El cruce de la avenida de Lexington con la calle 48 ha visto estos días un trajín de limusinas, en el que, de producirse un choque, habría sido por fuerza entre personalidades como George W. Bush, Tony Blair, Ariel Sharon, Vladímir Putin, Pervez Musharraf o el propio José Luis Rodríguez Zapatero. Un ejército de policías y agentes federales armados custodian la encrucijada hotelera, que tiene su hora punta hacia las siete, cuando los líderes se van a cenar o de cóctel.
Y ése es también el punto, en el hotel Waldorf Astoria, el mismo en el que Bush recibió a los 170 líderes mundiales participantes en la cumbre, elegido por José María Aznar para pronunciar una conferencia. Explicó que la decisión de trasladar de Washington a Nueva York su lección magistral de la Universidad de Georgetown se había tomado en abril, pensando en el 4º aniversario del 11-S. Pero es sabido que por esas fechas se celebra cada año la semana de la ONU. Resultó que el mismo día Zapatero exponía su visión de la lucha antiterrorista, antitética a la de Aznar, en un think tank neoyorquino.
Ninguno de los líderes presentes en la cumbre o en la Iniciativa Global de Clinton acudió a oír al ex presidente del Gobierno español, que atrajo a un centenar de personas dispuestas a pagar 75 dólares (60 €) por la charla y un cóctel. Se ve que la erótica del poder guía las tarifas, porque la conferencia-almuerzo de Zapatero se cotizó a 3.000 dólares el cubierto.
Entre el público del Waldorf, el hijo del conferenciante, que trabaja en la ciudad de los rascacielos, señoras de la colonia española con sus retoños, profesores de Georgetown y alumnos. Asistió el embajador Javier Rupérez, militante del PP y actual presidente del Comité Antiterrorista de la ONU, pero no el presidente del FMI y ex ministro de Economía, Rodrigo Rato.
Aznar leyó con dificultad en inglés su intervención, saltando de América Latina, que era el tema central de la conferencia, al terrorismo. La intervención de exiliados cubanos añadió surrealismo al acto, porque preguntaban en inglés, y el ex presidente, que se había mostrado orgulloso de la pujanza del español en el mundo, les respondió como pudo. Aznar conjugó verbos improbables, cultivó adjetivos de cosecha propia, como "formideibol", y bajó la voz.