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LoginLa equidistancia es el mejor de los argumentos en política. En teoría, porque en la práctica es algo mucho más complejo y requiere habilidad suprema y sentido del riesgo calculado con precisión.
Me llegan algunas noticias acerca del carajal interno en Ciudadanos, donde Albert Rivera no tiene rival -pese a determinados intentos desestabilizadores- pero que tiene que decidir qué demonios hace con sus 32 diputados. La sensación es que no hay unanimidad entre ellos acerca de qué camino tomar, sobre todo, tras el serio aviso dado por los electores el 26 de junio pasado. En una formación de aluvión, con gentes llegadas de todas las latitudes por mor de la galerna que azota a los llamados partidos tradicionales, es lógico y natural que sucedan estas cosas.
Comprendo la urticaria que le produce a Rivera, convencido de que podría liderar con ventaja todo el centro derecha, tener que ponerse de acuerdo con Rajoy e incluso votar su investidura. Su veto o no al presidente -un día me muestro tajante al respecto y al siguiente vuelvo a dar hilo a la cometa- tiene muchas lecturas con el SMS a Luis Bárcenas por bandolera. En general los dirigentes electos de Ciudadanos tienen oficio al que dedicarse y con el que ganarse la vida. Esto no es algo baladí porque al final disponen de mucha más capacidad de decisión que aquellos que necesitan la vida política para comer. Un gran hándicap para el líder.
Resumiendo: en la dirección que acompaña a Rivera hay disparidad de criterio respecto a cómo ponérselo de difícil a Rajoy porque son conscientes, por un lado, de que son el único clavo ardiendo que tiene el inquilino de la Moncloa, pero por otro sienten el filo de la espada de Damocles en sus cervicales ya que, de celebrarse unas terceras elecciones, podría ser el principio del fin.
Ciudadanos no es el único partido que duda. También le ocurre al Partido Nacionalista Vasco (PNV).
Gobernar es decidir. Y decidir es optar.
