Interesante reflexión, un poco larga pero merece la pena leerla.
La historia de cómo se empezaron a digitalizar todos los libros del mundo y de cómo eso podría originar un Apocalipsis cultural.
Para un fanático de la lectura no puede haber mejor anuncio: todos los libros, tanto del pasado como del presente, serán digitalizados y estarán disponibles las 24 horas del día, los 365 días del año, y generalmente de forma gratuita. Sólo imaginar esa Biblioteca de Alejandría formada con ceros y unos consigue que al más pintado se le suba una trepidación por el pecho.
¿Os imagináis recuperar ese libro durante tantos años inencontrable? ¿Leer lo que queráis y cuando queráis? ¿Qué nada se pierda nunca jamás?
Os voy a contar la historia de cómo empezó a fraguarse ese objetivo. Y también a qué altura estamos de esa utopía. Pero, sobre todo, os voy a explicar qué riesgos comporta para la cultura que algo así acabe materializándose.
A estas alturas de la película, todo el mundo sabe quién es el mecenas beatífico que está digitalizando todos los libros del mundo: Google. Pero el problema de ese acto aparentemente altruista es que nos parece una suerte de mecenazgo cuando en realidad es una operación económica perfectamente orquestada.
Google (al menos de momento) no va a vender libros, ni tampoco os hará pagar por leerlos. Pero Google es como ese mito del camello que se acerca a las puertas de un colegio para regalar su droga a fin de vendértela más tarde, cuando estás completamente enganchado a ella. Pero aún es más retorcido.
Lo que a Google le importa es que paséis más tiempo online, que hagáis más cosas online, que veáis más anuncios, que reveléis más información sobre vosotros para vendérsela a terceros. Google gana más dinero de esa forma que haciéndote pagar directamente por el acceso a la cultura. Lo cual es un modelo de negocio intachable del que deberían tomar buena nota las editoriales que están viendo las orejas al lobo.
El problema es que el modelo de negocio de Google comporta otras cosas, algo así como efectos secundarios, si me permitís la terminología farmacéutica. Las operadoras de teléfono acostumbran a ofrecerte sus terminales gratis o casi gratis porque más tarde rentabilizarán el negocio con la prestación de servicios. Y si no pagas esos servicios, sencillamente tendrás un teléfono móvil que no servirá para nada. Un ladrillo tecnológico. Justo ahí estriba uno de los peligros de Google.
De momento no sucede, pero podría suceder. Imaginad que Google os ofrece toda la Biblioteca de Alejandría. La gente empezará a dejar de comprar libros físicos (o comprará menos). Las editoriales ya no se dedicarán a comercializar títulos sino a otros aspectos del negocio. Todo pasará por Google. Si no entras en Google Books, no podrás leer. O al menos no leerás todo lo que quieres. Y entonces… os podríais quedar con un móvil que no sirve para nada.
Es decir, no habréis pagado por entrar en la biblioteca más grande de todos los tiempos, pero si no accedéis a contratar determinados servicios o a pasar por ciertos filtros o servidumbres, simplemente veréis los lomos de los libros, pero no podréis leer ninguno.
Pero la cosa todavía es mucho peor que este escenario.
Google quiere que la información sea gratuita porque, cuanto más bajo sea su costo, más tiempo pasaremos todos usando sus servicios. La mayor parte de los servicios de Google no son rentables en sí mismos. Pero evita que la competencia penetre en sus mercados. Se convierten en gestores hegemónicos de de la cultura, de la información.
Eso podría desencadenar un Apocalipsis cultural de consecuencias impredecibles. Pero antes de ponernos agoreros, hagamos un poco de historia para fijar la perspectiva.
El programa de digitalización de todos los libros impresos se realizó en secreto en 2002, cuando Larry Page configuró un escáner digital en su oficial del Googleplex y, paso a paso, pasó media hora escaneando metódicamente un libro de 300 páginas. Lo que quería Page era calcular, por extrapolación, cuánto tiempo se necesitaría para hacer lo mismo con todas las bibliotecas del mundo.
Los mecanismos de digitalización fueron mejorados hasta límites insospechados. El sistema empleaba cámaras infrarrojas estereoscópicas, capaces de corregir la inclinación de las páginas que se producían cuando un libro se abría, lo que eliminaba cualquier distorsión del texto en la imagen escaneada.
Google Print fue anunciado en 2004 de la mano de Page y Brin (más tarde llamado Google Book Search), en el contexto de la Feria del Libro de Frankfurt. Diversas editoriales, así como algunas de las bibliotecas más prestigiosas del mundo, empezaron a colaborar en el proyecto, permitiendo que se escaneara el contenido de sus fondos.
A finales de año, Google ya poseía cien mil libros en su banco de datos.
Los beneficios sociales de un proyecto de esta envergadura incluso acalló judicialmente las demandas de los autores vivos a los que se les había digitalizado sus libros, vulnerando sus derechos de autor. ¿Qué era más importante? ¿Conservar los derechos de los autores o que la humanidad tenga un acceso ubicuo a la cultura de todos los tiempos? En The Wall Street Journal, por ejemplo, Eric Schmidt escribía esta opinión acerca las virtudes del empeño de Google:
Imagínense el impacto cultural de indexar decenas de millones de volúmenes antes inaccesibles en un índice amplio, cada una de cuyas palabras pueda ser objeto de búsqueda por cualquier persona, ricos y pobres, urbanos y rurales, del Primer Mundo y del Tercero, en toute langue y, por supuesto, totalmente gratis.
Google incluso llegó a pagar 125 millones de dólares para compensar las pérdidas de los propietarios de derechos de autor. También se llegó a acuerdos para que los autores se llevaran una parte del pastel de los ingresos por publicidad a través del servicio de Google Book Search.
Esto otorgaba a Google un poder incomensurable sobre el futuro mercado del libro digitial, la concesión a una empresa con ánimo de lucro el monopolio de toda nuestra cultura.
¿Qué pasará si sus actuales propietarios venden la empresa o se jubilan? ¿Qué pasará si Google prima la rentabilidad sobre el acceso?
Google nos ofrecerá gratis todos los libros del mundo. Pero no sabemos si todo será gratis dentro de diez años. Y mucho menos sabemos las contraprestaciones que deberemos asumir para que Google nos permita acceder a sus bases de datos. Y poniéndonos un poco orwellianos, ¿quién nos garantiza que una entidad que posee la mayor parte de la cultura humana no podrá fácilmente modificarla o borrar las partes que convengan? ¿Acaso no os acordáis de lo que sucedió con precisamente la obra de Orwell en los lectores Kindle?
Pero estos escenarios futuros quedan diluidos en la idea intocable de que Google es una entidad bondadosa, visionaria, flexible, joven, moderna, que escucha a sus clientes. Cuando Google no deja de ser uno de tantos negocios. Y los negocios sólo quieren una cosa: nuestro dinero.
A ese respecto, Nicholas Carr apunta que los textos, tras pertenecer a Google, sufrirán cambios cada vez más perceptibles, hasta el punto de que los libros, tal y como los entendemos, pueden dejar de existir:
Cada página o fragmento de texto en Google Book Searh irá rodeada de un mar de enlaces, herramientas, etiquetas y anuncios, anzuelos todos dispuestos a pescar una parte de la fragmentada atención de los lectores. (…) Las búsquedas son sólo el comienzo. Google quiere, o eso dice, que podamos “cortar en rodajas o dados” el contenido de los libros digitalizados que vayamos descubriendo, hacer todas las operaciones de “vincular, compartir y agregar” que son rutinarias con los contenidos de la Web, pero “no se pueden realizar fácilmente con los libros físicos. (…) También ha lanzado un servicio que denomina Popular Passages, que pone de relieve breves extractos de libros que se han citado con frecuencia; y para algunos volúmenes ha comenzado a mostrar “nubes de palabras” que, según dice la empresa, permiten al lector “examinar un libro en diez segundos.
Si bien todos aplaudimos esta clase de herramientas, sin duda importantes en ámbitos como la investigación académica, lo cierto es que ponen de manifiesto que Google no está interesada en digitalizar libros para conservarlos del óxido del tiempo o de las políticas públicas deficitarias. Escanea datos y los fragmenta para hacerlos atractivos, a fin de que piquemos el anzuelo y siempre vayamos al mismo tipo de la puerta del colegio a por más material. Cueste lo que cueste.
Vía | Superficiales de Nicholas Carr