Albert Rivera, el bolivariano.
"Si podemos rescatar a los bancos, podemos rescatar a las familias y a los emprendedores. ¡Sí se puede!"
En una campaña electoral, hay que pillar votos donde sea. Si un candidato acaba en el baño de una discoteca con una borrachera de cuidado y coincide con varias personas mientras está a lo suyo, debería aprovechar la ocasión para ganar nuevos votantes. Las manos están ocupadas, pero el mensaje tiene que estar preparado. Y luego, claro, debe lavarse las manos. Pero antes están los votos.
Albert Rivera viene de muy atrás. Su partido ni siquiera se presentó a las últimas elecciones generales. Los sondeos y varios medios de comunicación le han colocado en primera línea de fuego con esperanzas, reales o no, de ganar las elecciones. Una de las razones de esta pasión viene por el hecho de que las empresas de encuestas descubrieron que Ciudadanos era especialmente fuerte en la posición 5 de la escala ideológica en la que los sondeos piden a sus cobayas que se definan de cero a diez. Y ya saben el mantra electoral en estos casos: la elecciones se ganan en el centro y siempre hay muchos indecisos que no están seguros a quién votar.
Rivera lo está probando todo, tanto que no sé si estará intentando abarcar demasiado. Su programa parece concebido para cautivar al votante del PP decepcionado con lo ocurrido en los últimos cuatro años. Como escribí hace unos meses, ofrece una versión liberal del PP con menos impuestos, sin corrupción, sin favores a las grandes corporaciones, sin Rajoy y con el mismo rechazo a los nacionalistas. Pero parece que quiere llegar hasta el infinito y más allá.
A su última versión sólo le faltan la coleta y las citas de Gramsci. Ya en un debate reciente habló de "blindar los derechos sociales en la Constitución". Como Pablo Iglesias no es miembro de la SGAE, no le denunció por piratería. Ha seguido en la misma línea en un mitin en Granada el miércoles refiriéndose al rescate de los bancos frente a la falta de rescate "a las familias y los emprendedores". Y lo de acabar con el "sí se puede" es ya de realismo mágico.
Rivera tiene el riesgo de acabar pareciéndose al personaje de Woody Allen en la película Zelig. El protagonista tiene tantas ganas de ser querido y aceptado que cuando se encuentra al lado de alguien adopta no ya su forma de comportarse sino hasta su aspecto físico. Si está al lado de un rabino, sale con barba y traje negro. Si charla con gente de clase alta en una fiesta, habla con acento refinado y muestra ideas conservadoras. Si se junta con los criados de esa casa, resulta menos cultivado y sus opiniones son las opuestas. Es lo que los demás quieren que sea para hacerles ver que es uno de ellos.
Cuentan que frente al lugar donde se celebraba el mitin de Granada se había concentrado un grupo de personas de la PAH. Quizá Rivera sufrió un ataque de Zelig y quiso hacer creer a todos que él era como ellos. Se van a enterar esos bancos y esa Sareb con todas esas viviendas vacías. Ya lo creo que se puede.
En política hay que elegir y en épocas electorales los votantes aprecian las convicciones firmes y la seguridad que da ver a un candidato que no cambia de visión cada día. Llega un momento en que si te estiras demasiado para abrazar a todos los votantes potenciales, acabas con un esguince.
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