Es muy sencillo, y muy propio de nuestro país en estos tiempos, pontificar sobre lo que es moralmente aceptable y lo que no lo es. Tal vez porque tuve una crianza no ajena al ámbito rural, mi sensibilidad hacia los animales es distinta a la de muchos otros. Ni mayor, ni menor, distinta. El toro bravo, ya lo sabréis, vive libre hasta el día de su muerte. Porque si no fuera libre, tampoco sería bravo. No lo digo como argumento, sino como un elemento que contribuye a que me gusten los toros. A que sea algo atractivo para mí.
Tal vez parezca un bárbaro insensible, pero es así. Me gustan las corridas de toros, la lidia, la estética y el significado que cada cual aporta al participar en algo que es trascendente por fuerza, porque hay muerte y violencia. Y como todo espectáculo donde la violencia es, más que contenida, ordenada, resulta fascinante al intelecto y la sensibilidad de algunos... como yo.
Y hablando de toros querría dejaros un hermoso soneto de Miguel Hernández. Saludos.
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.