El Estado está hoy pendiente de la declaración de Puigdemónt, de si declarara o no la independencia de Cataluña.
Yo empiezo a verlo cada vez más claro, tras los miedos lógicos de los últimos días ante la amenaza y el órdago de los kamicaces independentistas que hicieron al Gobierno central caer en la trampa, la realidad me ha abierto del todo los ojos. La causa independentista es más falsa que un billete de tres dólares. No se la creen ni ellos.
Y esto me quema luego a luego más que si la cosa fuera en serio. Y eso que no soy uno de los abducidos por la maquinaria nacionalista catalana. No me quiero ni imaginar el cabreo que les va a entrar a los que sí lo sean, si es que despiertan de su letargo porque hay algunos que ni con un jarro de agua helada en toda la jeta.
Hasta el sinvergüenza de Arturo Mas declaró recientemente que Cataluña no está preparada para ser un estado independiente. Las empresas y bancos más importantes se están fugando en masa de Cataluña y las que aún permanecen se la están pegando en bolsa. La sociedad española está aplicando su particular 155 en forma de boicot a los productos catalanes. Se ha estrangulado al independentismo. Esa Arcadia prometida ya no es el paraíso que aseguraron a los abducidos, ya no cuela, han perdido su tapadera y ya sólo los descerebrados antisistema siguen convencidos de que la independencia les aportaría una vida mejor.
Puigdemónt jugará con las palabras, intentará que todo este proceso miserable que tanto daño está haciendo a todo el país se siga dilatando en el tiempo. No será tan tonto de condenarse a sí mismo a quince o más años de prisión. Pero, sinceramente, con la que ha liado este golpista, qué menos que pase alguna que otra noche en el trullo, que sea inhabilitado de por vida y que lo pague muy muy caro con su patrimonio personal. De lo contrario, nuestro Estado de Derecho habrá sido violado por esta gentuza impunemente y eso no lo podemos consentir.