Parece que la cosa de momento se ha estabilizado. No voy a hablar de políticos, ni de medios de comunicación. Aquí voy a hablar de la sociedad, de lo que hacemos en el día a día. Y ni siquiera de la sociedad, sino de la microsociedad. O sea del “pueblo”, lo pongo entre comillas, porque para mí el “pueblo” es distinto del Pueblo. El “pueblo” con comillas, es la sociedad accesible, no la inaccesible, que eso sería el demos, de la democracia. No: mi sociedad accesible es Ibiza, mis amigos, cuatro o cinco con los que hablo en Internet, mi familia y no mucho más. Y francamente: ¿para qué más?
No estaban preparados para esto. En líneas generales no estaban preparados para esto. Es normal y tiene toda justificación, pero sí espero que estén preparados para la próxima. Que se enteren. Porque vendrán más oleadas distópicas. No sé cómo, ni de qué magnitud, ni la singularidad que tendrá, pero habrá más de este tipo. Recuerdo los primeros días de la crisis: no soportaba tanta superstición, me ponía enfermo de tanta majadería. Hoy aún me ofende lo de la mascarilla. Es que es el colmo. Pero ya estoy más tranquilo: no te dejan entrar en los sitios, hay mucha gente que lleva eso por la calle, es monstruoso, da pena, da asco, da repulsión, pero también compasión, amor, comprensión, empatía. ¿Qué prevalece? Pues depende del momento, como todo. En otros sitios la gente anda crispada con esto: “cabrón y ¿por qué tú no te la pones y yo sí?” “Imbécil, a ver si te crees que soy un perro.” “¿Qué pasa es que nos quieres matar a todos contagiándonos?” “¡Tío! Tú estás mal de la cabeza. ¿Cómo vamos a respirar con esta poquería y con 35 o 40 grados.” Diálogos de este tipo, aquí no los he visto. No murmuran los que llevan tapabocas, porque el otro no lo lleva. Tampoco a la inversa. Es verdad: de los que lo llevan, hay quienes lo llevan lo mínimo posible, para la interacción social en las compras y hay quienes lo llevan lo máximo posible, hasta que finalmente no pueden más.
Pero esto que es presente, pronto será pasado. En esta ficción del tiempo, cada momento se pierde más rápido que el anterior. Y así, de manera acelerada, hasta que de nosotros, de nuestro yo físico, no quede más que polvo y cenizas y no seamos más que energía y esencia, espíritu. Y llegaremos a todos los lugares y a ninguno, porque estaremos aquí, allá y en todas partes y en ningún lugar. Y viviremos de otra manera, y no habrá un mañana, un ayer y un ahora, y estaremos hoy, ayer y mañana, siempre y nunca. Y así hasta que un día regresaremos al teatro de lo que llamamos vida.
Pero mientras esto llega, cuando se queme la última mascarilla: nada habrá sido en balde, todo habrá tenido un sentido profundo, un por qué y un para qué. Ahora bien: la gente, ¿será tan impresionable como lo ha sido en esta crisis? ¿Sabrá defenderse de la próxima con más orden, con más entereza, etc.? ¿Vivirá en el miedo de qué pasará o en la esperanza de qué hacer? No lo sabemos. Lo que sí está claro es que queda mucho por hacer, mucha esperanza que sembrar, mucho pánico que calmar, mucha superstición que remover. Y cómo vivamos, cuál será nuestra situación, dependerá cada vez menos de las maquinaciones de políticos, trampas de las farmacéuticas, triquiñuelas de los bancos, de lo bien o mal que se lleven Ciudadanos y PP, VOX y PNV, etc. Y más de lo que hagamos cada uno de nosotros, de la esperanza que sembremos, de nuestra capacidad para crear, para reír, para emocionarnos, para consolarnos y ser consolados, para darnos ánimo, para elevarnos, para soportar el dolor y el placer, la tranquilidad, el sufrimiento, la ira, la templanza, etc. De las pequeñas cosas que, para bien y para mal van haciendo día a día la vida de cada uno de nosotros.