En el colmo de su éxito, Aznar se enajenó. Se emborrachó de poder, incumplió sus promesas de regeneración democrática y, emprendió una huída hacia adelante ahorcándose con la soga de la Guerra de Irak. No sólo por aquel error, sino sobre todo porque aquel error denotaba un estado absolutamente demencial, completamente ajeno a las preocupaciones de los españoles y a los problemas de España. Los españoles lo acabaron viendo como un loco peligroso, como un Quijote que embestía contra todo y contra todos. Que buscando fuera de las fronteras, la gloria que no encontraba dentro, se cubrió de gloria.
Cierto que quien le sustituyó fue algo peor que un Quijote: un Sansón.