Debates. => Área política. => Mensaje iniciado por: federicomartin en 14 de Abril de 2016, 18:09:49 pm

Título: Nuevas elecciones: ¿está sobrevalorada la democracia?
Publicado por: federicomartin en 14 de Abril de 2016, 18:09:49 pm
http://vozpopuli.com/blogs/7159-andres-herzog-nuevas-elecciones-esta-sobrevalorada-la-democracia (http://vozpopuli.com/blogs/7159-andres-herzog-nuevas-elecciones-esta-sobrevalorada-la-democracia)

No me gustaría que el título alarmara a ningún lector, ni que se lanzaran las hordas de lo políticamente correcto, con su habitual hipocresía, a afearme la conducta, con esa nueva alma de censor o inquisidor que nos ha dado Internet. Tengo la teoría de que nos pasamos media vida siendo corregidos por padres, profesores, curas, mentores o jefes y parece que ahora, con la llegada de las redes sociales, ha llegado por fin nuestro momento de aleccionar y adoctrinar al prójimo, cuando no simplemente insultarle desde el anonimato o la distancia que da el mundo virtual. Eso por no hablar de la empalagante exhibición de superioridad moral de la progresía nacional, tanto de la nueva gauche divine podemita como de la tradicional progresía militante offshore.

Pero no quiero desviarme, y retomo la senda que deje hace un par de semanas cuando empecé a hablar de los falsos mitos en política, de esas cosas que, como decía, se repiten como mantras, aunque no resistan un mínimo análisis racional. Como el tan manido de que “los ciudadanos nunca se equivocan” (bobada supina), como aquello otro de que la gente está deseando participar en política o de que la verdadera democracia consiste en “preguntar a la gente”, en “el derecho a decidir” y otras cosas parecidas que en realidad lo que buscan es, más bien, manipular a las masas, dando a las decisiones políticas una pátina de legitimidad popular que blinde a los cargos públicos de cualquier atisbo de control o critica ciudadana, eludiendo responsabilizarse de sus funciones, por las cuales les pagamos (muy propio todo ello de eso que se llama populismo).

¿Lo mejor para un país es que decisiones de este tipo se sometan a referéndum y se voten en función del premio o castigo coyuntural que los ciudadanos quieran dar a políticos, gobiernos o partidos?

Un ejemplo que viene al pelo de lo que trato de explicar podemos encontrarlo en Italia (cuyo modelo de democracia parecemos empeñados en imitar) que este próximo domingo vota en referéndum popular la abolición de la norma que permite las prospecciones petrolíferas en la costa. No seré yo el que diga cómo y cuándo es razonable hacer este tipo de prospecciones y en qué medida pueden afectar al mix energético nacional, al medio ambiente y a la economía. ¿Pero de verdad alguien cree que lo mejor para un país es que decisiones de este tipo se sometan a referéndum y se voten en función del premio o castigo coyuntural que los ciudadanos quieran dar a políticos, gobiernos o partidos?

Pensar que este tipo de democracia es buena es otorgar a las consultas populares propiedades taumatúrgicas y atribuir a la democracia directa cualidades mágicas, de las que obviamente carece. La democracia, con todas sus imperfecciones, es sin duda el mejor sistema de gobierno inventado por el hombre, pero, como todo, tampoco conviene sacralizarlo. Y es que, como dice Bo Rothsein, eminencia mundial de la ciencia política y experto en calidad de la democracia, dicho sistema de gobierno en absoluto garantiza el bienestar social, a lo que suele añadir que lo mismo que existen democracias con un bajísimo nivel de calidad de gobierno hay dictadoras con gobiernos de alta calidad (aunque él mismo reconoce que son las pocas).

Merece por lo tanto que, entre todos, reflexionemos por qué nuestra sistema democrático sigue empeorando su calidad y que desterremos de una vez por todos los falsos mitos, como por ejemplo ese que dice que la panacea está en las “listas electorales abiertas” (cuando la realidad es que ni siquiera nos molestamos en saber a quién estamos votando…) o que la salvación vendrá de la mano de la democracia interna de los partidos políticos, esas organizaciones cerradas, culpables de todos los males que nos aquejan.

Pues bien, como de eso algo sé, aunque solo sea por mi experiencia en UPyD, aprovecho esta tribuna para afirmar públicamente que la sociedad española a día de hoy no está preparada para tener partidos políticos con una verdadera democracia interna. Por cierto, una verdadera democracia interna no es la de Podemos, disfrazada de un asamblearismo (sin control de ningún tipo), que permite a las cúpulas hacer y deshacer a su antojo, ni es tampoco la del PSOE o Ciudadanos, que es más bien una democracia “a conveniencia”, en la cual se elige a los candidatos en primarias solo cuando me interesa y, cuando no, se pone o quita a dedo a los “elegidos”.

Difícilmente podrá funcionar la democracia interna si la opinión pública sigue penalizando los conflictos internos

Quizá, esa falta de democracia interna obedezca, simplemente, a que nuestro país no está preparado para tenerla, pues la misma exige cultura democrática y mucha responsabilidad. Sin embargo, la realidad es que al elegir por primarias a todos los candidatos (muchas veces sin una base electoral de afiliados suficiente) se acaba fomentando en muchas ocasiones el clientelismo, un sistema en el que no se elige al mejor candidato sino al que mejor reparte los cargos. Y provoca, además, continuas rupturas, si resulta que la facción perdedora de la votación en la elecciones de los órganos internos se dedica bien a boicotear a la ganadora o bien a abandonar el partido. La democracia, no nos olvidemos, es por definición conflictiva y difícilmente podrá funcionar la democracia interna si la opinión pública sigue penalizando como lo hace este tipo de conflictos internos.

En suma, nada que no sepamos de antemano: que la democracia, para funcionar bien, requiere educación, cultura y participación y que, en ausencia de estas cualidades, la democracia (interna o externa) no es un buen sistema para elegir a los más capaces (que es el objetivo final).

A la vuelta de la esquina parece que tendremos nuevas elecciones generales. No se ustedes, pero por mi parte, por encima de cualquier otra consideración, lo que siento es cansancio. Hastío y hartazgo por una clase política sin clase de ningún tipo, obsesionada por su propio poder y en caída libre en el pozo sin fondo de la corrupción. Así las cosas, mi impresión es que lo único que crece en nuestro país es la desafección de los ciudadanos, que no queramos participar en esta farsa, al igual que cada día disminuye la conciencia fiscal o social respecto de un sistema que sabemos de antemano que está trucado. No tengo desgraciadamente la panacea y, frente a esta situación, me aferro a pensar que, a pesar de todo, no podemos jamás olvidar que el precio de desinteresarse de la política no es otro que ser gobernados precisamente por los que solo tienen intereses personales en la misma.

Andrés Herzog