No sé que decirte, Tortuga, yo no impongo la mía. El día que España sea un país laico, porque ahora es aconfesional, no nos equivoquemos, y ese decidieran quitar los crucifijos de los colegios, te aseguro que a mi no me va a importar lo más mínimo, primero porque la legalidad así lo impondría, y porque a mi, si me place, los tendré en mi casa, y si no, cómo tu bien dices, llevaré mi religión por dentro.
La ventaja que las personas como yo tenemos, es que, a pesar de tener pilares religiosos, no somos fanáticos. Yo estoy segura de mis creencias y no necesito ratificarlas mediante simbología colgada de la pared. Pero hay una diferencia entre ser bueno y tonto.
De ahí a consentir que otros vengan a imponer su religión, conllevando eso a querer exterminar la mía... hay un trecho muy grande. Somos hermanos, pero no primos.