Nuestro reputado presidente, el embustero Rajoy, termina sus vacaciones. Es el momento de retomar y volver a sus recortes, sus Gürtelanas, y sus mentiras. El caso Bárcenas y el caso Gürtel son, en realidad, el caso PP. La corrupción en España son vueltas y más vueltas a la noria. En cualquier sociedad homologable el gobierno de Rajoy habría dimitido. En Alemania, el Reino Unido, incluso en Francia ( Voltaire se regirá bajo tierra si viera que todo sigue más o menos igual ), un dirigente sabe qué límites no puede traspasar, ni que sea en apariencia, y cuando debe servir su cabeza en bandeja al Estado. En España las dimisiones en democracia se pueden contar con los dedos de una mano y los casos de corrupción descarnadas suman más que las estrellas de la Vía Láctea. Todo esto no es nuevo y ha sido habitual durante siglos. La actual corrupción es hija y heredera del franquismo, que arraigó sobre el miedo y la podredumbre. Todo el mundo sabía cómo llegar a un cargo público sin oposición ni méritos. O qué había que demostrar para conseguir una licencia de taxi. Sumisión y lealtad. El franquismo y los franquistas, Terrorismo de Estado, represores y corrompidos, tenían bien claro que la represión y la corrupción les aseguraban la permanencia en el poder.
Y que quien más calla es quien tiene algo que agradecer y algo que ocultar. Pero todo esto no fue un invento del régimen criminal instalado a punta de pistola sino que había sido una constante en los siglos anteriores. Nunca en España ha triunfado más de tres días ninguna revolución guiada por la honestidad y progreso.