Comenzó como algo mediocre. Salí a las 6 de la tarde, pensaba ir a por algo, volver y tener una cobertura legal, pero la vida me dio otra vuelta. Me encontré con un mendigo amigo, al que ya no veré en mucho tiempo. (Encontró trabajo en Palma de Mallorca). Me quedé su teléfono. Le había dado de comer varias veces y ésta iba a ser la última. Había un policía mirándome con suspicacia desde el coche, pues estaba hablando con el mendigo, pero cuando vio que iba a sacar dinero para que pudiera comer, se dio media vuelta. Le comentaba: “¡qué demencial es todo esto!” “Sí, bastante.” Contestó él. Entonces le dije: “¡fíjate! ¡Cuánta privación de libertad! ¡Con Franco había mucha más libertad real!” “Pues sí, (decía el mendigo) tú lo has dicho muy bien, has dado con la expresión justa: “libertad real.” “Fíjate (dije yo) Franco erradicó el hambre y el analfabetismo y ahora el hambre está volviendo de la mano del nuevo Anticristo.” Nos despedimos, nos dimos un abrazo, esto está prohibido por el nuevo Anticristo mundial, pero ¡qué menos! Y me acordé de mi madre, que me decía: “¡Mira los vascos lo felices que cantaban con Franco y el miedo que hay ahora con la ETA y sus cachorros.” Y de lo sublime, pasé de nuevo a lo mediocre. ¡Qué remedio! Fui a la librería. ¡No había mucho! Nada de Pío Moa, obviamente. Pero un libro me llamó la atención, uno de un tal Eslava Galán, muy idolatrado exponente de lo que llaman la tercera España. Recuerdo que mi madre, que en paz descanse decía: “sí, sí, la España tercera, la que no se entera.” Bueno, pues el tío insiste erre que erre, en que Franco pretendía entrar en la Guerra Mundial, pero que Hitler no le dejó. Y ese es un tópico de la “España tercera, que no se entera”, que está archirrefutado. Y que si hubiera un debate libre, el tipo, como poco, no vendería ningún libro y sería objeto de burla y de escarnio más que merecidos. ¿Dónde vas con esa cosa?
De pronto miré una farmacia y pensé entrar a por algo, para procurarme una coartada al quebrantamiento, pero desistí. Y pensé: “¡Dios mío! Murió mi madre y llegó el Anticristo.” Y vi que la Catedral, la casa de Dios estaba cerca. Pensé que no me atrevería a subir, de pronto vi una puerta que daba acceso a una cuesta muy empinada. ¡Perfecto escondite! Pensé yo. Un túnel oscuro para llegar a la luz de Dios. ¡Ostras! Mira que si se cierra y no puedo salir. ¡Pero es absurdo! ¡Podré salir por el otro sitio! El túnel parecía no conducir a ningún lado, parecía una subida a ninguna parte. Y encontré otro pasadizo y lo subí de nuevo. Y me planté en el Ayuntamiento, la casa del Anticristo, pero al lado, un poco más arriba, estaba la casa de Dios. Miré al mar. Una vista espléndida. Horrorosamente espléndida. Es una cárcel, no se puede escapar. No voy a ir nadando. Un barco de Balearia estaba aparcado en el muelle. Todo parecía muerto. Pero de pronto el vuelo de las gaviotas, el mar, el planeta, el Universo, toda la humanidad, la flora, la fauna, Dios en su trono, parecían decirme al unísono: “míranos, mira tu planeta, mira las criaturas de Dios, mira a la humanidad, que también es una especie divina. Somos bellos, somos frágiles, somos divinos. En España quieren matar el virus con insecticida, en Japón arrancan las flores por centenares de miles, para que la humanidad no pueda contemplar la belleza. El Anticristo está matando la belleza, el planeta, a tu propia especie, mata la fiesta, la alegría de las gentes. Por favor, en nombre de todo cuanto es bello, rebélate.” Y por fin, llegando a la Catedral, recé por todo cuanto es bello y quiere matar el Anticristo. Al bajar di limosna a otro mendigo.
Y volví a lo mediocre: aplausos del populacho y el “resistiré.” ¡Qué mal gusto! Promesas vacías, vana palabrería expresando una promesa tan mediocre como incierta. Y otra vez volvió lo sublime. De pronto, a punto ya de volver a casa, como Ulises en la Odisea, escuché los cantos de sirena. Pero no eran de la Policía, ¡menos mal! Era una ambulancia. Bajé a la playa, donde el tráfico rodado no llegaba y la Policia tenía más difícil acceso. Llegué al portal. El corazón latía a mil por hora, mi cuenta corriente apenas llegaba a los dos dígitos. Respiré, cené, pero hubo un apagón, se me borró el documento y lamentablemente, no pude publicar esta carta.