobren, etc.
4. El Código Penal queda absolutamente deformado por la reinserción y cosas como la Ley del Menor.
5. El Código Civil queda absolutamente deformado por cosas como el matrimonio homosexual y la legislación foral.
6. La concurrencia de varios poderes legislativos taifeños con el nacional, hace que no exista la menor seguridad jurídica en materias civil, administrativa, urbanística, municipal, etc. Eso pasa por ejemplo en Baleares con el Régimen Local: varias leyes concurrentes, seguridad jurídica cero.
7. Y luego aparte esos grandes casos que todos conocemos de Manglano, Felipe González, Filesa, el 11-M, Rumasa, los Albertos, etc.
Todo esto se resume en un gran proverbio de Salomón, que dice así:
Seis cosas detesta Yahvé
y siete aborrece con toda el alma:
ojos altaneros, lengua mentirosa,
manos manchadas de sangre inocente,
corazón que trama planes perversos,
pies ligeros para correr hacia el mal,
testigo falso que levanta calumnias,
y el que siembra discordias entre hermanos.
Y sobre todas estas enfermedades de la Ley, los catedráticos pasan de puntillas.
Comprende pues, la nula influencia que han ejercido en mí los profesores de Derecho y los juristas actuales, en general.