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Autor Tema: Educación para la ciudadanía  (Leído 182396 veces)

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Desconectado zinara

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Re: Educación para la ciudadanía
« Respuesta #760 en: 26 de Abril de 2011, 17:09:28 pm »
Hay más formas de adoctrinamiento,no sólo la asignatura en cuestión,sino el periódico EL PLURAL,EL PAIS...saludos.


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Re: Educación para la ciudadanía
« Respuesta #761 en: 26 de Abril de 2011, 17:41:05 pm »
Es que en los institutos también obligan a leer el Pais a los alumnos???

Tanto adoctrina "El País" como "La Gaceta"...

Sólo puede adoctrinar aquello que se obliga... Nadie podría decir ni tan siquiera que Intereconomía "adoctrine" ya que va dirigido a gente que viene adoctrinada ya de casa...

«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me

Desconectado simple22

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Re: Educación para la ciudadanía
« Respuesta #762 en: 26 de Abril de 2011, 23:32:34 pm »
Sobre la base de los textos presentados. Que yo no tengo nada en contra de estos textos, siempre que se presenten como lo que son: la opinión de un partido, no LA VERDAD. Y hablo del texto de Mcgraw Hill, que dice lo que dice.
La madurez, el talento y la sabiduría no tienen ni edad, ni sexo, ni jerarquía.

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Re: Educación para la ciudadanía
« Respuesta #763 en: 26 de Abril de 2011, 23:45:12 pm »
Ahh el texto mc graw hill, muy acertado tu análisis Simple, yo no lo podría haber sintetizado mejor: "el texto mc Graw hill dice lo que dice".
Me descubro ante ti, maestro...
«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me

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Saludos
« Respuesta #764 en: 27 de Abril de 2011, 16:03:47 pm »
Estimados compañeros, tras mas de un año y medio con muchos problemas, que aún se mantienen. Regreso por estos lares. Cordiales saludos a todos
NON EST QVI NON ADVENIT ( No está, nbspnbsp quién no llega )

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Re: Educación para la ciudadanía
« Respuesta #765 en: 29 de Abril de 2011, 15:12:51 pm »
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Interesante libro de Albiac: máximo detractor de Reeducación para la Ciudadanía.

Creo que lo compraré.
La madurez, el talento y la sabiduría no tienen ni edad, ni sexo, ni jerarquía.

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Re: Educación para la ciudadanía
« Respuesta #766 en: 29 de Abril de 2011, 15:25:59 pm »
Pues con que te lo compres tú ya no hace falta que nos lo compremos nadie más...porque seguro que mientras lo lees entras aquí para endiñarnos frasecitas del libro... y para hacer tus reseñas y tus cosas...
«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me

Desconectado Mgfrei

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Re: Educación para la ciudadanía
« Respuesta #767 en: 30 de Junio de 2011, 11:50:21 am »
Hola.

Creo que tratar de ser dogmáticos en este aspecto no lleva a ninguna parte.

Yo creo que "Educación para la Ciudadanía", como concepto, es interesante, pero como ha sido llevado a la práctica me parece una tomadura de pelo. Y me lleva a unas cuantas reflexiones. No sé si estaréis de acuerdo con ellas, pero aquí las dejo.

- El propio concepto de "Educación para la Ciudadanía" da a entender un problema social en el cual el centro educativo debe transmitir una serie de valores a los jóvenes. Valores, que por otro lado, no deberían ser dados en un colegio si no existiera una falta de ellos. No hay necesidad de medicina si no hay enfermedad, ¿no es así? Siempre he sido de la opinión de que los profesores enseñan y los padres educan. Quizás la falta de valores no se arregle en el colegio, sino en casa, dejando al crío menos tiempo con la televisión y la videoconsola y tratándole como un individuo, más que como un incapaz.

- Hoy en día cada vez se infantiliza más a los jóvenes y se les quita responsabilidades morales, incluso. Tanto es así, que vemos una amenaza en una asignatura que, dudo mucho, vaya a redefinir por completo los cánones morales de los jóvenes. Este fenómeno de sobreprotección, en el cual los menores nunca son responsables de nada, y que todo es culpa del Gobierno, de las circunstancias, del profesor que les tiene manía... Los convierte en individuos emocionalmente frágiles, incapaces de sobrellevar la frustración, y moralmente irresponsables. Me remito a los casos crecientes de violencia escolar, ataques a mendigos cada vez más frecuentes por parte de jóvenes, la falta de respeto al mobiliario público...

Un saludo.
Ad astra per aspera.

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Re: Educación para la ciudadanía
« Respuesta #768 en: 06 de Julio de 2011, 21:16:49 pm »
me parece que su tematica es muy adecuada para el curriculm escolar

Desconectado simple22

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #769 en: 02 de Noviembre de 2011, 22:21:19 pm »
Felizmente no hay nada irreversible y el que un Gobierno la pusiera, no significa que si gana otro, eso no se pueda quitar.

La madurez, el talento y la sabiduría no tienen ni edad, ni sexo, ni jerarquía.

Desconectado simple22

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #770 en: 01 de Diciembre de 2011, 23:03:56 pm »
Bien, contra esa basura que proponía el Gobierno de Zapatero y que espero que Rajoy borre (y puedo esperar sentado, lo sé), voy a exponer lo que Jovellanos decía sobre Educación, moral y religión. Lo dice un liberal, muy español y nada sospechoso de fundamentalismo ultracatólico... ¿Empezamos? ¡Venga!

"Moral religiosa
Pero entre todos los objetos de La instrucción siempre será el primero la moral
cristiana, deque va a tratarse ahora; estudio el más importante para el hombre,
y sin el cuál ningún otro podrá llenar e1 más alto fin de la educación. Porque
¿qué hará ésta con formar a los jóvenes en las virtudes del hombre natural y
civil, si les deja ignorar las del hombre religioso? Ni ¿cómo los hará dignos
del título de hombres de bien y de fieles ciudadanos, si no los instruye en los
deberes de la religión, que son el complemento y corona de todos los demás?
Yo no creo que sea necesario persuadir entre nosotros esta preciosa máxima,
cuyo abandono y olvido ha producido ya en otras partes tantos males. Pero
¿acaso ha tenido el influjo que debiera en nuestros métodos de educación?
Creo que no: por lo menos yo debía mirarla como uno de los fundamentos de
mi pian, y he aquí por qué me he propuesto tratar con mas detenimiento esta
parte de él. ¡Ojalá que acierte a llenar todas las miras que me ha sugerido el
método que voy a proponer!
La enseñanza de la moral cristiana presupone el conocimiento de los misterios
de la religión que estableció su divino Autor. Pero ¿cuál es el plan de
educación que haya reunido en un mismo sistema estos dos sublimes estudios?
¿Cuál es el que haya consagrado a ellos todo el cuidado que requieren? ¿Cuál
es el que los haya tratado en el orden, por el método y con la extensión que
convienen a su dignidad e importancia?
Sé que esta enseñanza se halla confiada así al cuidado de los padres de familia
como al celo de los párrocos y ministros de la Iglesia, y no debo dudar que sea
el principal objeto de la vigilancia
de unos y otros. Mas a pesar de esto ¿quién no conoce la imperfección con que
se hace? Porque es constante que muchos padres de familia la descuidan, o por
ignorancia, o por desidia, o porque están persuadidos a que es toda de cargo de
los párrocos y por otra parte lo es que los párrocos, no teniendo otro medio de
comunicarla que las pláticas y exhortaciones dominicales, ni pueden suplir
enteramente el descuido de los padres, ni hacerla descender individualmente a
todos los feligreses. Resta, en verdad, el cuidado de los maestros de primeras
letras pero ya se ve que este medio no alcanza a todos ni a la mayor parte de
los niños, y que al cabo se reduce a hacerles decorar una parte del catecismo,
que se aprende y no se comprende en la primera edad, y sobre la cual en
ninguna otra se renueva ni amplía la enseñanza. ¿ Qué hay, pues, que admirar
que en materia de religión sea la instrucción tan imperfecta y limitada, aun en
personas que se dicen bien educadas? Ni ¿qué tampoco que la juventud saiga
al mundo tan indefensa y poco prevenida contra los sofismas y artificios de
una impiedad que la asalta por todas partes?
No digo esto para censurar a otros; dígalo para justificar el método que voy a
proponer, muy confiado de que merecerá la aprobación de cuantos miran con
verdadero interés el bien dela religión, del Estado y de la Humanidad.
El método de que hablo, entre otras ventajas, tendrá la de conciliar dos
opiniones harto diferentes acerca de este asunto. Quisieran algunos que íos
niños, por decirlo así, mamasen con la leche la doctrina de la religión, y otros
que no se les hablase de religión hasta que bien desenvuelta y cultivada su
razón fuese capaz de comprender a alteza de sus misterios. Aquellos tienden
sólo a la necesidad e importancia, éstos ala dificultad y sublimidad del objeto.
Para los primeros se trata sólo de recibir y creer desde temprano las verdades
sobre que está librada la eterna felicidad del hombre; para los segundos, de
comprender su augusta sublimidad y abrazarlas con una íntima persuasión.
¿Qué diremos? Que los primeros se contentan con poco, y los segundos
exigen demasiado. Parecía, por tanto, necesario combinar la razón de unos y
otros para dar más perfección a esta enseñanza, y esto hemos hecho.
A este fin nos ha parecido que conviene distribuir el estudio de
la religión por todos los períodos de nuestro plan, de forma que sin tener lugar
ni período determinado entre los demás estudios, los siga y acompañe por toda
su duración. En las primeras letras se hará que los niños aprendan un breve
catecismo para que los primeros destellos de su razón hallen ya estas
importantes verdades sembradas en su alma; pero el restante tiempo se
destinará a desenvolverías y hacerlas comprender a los jóvenes, dándoles idea
del origen, historia y fundamentos de la religión cristiana, y representándola a
su corazón tan augusta y amable como es en sí misma. Esto es lo que toca a la
educación; lo demás debe esperarse por el cristiano del Autor de la gracia,
porque, al fin, la te es un don sobrenatural, a que no puede alcanzar nuestra
flaqueza si no le recibe de su mano.
Para hacer, pues, esta combinación, y establecer en ella nuestro método,
creemos también necesario destinar a él un día cada semana por el tiempo que
dure la enseñanza. Este día quisiéramos que fuese el domingo, no tanto para
no disminuir el número de los días lectivos destinados a otros estudios cuanto
paradar a éste mayor solemnidad. Ningún reparo me ha detenido para
proponerlo así; porque ni el enseñar y aprender son obras mecánicas o
serviles, ni el tiempo destinado a ello puede defraudar a los maestros y
discípulos del reposo a que son acreedores en tales días. Por otra pare, si todo
cristiano es obligado a santificar este día, y si su santificación requiere en él
algunas obras o ejercicios de piedad que muestren respeto y adoración al Ser a
quien está dedicado, ¿cuál otro pudiera ser más piadoso, más digno del
cristiano, que el de consagrar algún tiempo al estudio y meditación de las
santas verdades del Cristianismo?
¿Y no tendría este método también la ventaja de desterrar de los ánimos de los
jóvenes una idea que, por desgracia, es demasiado común entre los adultos?
Estos días, días del Señor, y particularmente consagrados a su adoración, se
miran solamente como días de divertimiento y placer. Oída de carrera una
misa, todo el mundo corre en pos de os objetos de su entretenimiento, y os que
en toda la semana apenas han levantado el espíritu hasta su Criador, llegado el
día santo olvidan su principal destino y se dan enteramente a sus juegos y
diversiones. Sin duda que las fiestas son días de reposo santo y digno de su
alta institución. Nuestra tibieza los ha convenido en días de zambray alegría,
¿y
quién duda que en esto tenga mucha parte la educación, que nada hace para
inspirar a estos santos días la veneración que se les debe? ¿Y no seria un modo
de inspiraría destinar desde la edad primera algunas horas a tan alto objeto,
acostumbrando los jóvenes a mirar las fiestas no sólo como días de descanso,
sino también de santificación?
Tal, por lo menos, es mi deseo, proponiendo el domingo para la enseñanza de
la religión. Si, por desgracia, esto no se adoptare, se podrá destinar nao día de
la semana, pues aunque se defraude a los demás estudios, y prolongue por lo
mismo la duración de sus períodos, ningún sacrificio debe ser sensible, si se
atiende a la alteza e importancia de su objeto.
Esta enseñanza se debe dividir en cinco partes, a saber: el catecismo común, el
catecismo histórico, el símbolo de la fe, la historia del Nuevo y Viejo
Testamento y la lectura de la Santa Biblia. A ella deben asistir los discípulos
de todas las clases, divididos, no según ellas, sino según la parte del estudio
religioso que hiciere cada tanda. Pero todos recibirán la enseñanza a presencia
unos de otros, y además se dará en público, para que puedan recibirla, si
quieren, los jóvenes que no hicieran otros estudios: y. en una palabra, cuantos
desearen aprovecharse de tan útil institución.
Para los niños que aprendieren las primeras letras, la enseñanza se reducirá a
decorar un breve catecismo. Haráseles llevar estudiada su lección cada
comingo, y decirla sucesivamente en público, cuyo ejercicio durará respecto
de cada uno hasta que conste que sabe perfectamente de memoria toda la
doctrina que contiene. No se hará explicación alguna del catecismo en esta
primera enseñanza. para que los anos que est6n presentes a las de las sucesivas
puedan y deban aprovecharse de ellas.
Para preparar a los discípulos de esta primera clase al estudio de la que debe
seguirse, convendría que en el ejercicio de leer de la escuela, y en el texto de
las muestras de escribir, se emplease el Catecismo histórico, de Fleury, por
cuyo medio se facilitaría admirablemente su estudio.
Este catecismo se estudiará por los niños que hayan pasado de las primeras
letras al estudio de las humanidades, que formarán la segunda tanda. A éstos
se señalará igualmente una lectura cada domingo, y se cuidará de que la digan,
o más bien la expliquen,
todos o la mayor parte de ellos que cupiere. Y digo la expliquen, porque estas
lecciones no se llevarán de memoria, sino que se hará que cada uno la haya
estudiado de manera que pueda dar razón de su contenido cuando fuere
preguntado. En esto no irán precisamente atenidos a la letra, y la doctrina se
grabará más bien en su razón que en su memoria.
La tercera tanda, a que entrarán los jóvenes que hayan pasado al estudio de la
ideología, estudiará el símbolo de la fe o los fundamentos de la revelación por
el compendio de fray Luis de Granada. En esta parte se cuidará también de
que los niños puedan hacer por sí mismos la explicación de la lección que se
les señalare destinando uno o dos cada domingo para ella y haciendo que los
demás vengan de tal manera preparados que puedan dar razón de lo que se les
preguntare, así de la lección del día como de las atrasadas.
sien quisiera yo que, para hacer más provechoso este estudio, una mano docta
y piadosa se ocupase en acomodar a él la obra de Granada, reduciéndola a la
forma que requiere su objeto y distribuyéndola en lecciones breves y claras, y
aun aligerando algunos capítulos y ampliando y completando otros, porque,
salva la justa fama de tan celebre autor y tan piadosa obra, creo que esto se
pudiera hacer sin mengua de su gloria y con gran provecho de la enseñanza.
De cargo de la cuarta tanda será el estudio de la historia del Viejo y Nuevo
Testamento por el breve y excelente compendio, trabajado para el uso del
seminario Patavino, que anda impreso en latín y se deberá traducir en
castellano. Este compendio se puede dividir cómodamente en cincuenta y dos
lecciones y ser estudiado en el período de un año. Y ya se ve cuánto prepararía
el espíritu de los jóvenes para que después hiciesen con fruto la Lectura de a
Santa Biblia.
Tampoco querría yo que se les obligase a llevar estas lecciones decoro, sino
así estudiadas y entendidas que pudiesen dar razón de su contenido; quisiera,
empero, que las datas cronológicas y los nombres de personas y lugares se
tomasen por todos de memoria y que se les hiciese repetirlos una y muchas
veces para fijarlos en ella. Lo primero, porque éstos son los verdaderos puntos
de apoyo que ha menester la memoria para retener las verdades de hecho y de
raciocinio que abraza tan importante
historia. Lo segundo, para que este estudio sirva de principal fundamento al de
la geografía histórica, el cual, tomado de la residencia y épocas del pueblo de
Dios, se puede derivar extender fácilmente a los demás lugares e imperios de
la tierra.
A este estudio sucederá el de la quinta tanda, que tendrá por objeto la ectura
seguida de la Santa Biblia en castellano. Para hacerla más provechosa, deberá
ser precedida de algunas breves y claras explicaciones acerca de la antigüedad,
integridad, autoridad, carácter y estilos de este divino libro y acompañada de
la sencilla exposición de los lugares oscuros o difíciles que fuere ofreciendo
en su curso.
El objeto de uno y otro no debe ser formar profundos escriturarios, sino
facilitar la inteligencia e infundir amor y veneración a este libro, inspirado por
el mismo Dios y que es el verdadero código del cristiano. Por fortuna, está ya
dirimida aquella antigua controversia que, no sé si con descrédito de nuestra
piedad, se suscité acerca de su lectura, negada por algunos a los egos como
peligrosa, y abierta temerariamente por otros al uso e interpretación de todo el
mundo. Nosotros nos contentamos con mirarla como esencial a la buena
educación literaria, porque ¿quién nos disculparía si, después de haber dado
tanto tiempo y cuidado a otros estudios y objetos, olvidásemos el que es más
propio de la sólida y verdadera instrucción, de la instrucción religiosa?
Con todo, bien quisiéramos que los maestros encargados de esta enseñanza
cuidasen mucho de infundir en los jóvenes aquel espíritu de docilidad y
respeto con que deben acercarse aabrirsu oído y su corazón a las palabras
dictadas por el supremo Autor de la verdad. Quisiéramos cuidasen también de
prevenirlos, así contra aquella liviana confianza de que dijo San Agustín (De
doct. Crist, lib. II, cap. VI): Cui facile investigata plerumque vilescunt, como
contra aquella más temeraria presunción por quien dijo el Sabio que el que
escudrifla la majestad será oprimido de ella. Quisiéramos, en fin, que se les
hiciese mirar como indigno de un cristiano darse con afán a otras lecturas y
estudios, mirando con desdén o con indiferencia el más importante de todos y
el que es la cima y el complemento de la verdadera sabiduría.
La enseñanza de esta última época tendrá, además, otros dos grandes objetos:
uno, confirmar a los jóvenes en la historia
Y fundamentos de la revelación, que habrán estudiado ya, y otro, preparar sus
ánimos para el estudio de la ¿tica cristiana, que deberán hacer separadamente
en los días lectivos ordinarios y en seguida de los principios de moral natural y
civil. Para lograr, pues, más cumplidamente estos objetos, quisiéramos que el
maestro los detuviese más de propósito en la lectura y exposición de los libros
sapienciales, y señaladamente de los Proverbios, de la Sabiduría y el
Eclesiástico y en la del Nuevo Testamento, porque en los primeros hallarían
recogidas y en grande abundancia aquellas excelentes máximas de conducta
pública y privada y de doctrina civil y religiosa, que en vano buscarán en los
sabios y filósofos de la antigua edad ni en los éticos de la nuestra; yen íos
segundos verían como el cumplimiento de las antiguas profecías y la
aplicación e interpretación de la larga serie de hechos que prepararon desde el
principio de los tiempos a obra de la redención del género humano sirven de
fundamento al augusto edificio de la Iglesia fundada por Jesucristo, confirman
los dogmas y doctrinas que dejó en depósito y explican la maravillosa
celeridad con que los discípulos que se digné escoger y enseñar, aunque rudos
y sencillos, los difundieron por toda la tierra.
Pero la mejor y más alta preparación para el estudio de la ética cristiana será la
frecuente lectura y detenida meditación de os santos Evangelios, que
contienen su verdadero Código. En ellos verán los jóvenes confirmados y
sublimemente expuestos aquellos preceptos de la ley natural y eterna que el
Criador grabé en nuestras almas, y que la razón sana y despreocupada de todos
los sabios y justos de la antigüedad reconoció y veneró. Verán cómo suscrito,
lejos de alterar o destruir los artículos de esta ley, vino sólo a ilustrarla y
perfeccionarlos. Verán cómo todos los pasos. todas las acciones, todas las
palabras de este divino Maestro, las virtudes que ejercitó, los prodigios que
obré, los ejemplos y documentos que nos dejé fueron dirigidos a la perfección
de esta doctrina. Verán, en fin, cómo después de haberla confirmado con la
santidad de su vida, la consagré con la paciencia y voluntario sacrificio de su
muerte, dejándonos en una y otra un perfectísimo dechado de santidad, de
mansedumbre y de beneficencia, y marcando el camino que deben seguir
cuantos aspiren a santificarse y merecer la eterna recompensa que prometió a
los justos.
Si se vuelve la atención a la serie de estudios filosóficos y religiosos que
acabamos de exponerse hallará que la enseñanza de la ática se puede reducir a
un breve tratado de las virtudes. Porque instruido por el estudio de la teología
y ática natural en las pruebas de la existencia de Dios y en el conocimiento del
sumo bien y último fin del hombre, y ampliadas e ilustradas y arraigadas en su
ánimo estas pruebas por las lecciones dominicales que habrán recibido desde
el principio y por todo el curso de su educación, ¿qué restará sino desenvolver
estos principios, aplicarlos y deducir de ellos las reglas de conducta y
costumbres propias del cristiano?
De aquí se inferirá que no nos contentamos con la doctrina de los antiguos
acerca de las virtudes morales, porque aunque ésta por sí sola pueda mejorar
en gran manera la conducta del hombre y del ciudadano y haya producido en
todos los tiempos ejemplos ilustres de justicia y de heroicidad, todavía hay en
ella mucha incertidumbre e imperfección. Son, sin duda, dignos de imitación
los documentos que acerca de estas virtudes nos dejaron los antiguos, y de que
están henchidas las obras de Platón, Epíteto, Cicerón, Séneca, Marco Aurelio
y otros. Empero ni en sus principios hay la uniformidad y certidumbre, ni en
sus consecuencias la claridad y constancia que la gravedad de sus objetos
requiere. Lo que hemos dicho arriba acerca de la doctrina del sumo bien, sus
disputas acerca del origen del bien y el mal moral y sus varias opiniones sobre
la justicia y honestidad de las acciones humanas prueba bien claramente esta
verdad.
Ni tampoco se ocultó a los mismos filósofos; Platón, el más recomendable de
ellos, y el que con tanta claridad y fuerza de raciocinio expuso y con tanta
gracia y vigor de elocuencia exornó la sublime doctrina de su maestro
Sócrates, todavía reconoció con admirable sinceridad la insuficiencia de la
razón humana acerca de este objeto. Solía decir, hablando de su doctrina, que
nada habla alcanzado de ella por sí mismo, sino con el auxilio de la divina luz;
y preguntado de sus discípulos hasta cuándo deberían seguirla y observarlas
seguida. les dijo, hasta que aparezca sobre la tierra un hombre más santo que
yo, que abra a todos la fuente áe la verdad y al cual todos sigan.
 "
La madurez, el talento y la sabiduría no tienen ni edad, ni sexo, ni jerarquía.

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #771 en: 01 de Diciembre de 2011, 23:06:38 pm »
"Esta predicción, o sea presentimiento de Platón, fue confirmada, para dicha
del género humano, con la aparición de nuestro
Salvador en el mundo, el cual vino a iluminar, derramando sobre él aquella luz
divina que debía disipar todas las tinieblas, deshacer todos los errores de los
filósofos, confundir la presunción de la sabiduría humana y abrir a los
hombres las fuentes de la verdad y los caminos de la verdadera sabiduría.
Así que, sin traspasar los limites de la etica ni pretender que se enseñe a los
jóvenes un tratado de teología moral, quisiéramos que la enseñanza de las
virtudes morales se perfeccionase con esta luz divina que sobre sus principios
derramé la doctrina de Jesucristo, sin la cual ninguna regla de conducta será
constante, ninguna virtud verdadera ni digna de un cristiano.
Llevando siempre esta mira, se deberá poner más cuidado en enseñar a los
jóvenes que cosa sea la virtud, que en definir y en deslindar la naturaleza y
carácter de las virtudes particulares, en lo cual acaso se han detenido
demasiado íos escritores de etica. Porque la virtud, así como la verdad, es una;
es aquella constante disposición de nuestro ánimo a obrar conforme a la
voluntad del supremo Legislador, la cual, confirmada con el hábito de obrar
bien, constituye el verdaderamente virtuoso. Y como esta disposición o
inclinación abrace y se extienda a todos los oficios y codas las acciones de la
vida humana, claro es que en ella se contienen y a ella se refieren todas las
virtudes o, por mejor decir, que la virtud es una.
Aunque esta disposición presuponga el conocimiento de la voluntad del
supremo Legislador, esto es, de la ley que propuso para norma de nuestras
acciones, la virtud consiste más principalmente en el constante deseo de
seguirla y en que todas nuestras ideas y sentimientos se conformen con ella,
Y, por tanto, no bastará que se dé a los jóvenes una idea exacta de la virtud si
además no se los mueve a amarla, porque en esta ciencia, a diferencia de las
otras, se trata más de mover la voluntad quede convencer el entendimiento. La
norma está escrita con más o menos claridad en el espíritu de todos. Importa,
sin duda, desenrollaría, aclararla, ampliarla pero importa más todavía
arraigaría en el corazón de los jóvenes, moverlos a amarla y abrazarla y
fortificarlos contra los estímulos del apetito inferior, que tiran a oscurecerla o
desconocería.
Así que, se deberá hacer sentir abs. jóvenes que sólo por medio de la virtud
podrán llegar a alcanzar aquella felicidad en pos de la
cual los hombres, por una inclinación innata e inseparable de su ser, suspiran y
se agitan continuamente; que esta felicidad no es un bien que exista fuera de
nosotros, sino una idea o más bien un sentimiento que reside en lo más íntimo
de nuestra conciencia, pues nadie es feliz sino el que está íntimamente
persuadido de que lo es; y en tanto lo es, en cuanto goza las dulzuras de esta
persuasión. Que aunque se suponga que los bienes exteriores sean elementos
de felicidad, sólo lo serán cuando su fruición esté exenta de toda inquietud y
remordimiento y acompañada de aquella íntima y dulce persuasión que sólo
cabe en una conciencia pura y tranquila. Y, por último, que no pudiendo la
conciencia humana sentirse pura ni tranquila sin la seguridad de haber
cumplido la voluntad del Legislador, que es el más dulce fruto de la virtud,
sólo deben mirarla virtud como medio de alcanzar la felicidad.
Así se desterrará de sus ánimos aquella preocupación> tan común corno
funesta, que hace mirar os bienes extensores como elementos necesarios de la
felicidad y tener por dichosos a cuantos los poseen. Se debe hacer ver a los
jóvenes que el hombre puede ser feliz sin ellos, porque la providencia del
Criador, reduciendo a muy pocas las necesidades absolutas de la vida,
derramando abundantemente por todas panes los objetos que pueden
sustentaría y aun hacerla agradable, facilitando de tal manera su adquisición
que nadie carecerá de ellos sino por su propia desidia, y, finalmente, haciendo
que la felicidad naciese del ejercicio de la virtud, la puso al alcance de todos y
la hizo independiente de la fortuna. Que la riqueza, los honores, los placeres
no pueden constituir esta felicidad: primero, porque no son accesibles a todos
ni aun al mayor número de los hombres; segundo, porque no se adquieren sin
afán, no se poseen sin inquietud, no se pierden sin grave dolor y amargura;
tercero, porque de suyo no son capaces de producir aquella tranquilidad de
ánimo, aquella interna y dulce persuasión de bienestar en que consiste
esencialmente la felicidad, antes bien la alejan, perturbando el ánimo con el
cuidado de males presentes, de peligros próximos o de futuros temores;
cuarto, finalmente, porque estos bienes sólo pueden concurrir al aumento de la
felicidad cuando son adquiridos con justicia, poseídos con moderación y
dispensados con beneficencia, es decir, cuando se emplean como medios
de ejercitar y extender la virtud y producir aquella dulce persuasión que es el
verdadero elemento de la felicidad.
Por último, se les hará ver que el hombre no puede gozar esta dulce persuasión
de felicidad sin la esperanza de alcanzar su último y más sublime objeto.
Porque el hombre, dotado de espíritu inmortal, penetrado de la idea de su
existencia eterna y convencido de que no puede ser igual en ella la suerte de la
iniquidad y la virtud, ni puede dejar de pensar en ja suene que le aguarda para
después de su vida, ni contentarse con una felicidad circunscrita a su fugaz y
brevísimo plazo. Por consiguiente, no podrá gozar ninguna especie de
felicidad temporal que no esta acompañada de la esperanza de la felicidad
eterna. Si, pues, esta esperanza es independiente de todos los bienes de
fortuna; si ninguno de ellos es por su naturaleza capaz de darla; si sólo puede
existir en una conciencia tranquila, y esta tranquilidad sólo puede nacer de!
sentimiento de haber llenado la voluntad del supremo Legislador y aspirado
constantemente ala eterna recompensa que reservé a os justos, es indubitable
que sólo en la virtud hallará un medio de alcanzar la verdadera felicidad.
Estas verdades son tan claras, que todos las verían de bulto y sentirían su
fuerza si las tinieblas de a ignorancia y as pasiones notas oscureciesen y
debilitasen. Por lo mismo, y para darles el último grado de convicción, se les
hará ver: primero, cómo están contenidas en el apetito natural que tiene todo
hombre a su felicidad, porque el hombre no sólo apetece vehementemente su
bien, sino de tal manera it apetece, que no contentándose con una porción de
él por muy grande que sea, pasa continuamente de deseo en deseo, aspira a
poseer a mayor suma posible de bien, y a esta posesión solamente une la idea
de su felicidad; segundo, que con la misma vehemencia tiene una natural y
absoluta adversión al mal, dando este nombre a todo cuanto es contrario al
bien y de cualquiera manera te turba, le mengua o aleja de nosotros, de forma
que en el apetito al sumo bien se envuelve necesariamente la adversión al
mínimo mal; tercero, por consiguieren, que el objeto de la verdadera felicidad
debe ser infinitamente perfecto e infinitamente bueno y amable, esto es, debe
contener en sí, de una parte, el complemento de toda perfección, toda bondad,
y de otra, la repugnancia y exclusión de toda imperfección y todo mal. ¿Quién,
pues, no conoce que este
mente hacia Dios, único ser perfectísimo y fuera del cual no puede existir
ninguna especie de felicidad?
Y he aquí el centro de toda la doctrina moral y adonde deben ser conducidos
la razón y el corazón de los jóvenes, para que vean reunidos en él el sumo bien
con el último fin del hombre y el objeto de la virtud con el de la felicidad.
La ley que existe en el corazón del hombre, y que es la fiel expresión de la
voluntad del supremo Legislador, le conduce también al mismo Centro, y en él
tiene su complemento, porque no exige de nosotros sino amor a Dios, como
nuestro sumo bien. Es verdad que abran también el amor que debemos a
nosotros mismos ya nuestros prójimos; pero este amor está virtualmente
contenido en aquél, pues de él procede y a él debe encaminarse como a último
término de la virtud y la felicidad. No exige, pues, de nosotros sino lo mismo
que naturalmente apetecemos y lo que un ser racional no puede dejar de
apetecer, esto es, intenso amor al sumo bien.
Mas porque no se crea que éste es un círculo de palabras inventado para
componer un sistema, ni se mire como ociosa o repugnante una ley que sólo
manda al hombre lo que no puede dejar de apetecer, convendrá explicar con
claridad a los jóvenes este artículo por la naturaleza misma del ser humano.
Es una verdad constante que el Criador imprimió a todos los entes animados el
apetito de su felicidad para proveer a su conservación y perfección. Los brutos
siguen sin desvío la dirección de este apetito según la sola ley de su instinto, y
siguiéndola, hallan en el los medios necesarios para alcanzar aquel fin. Pero el
hombre, compuesto de dos sustancias entre sí diferentes, es movido, por
decirlo así, de dos diversos apetitos. El uno procede de] instinto animal, que
nos es común con los brutos, y por lo mismo se llama inferior; el otro, llamado
superior, procede de la razón con que el hombre fue distinguido entre todas las
criaturas. Sin combinar el impulso de estos dos apetitos, el hombre no puede
hallar la perfección de su ser, porque el primero le mueve solamente a buscar
el placer y evitar el dolor, sin considerar otra ley que la de su bienestar
presente y sin idea de otra perfección que la de la satisfacción de sus sentidos.
Pero el segundo, descubriéndole el fin para que fue
criado y presentándole la idea de un bien más real y permanente y de una
perfección más propia de su ser, le inspira el deseo de aspirar a ella y de
alcanzar la verdadera felicidad. El Criador, pues, hizo al hombre libre para que
pudiese merecer porsí mismo esta felicidad; pero al mismo tiempo dejó a su
albedrío seguir uno u otro apetito, y puso en su alma una luz capaz de conocer
la norma que debía seguir para moderar los ímpetus del apetito animal y
dirigir sus acciones al verdadero y sumo bien.
Así que, ambos apetitos nos mueven hacia nuestra felicidad; pero el apetito
animal, mirando sólo a lo que nos parece deleitable y provechoso, da impulso
a nuestras pasiones, y en vez de conducirnos, sueíe alejarnos de nuestro
verdadero bien, mientras el apetito racional, siguiendo la norma impresa en
nuestra alma, busca lo que es honesto y justo y no reconoce deleite ni utilidad
verdaderos donde no ve utilidad y justicia. Por lo mismo, en este apetito está
el principio de nuestras virtudes. Y he aquí cómo el deseo del sumo bien, en
que está cifrada toda ley natural, es el único principio de la perfección
humana, contiene en siel último fin del hombre y reúne en un punto el objeto
de la virtud y el de la verdadera felicidad.
Infiérase de aquí que, pues el primer precepto de la ley es el amor a Dios
como sumo bien —y este amor debe crecer en razón:
primero, de la alteza de su objeto; segundo, del número y excelencia de los
beneficios dispensados al hombre; tercero, de la grandeza de las promesas que
le hizo—el primer deber natural del hombre es perfeccionar este conocimiento
no sólo porque el amor a Dios, en que se cifra toda la ley natural, presupone
este conocimiento, sino porque tan infinita es la perfección de su ser, que no
puede ser conocido sin ser amado, y que tanto mas perfectamente será amado
cuanto sea más perfectamente conocido. Es cierto que el hombre eleva
fácilmente su razón hasta la existencia de Dios; pero lo es más aún que
extiende, engrandece y perfecciona esta idea a proporción que aplica su razón
a la contemplación de sus obras, del orden admirable que las enlaza y de los
fines de amor y bondad a que las destinó. ya conocer por aquí alguna cosa de
la omnipotencia, sabiduría y bondad infinita de su Dios. Y como el hombre
penetrado de esta idea no puede dejar de amarle con todas las fuerzas de su
alma ni dejar de depositar en el toda la confianza y todas las esperanzas de su
corazón, de aquí es que el hombre sea obligado a buscar y perfeccionar este
conocimiento hasta donde la ha de su razón alcance y en cuanto su estado le
permita. Y he aquí cómo se reúnen en un punto Central las tres primeras
virtudes morales del hombre, esto es, la fe, la esperanza y la caridad naturales,
y cómo la ética las debe presentar a los jóvenes mientras la doctrina cristiana
les descubre la alteza y carácter de estas virtudes como teologales y primeras
de nuestra religión.
También se infiere que el hombre es por naturaleza un ente religioso, y que
como tal le presenta la erica. Porque, ¿cómo podrá concebir alguna idea de las
infinitas perfecciones de Dios y de los inmensos beneficios que le dispensó sin
que, además de amarle y confiar en él, se considere obligado a tributarle un
humilde culto de adoración y de gratitud? O ¿cómo podrá ej hombre concebir
esta idea sin que sienta que esta adoración y culto de su Criador es una de sus
primeras obligaciones, y que su desempeño concurre a la perfección de su ser?
No se trata de un culto puramente interno, porque si cuanto es, cuanto puede,
cuanto tiene el hombre procede de la bondad de Dios, su adoración no sería
cumplida si no procediese de todas las facultades mentales y físicas y si no se
demostrase, además de los sentimientos internos de adoración y sumisión, con
actos exteriores de culto y de gratitud. Es verdad que la razón por si sola no
especifica ni determina con precisión los actos particulares de este culto
exterior; pero porque reconoce a Dios como autor y señor de todo lo criado y
como criador y singular bienhechor del hombre, no hay duda sino que dicta:
primero, que nuestro culto exterior debe ser un reconocimiento de su dominio
absoluto y su bondad infinita; segundo, que esta expresión debe ser decorosa,
humilde, agradecida; en suma, análoga, congruente de una parte con la
grandeza y bondad de Dios, y de otra con nuestra pequeñez y gratitud.
A poco que se reflexione sobre esta primera virtud del hombre religioso, se la
hallará colocada entre los entremos, contra los cuales conviene precaver desde
luego a los jóvenes. El primero es la impiedad, la cual, no conociendo años o,
para hablaron más propiedad, desconociéndole, ni le puede amar debidamente,
ni poner en ¿¡su confianza, ni mirarle como bien supremo y termino y
complemento de la felicidad. Tampoco le puede considerar
Como supremo Legislador, y entonces la ley natural, si acaso reconoce alguna
eí incrédulo, no será para él sino una ley de conveniencia o una colección de
máximas de mera prudencia humana, que seguirá sin escrúpulo o abandonará
sin remordimiento, según qué el interés momentáneo le dictase. Pluguiera a
Dios que no estuviese tan cerca de nuestras moradas y de nuestros días el
ejemplo de los horrendos males a que puede arrojarse este monstruo! A sus
ojos desaparece toda relacion entre el Criador y la criatura, y toda idea de
armonía y orden moral se disipa de la faz de la tierra. El interés sólo domina
sobre ella. Ningún principio de equidad y justicia asegura, ningún sentimiento
de honestidad y gratitud acerca, ningún vínculo de amor y fraternidad une a
los hombres entre sí. Cada uno existe aislado y para sí solo, y el interés
individual preporidera al bien, a la concordia y a la existencia misma del
género humano.
Con ideas y sentimientos del todo diferentes, la superstición produce males no
menos funestos cuando, so color de obsequio al Ser supremo, pretende
consagrar todos los errores del espirito y todas las ilusiones del corazón
humano. Porque ¿quién novera con espanto los horrendos e indecentes cultos
que estableció en Los antiguos pueblos y los atroces males y miserias a que
sujeta aún a los que se hallan en estado de barbarie o imperfecta cultura?
Sometiendo de una parte los hombres a vanas y ridículas creencias y a
horribles ilusiones y teniores.y de otra multiplicando sus leyes morales rituales
y las reglas de su conducta religiosa y civil, degrada a un mismo tiempo el
augusto carácter de la Divinidad y la dignidad de la especie humana, robando
a sus individuos hasta la escasa porción de felicidad que pudieran gozar en la
tierra. Hija de la ignorancia, es madre del fanatismo, sí acaso el fanatismo no
es la misma superstición puesta en ejercicio y arrojada por otro derrumbadero
a los mismos males que produce la impiedad.
El amor a nosotros mismos está virtualmente contenido en el amor al Ser
supremo, porque ¿cómo podrá el hombre amar de corazón a Dios, su Criador
y bienhechor, sin que se ame a
mismo, como natura suya y objeto señalado de su amor? Ni ¿cómo podrá
amarse así mismo con puro y verdadero amor sin que ame a este Ser
perfectísimo, a quien debe su existencia, que le colme de tantos beneficios y le
elevó a tan augustas esperanzas?
Y he aquí por qué este amor se supone, más bien que se manda en la ley, y por
qué ésta, más que a excitarle, se dirige a regir y moderar sus aficiones. Él es
connatural al hombre e inseparable de su ser, principio de perfección y medio
de su felicidad.
Así que, el amor propio, tan injustamente calumniado por algunos moralistas,
es en su origen esencialmente bueno, porque procede de Dios, autor de nuestro
ser. Y lo es en su término, pues que tiende siempre a la felicidad, cuyo apetito
nos es también innato. Debemos, pues, mirarle como una propiedad del ser
humano, inspirada por su divino Autor, y por lo mismo esencialmente buena.
Y si esto es así, también serán esencialmente buenos los objetos que apetece
este amor, porque su término es la posesión de los bienes que perfeccionan
nuestro ser. Si se trata de aquellos que constituyen esta perfección y están
identificados con el último fin y felicidad del hombre, esto es, de los bienes
internos y sobrenaturales, ya se ve que son el más digno objeto de nuestro
amor propio, como que son tos únicos bienes puros y exentos de todo mal.
Empero, aunque los bienes naturales y externos sean demás humilde y frágil
condición y en ellos quepa mucha liga y mezcla de mal, todavía pueden
concurrir a nuestra perfección, y para esto nos son dispensados por el supremo
Bienhechor. Es verdad que estos bienes tienen más analogía con la felicidad
temporal que con la eterna del hombre, y que por lo mismo abusa mis
fácilmente de ellos nuestra corrompida naturaleza. Mas pues que Dios nos ha
dado derecho a una y otra felicidad, y ellos virtuosamente poseídos y
dispensados son medios de alcanzar una y otra, visto es que deben ser mirados
como bienes reales y esencialmente buenos.
Así que, los males y desórdenes a que nos conduce el amor propio no sonde
atribuir a su esencia ni a la de los objetos a que apetece, sino al exceso con que
los apetece y al abuso que hace de ellos en su fruición y empleo, cuando
extraviados, por la depravación de nuestra naturaleza, del fin de perfección
para que nos fueron dados, los buscamos o gozamos en sentido contrario del
mismo fin. Por esto, cuando el amor propio, sin consideración a la norma
impresa en nuestras almas para moderar sus aficiones, nos arrastra en pos de
una felicidad puramente mernida y ajena, de la dignidad de nuestro ser, es
claro que, lejos de
perfeccionarle, lo corromperá y alejará de la verdadera felicidad. Empero, si
obedeciendo al apetito superior, regula nuestras determinaciones por el
consejo de la razón sana y sensata y nos conduce al sólido y verdadero bien,
entonces será el verdadero principio de perfección y el más poderoso medio de
la felicidad humana. Los bienes naturales se pueden reducir a cuatro objetos:
la vida, la fama, la hacienda y el placer; y nada probará mejor lo que habemos
dicho que la consideración del uso y abuso que puede hacer el amor propio de
cada uno de estos bienes. Bien empleados sirven al desempeño de nuestros
deberes y al ejercicio de la más recomendables virtudes; mal empleados,
fomentan los vicios mas vergonzosos y nos alejan de nuestro último fin. Por
eso el Criador, al mismo tiempo que nos dió derecho a su posesión y nos
inspiró ej deseo de ellos, nos impuso la obligación de emplearlos conforme a
aquel fin, como medios de alcanzar la verdadera felicidad.
La vida es el don más precioso que hemos recibido de su mano, y no sólo
podemos amarla, sino que debemos conservarla y perfeccionarla conforme al
fin para que nos fue dada. Debemos, por consiguiente, buscar todo lo que
conduce a esta perfección, a saber: primero, la salud, la fuerza, la agilidad, la
destreza corporal y el buen uso de nuestros sentidos, pues que en esto se cifran
los medios de socorrer nuestras necesidades y las de nuestros prójimos, y, por
consiguiente, constituye nuestra perfección física; segundo, debemos cultivar
las facultades de nuestra alma, ya facilitando el más recto uso de nuestra
razón, ya ilustrando nuestro entendimiento y memoria con conocimientos
necesarios y útiles, ya rectificando nuestra voluntad con sentimientos y
hábitos virtuosos; todo lo cual constituye nuestra perfección moral y nos
conduce al mismo fin. Así que, del amor a la vida nace la previsión para
buscar todo el bien y huir todo el mal que se refiera a ella la actividad y
amoral honesto trabajo, la frugalidad y parsimonia, la moderación y templanza
en el placer, la constancia en el estudio y observación, y esta venturosa
curiosidad, que nos lleva constantemente hacia la verdad, y haciéndonos
buscar con insaciable afán cuanto es sublime, belio y gracioso en el orden
físico, y cuanto es honesto, provechoso y deleitable en el orden moral, es
fuente de verdadera sabiduría y principio de la mayor perfección que puede
alcanzar nuestro ser.
Pero nada le aleja más de esa perfección que el desordenado amor a la vida.
De él nacen la pereza, La ociosidad, la indolencia, la acedia, la molicie, la
afeminación, la cobardía, la indiferencia en los males ajenos, el abandono de
los deberes propios y, en una palabra, aquel desenfreno de nuestros deseos
que, enflaqueciendo nuestras fuerzas físicas, entorpeciendo nuestra razón y
corrompiendo nuestra voluntad, nos sepulta en perpetua torpeza e ignorancia,
y nos expone a los errores y excesos que más degradan la dignidad de nuestro
ser.
Después de la vida, es la fama el bien más codiciado de nuestro amor propio,
así por el placer que hallamos en el aprecio ajeno, como por las ventajas que
nos proporciona en el curso de nuestra vida. El deseo de adquirirla,
conservarla, aumentarla, es uno de los reguladores de las acciones humanas, y
cuando no su primer móvil, jamás deja detener en ellas algún influjo. Mozos y
viejos, ricos y pobres, sabios e ignorantes, todos aspiran a distinguirse, aunque
por diversos caminos. Pero el hombre de bien mira a reputación y el buen
nombre como su más precioso patrimonio le considera como legítimo fruto de
su buen proceder y le estima como el único cuya posesión es independiente
del poder y la fortuna. Por lo mismo que este bien no reside en nosotros, sino
en la opinión ajena, nos mueve poderosamente hacia el merito que la concilia;
y mientras nos hace cultivarlas dotes y talentos que recomiendan nuestra
persona, regula nuestra conducta pública y privada por aquellos principios de
honor y probidad que granjean la aprobación y benevolencia general. El
hombre poseído de este deseo todo lo emprende, todo lo sufre por alcanzarle.
Él ha inspirado las ilustres hazañas y las heroicas virtudes que tanto realzan la
dignidad del hombre, y ha sido siempre uno de los más activos y constantes
principios de la perfección de su especie.
Pero este deseo de excelencia y superioridad se desordena cuando,
desdeñando la luz y el consejo de la sana razón, se deja arrastrar hacia la yana
gloria, ¡Qué de guerras no ha encendido, qué de laureles no ha ensangrentado,
qué de naciones no ha desolado esta furiosa pasión de gloria militar, cuyo
falso esplendor tanto deslumbra a los mismos infelices pueblos a quienes tanta
sangre y lágrimas hace derramar!
No menos funesto ha sido el desenfrenado deseo demando, de
autoridad, de influjo, a que llamamos ambición. Siempre ocupada en serviles
adulaciones para captarse el favor, o en insidiosas maquinaciones para
sorprenderle; siempre irritada por la envidia, acompañada del odio y seguida
del espíritu de venganza, persigue el mérito modesto, cuya concurrencia teme;
persigue la inocencia, cuya pureza y candor la corren, y persigue a la virtud,
cuyo modesto esplendor la desluce. Del mismo deseo de excelencia nace este
lujo insensato, azote de las naciones cultas, que devora la fortuna pública y
privada. Él es el que, a falta de prendas y mérito real, busca la superioridad y
la gloria en la vana ostentación de galas y trenes, ricas preseas y muebles
exquisitos, profusiones y gastos que satisfacen el capricho de unos pocos
hombres ociosos e inútiles a costa del sudor de innumerables familias, y él es
también el que, elevando de clase en clase el contagio, inspira a las humildes
el deseo de remedar a las más altas, aumenta las necesidades de todas,
corrompe sus costumbres. consuma su miseria y la ruina del Estado. De él
nace, en fin, esta vana y ridícula afectación de mérito, de virtud, de valor, de
nobleza y de ingenio, que infesta las sociedades con tantos hombres
vanagloriosos, hipócritas, baladrones, quijotes o charlatanes, y tanto degrada
la perfección humana.
Del amor a nosotros mismos procede el amor a la hacienda, cuyo nombre
abran todos los medios de proveer a nuestras necesidades y comodidades. El
deseo de adquirirlos conservarlos y aumentarlos por vías lícitas y honestas es
en eí hombre un principio de perfección, y por lo mismo esencialmente bueno.
Por él provee a su sustentación y a la de cuantos la naturaleza ola sociedad
pone a su cuidado, y de él depende en gran parte el bienestar de unos y otros.
Como el primer móvil de su industria, él ha inventado las artes prácticas, que
multiplican y diversifican estos bienes; ha investigado, descubierto y ordenado
en sistema de ciencias los conocimientos útiles, que promueven el
adelantamiento de estas artes, y se ocupa incesantemente en perfeccionar unas
y otras. Como regulador de la economía doméstica y social, dicta la vigilante
previsión y prudentes máximas que dirigen la conservación y dispensación de
las fortunas pública y privada; y en este sentido es uno de los principios más
activos de la prosperidad de los Estados y de las familias. Éí facilita al hombre
los medios y aumentar mentales, los de satisfacer aquellos puros e inocentes
placeres que hacen más dulce la vida, y, sobre todo, los de ejercitar aquellas
virtudes benéficas, sin las cuales las los medios de aumentar y perfeccionar
sus facultades físicas y sociedades políticas no serian más que congregaciones
de fieras, y la especie humana una raza inmensa de salteadores y miserables.
Mas cuando la razón no regida por ¡os principios de la ley este amor, ya sea en
la adquisición, ya en la posesión, ya en la dispensación de los bienes de
fortuna, su desorden produce los vicios y males más funestos. El deseo
inmoderado de adquirir engendra la codicia, cuya sed insaciable, absorbiendo
en el hombre todos los principios de su actividad, le arrastra hacia todos los
medios de saciarla, por inicuos y reprobados que sean. Fraudes mentiras,
usurpaciones, logrerías, infidelidades, cohechos, sobornos; en una palabra, la
prostitución de todas las ideas de justicia y de todos los sentimientos de
honestidad son compañeros inseparables de este monstruo, y la fuente más
copiosa de corrupción y de miseria.
Otros dos vicios entre sí repugnantes suelen acompahar la codicia y aumentar
sus estragos; de una parte, la sórdida avaricia, que adquiere sólo paraatesorar,
y atesora sólo para adquirir; que, insensible a los males ajenos, y aun a los
propios, va siempre en pos de un bien cuya bondad y usos desconoce,
convierte la opulencia en penurias y se hace mártir voluntario de un temor que
crece a la par que su segixridni. De otra, la prodigalidad insensata desperdicia
los bienes con la misma locura que los apetece; devora después de los suyos
los ajenos, y disipando unos y otros sin razón ni objeto, por lo menos en
objetos indignos de la razón humana, sigue siempre una ilusión, que siempre
se le aleja, y va siempre tras de una sombra de felicidad, que nunca alcanza.
No les anda lejos la furiosa pasión del juego, la única que ha sabido hacer el
monstruoso maridaje de la avaricia y la prodigalidad, pasión que absorbe todas
las demás, que agita en la juventud y enloquece en la vejez, que busca siempre
su felicidad en la fortuna, y la fortuna en el camino que conduce más breve y
seguramente a su ruina. En suma, el apetito desordenado de estos bienes,
corrompiendo y extraviando el interés individual del hombre, convierte el
principio más activo de perfección social
en el instrumento más funesto de corrupción, de iniquidad y de miseria
pública y privada.
Pero ninguna propensión del amor propio es más poderosa que la que tiene
por término el placer. Ella es acaso la única, la primera del hombre, que
envuelve en sí todas las demás. Por el placer buscamos la gloria, y por él
deseamos la riqueza. Por él vencemos nuestra natural aversión al dolor, y le
sufrimos, y por él, en fin, aventuramos muchas veces esta misma vida, que
queremos beatificar con él, y que sin él nos parece grave y molesta. Por su
medio nos conduce el Criador a nuestra conservación, haciendo que el placer
sea inseparable de la satisfacción, y el dolor de la privaci6n de nuestras
necesidades. De ahí es que el comer, beber, ejercitar nuestras facultades
físicas, descansar y dormir sean a un mismo tiempo las primeras necesidades y
los primeros placeres del hombre. Sin ellos ninguno conservaría su vida; con
ellos vive contenta la mayor parte de la especie humana.
De aquí proviene la vehemencia con que el hombre se mueve hacia esta
especie de bien y la facilidad con que abusa de él. Entre el uso y el abuso de
los objetos deleitables no hay más que un paso, y este paso le da la ilusión del
placer. El descode comer declina en gula. y eí de beber en embriaguez; el de
ejercicio pasa a brutalidad, como se ve en la caza, en las luchas y juegos
violentos y en los excesos de la lujuria; ye de descanso y sueno cae en torpeza
y torpe poltronería. Pero en estos excesos ya no hay verdadero placer, porque
consistiendo en la satisfacción de alguna necesidad, es preciso que acabe el
placer donde empieza el exceso en la fruición; esto es, cuando lo que
apetecíamos para nuestra conservación empieza a convenirse en daño y ruina
de nuestro ser.
Por este principio se pueden calificar los demás placeres de los sentidos, pues
que todos los objetos que los afectan agradablemente pueden conducir a
nuestra conservación o perfección. Hay, pues, alguna relación de necesidad
entre ellos y nuestro ser, en cuya satisfacción consiste el placer que nos
causan. El Criador derramando en torno de nosotros tanta abundancia y
variedad de bienes, dotándonos de la aptitud necesaria para convertirlos en
nuestro uso y provecho y en nuestra comodidad y regalo, y excitando nuestra
actividad hacia ellos por medio del placer,
que hizo inseparable de su fruición, quiso que fuesen para nosotros un medio
de perfección y de felicidad. Así es que nuestro apetito naturalmente se dirige
a la bondad que descubre en ellos, y esta bondad es siempre relativa a nuestra
perfección porque es la idea de la conveniencia que hay entre ellos y alguna
especie de necesidad nuestra. Cuando, pues, regulamos el uso estos bienes por
su bondad, esto es, por la necesidad, que término de su conveniencia, su
fruición conduce a nuestra conservación o perfección, y nos da un verdadero
placer; cuando abusamos de ella desaparece su bondad, y con ella placer.
 "
La madurez, el talento y la sabiduría no tienen ni edad, ni sexo, ni jerarquía.

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #772 en: 01 de Diciembre de 2011, 23:11:19 pm »
"Otra especie de placer producen en nosotros los objetos exteriores, en el cual
el ministerio de los sentidos se red simplemente a pasar a nuestra alma las
impresiones que reciben de ellos. Este placer pertenece esencialmente a
nuestra alma, ye sola es capaz de juzgarle, así como de sentirte. Este placer
refiere también a una necesidad primaria, pero no del cuero; sino del alma; tal
es el de ejercitar y perfeccionarías facultades, la cual puso el Criador un medio
de conservación y perfección una vehemente curiosidad, que nace con
nosotros, se desenvuelve con nuestra razón, y nos lleva por todo el curso deja
vida ha lo nuevo y lo desconocido. Cuanto existe nos interesa y llama nuestra
atención. Quisiéramos saber la naturaleza y propiedad de todas las cosas, por
qué y para qué existen, descubrir causas y sus fines, y penetrar todas las
relaciones que las unen o nuestro ser, entre sí mismas o con el orden general
del universo. Por estas relaciones juzga nuestra alma de la bondad de cada ir
esto es, de su perfección, y se deleita en conocerla y descubrirla ellas.
Y he aquí la razón del placer que produce en nosotros percepción de la belleza
de los objetos exteriores, y la única que puede dar de la misma belleza. Donde
quiera que la percibimos nos arrebata en pos de sus encantos. No sólo nos
deleita en objetos mismos, sino también en su imitación. Aun parece que ésta
se deleita más suavemente nuestra alma, sin duda porque a idea de la
perfección que se refiere a cada objeto se agrega la perfección del arte con que
está imitado. ¿Puede ser otro elorig¡ del placer que nos dan la pintura y demás
artes del diseño, las narraciones históricas, la poesía descriptiva, la música
melodiosa
y el baile pantomímico? ¿Y cuál otro se puede dar de este vivísimo deleite que
nos hacen sentir las representaciones dramáticas, sino porque reúnen en sí la
imitación de todas las bellezas que pueden herir nuestros sentido se interesar
nuestra alma?. Aun por eso el teatro sería el espectáculo más digno del
hombre, si la ignorancia y la malicia no conspirasen a una a corromperle y
desviarle de su fin.
Pero del mismo origen procede otro deleite más puro y de más alto orden: este
dulcísimo y delicioso placer que excitan en nuestra alma la verdad y la virtud.
Nuestro apetito respecto de ellas crece en razón de su conducencia a nuestra
perfección, y por consiguiente, de su necesidad. Nacemos en absoluta
privación de una y otra; pero el Criador, para movemos hacia ellas, encendió
en nosotros una luz capaz de conocerlas, un activo deseo de alcanzarlas y un
sentido íntimo de sus relaciones con la perfección de nuestro ser y nuestra
felicidad. En efecto, solo el honre en medio de la inmensa naturaleza, y
cercado de tantas necesidades y peligros, ¿cómo sería feliz sin conocer ‘os
objetos que le rodean? He aquí el origen de su curiosidad hacia ellos, por qué
observa sus propiedades, por qué busca tarazón ye1 término de su existencia y
por qué indaga las relaciones de utilidad y agrado que hay entre cada uno y su
propio ser, y por qué siente un placer tan puro en descubrirlas. Cuando, pues,
busca el hombre tan ansiosamente la verdad, la busca como un medio
necesario de perfección y felicidad.
Pero no se satisface con la serie de verdades físicas, que son objeto de las
ciencias naturales, sino que busca otras de superior orden y más de su
naturaleza. En las causas eficientes y finales de los fenómenos busca las leyes
generales que los producen, el orden que enlaza todos los seres, el fin general
a que son destinados y el lugar y dignidad que de cupo en esta admirable y
magnífica creación. Entonces, conociendo el fin de su existencia, se abre a sus
ojos la gran cadena de relaciones morales que desde el supremo Autor corre
por todo el universo, y une su ser con la inmensa cadena de los seres que
abraza. Ea estas relaciones vela norma de sus acciones; ve todos los príndpios
de honestidad y todas las reglas de conducta; ve que su felicidad se cifra en la
conformidad de sus acciones con el fin particular de su existencia y con fin
general de todas; esto es, con la voluntad del Supremo
Hacedor; ve en fin, la virtud. Un sentido íntimo le hace conocer su belleza y
sentir los atractivos que la hacen amable. Entonces, lanzándose en pos de su
divina imagen, suspira por el alto grado de felicidad que juzga inseparable de
su posesión. ¿Quién será el hombre tan desgraciado que no haya sentido
alguna vez este purísima deleite que deja en el alma el descubrimiento de una
verdad útil o de una verdad provechosa? Y en medio de este caos de error e
iniquidad en que anda envuelta la especie humana, ¿quién no descubre el
esplendor con que brillan la verdad y la virtud? Cuando no hubiese tantos
testimonios en favor de ellas, sería bastante el de esta ambiciosa hipocresía
con que buscan y remedan sus apariencias los mismos que la insultan.
De aquí se puede deducir una regla harto segura para calificar los
movimientos del amor hacia el deleite, de cualquier especie que sea.
Gobernados por el dictamen de la sana razón, y dirigidos a la satisfacción de
alguna necesidad que los refiera a la conservación o perfección de nuestro ser,
producirán un placer verdadero, serán conformes a la naturaleza humana, y,
por consiguiente, buenos. Empero, si arrastrados de la ilusión de los sentidos o
extraviados por los errores de la razón, buscan y siguen el deleite con el fin de
nuestra existencia, entonces ya en lugar de la realidad hallarán solo una
apariencia, una sombra de bien y de placer, y, lejos de conducirnos a nuestra
felicidad, sólo serán causa de nuestra perturbación y nuestra ruina.
En efecto, ¿hay algún hombre sensato que pueda creer conformes a la norma
de honestidad y a la idea de perfección, que están grabadas en ej alma
humana, la perturbación y delirios de la embriaguez y a voracidad y
embrutecimiento de la glotonería? ¿ Lo serán la torpe inmundicia del
lujurioso, los raptos de inquietud y de despecho del jugador, ni la melindrosa
flaqueza y absoluta inutilidad del hombre revolcado en las sensualidades? Y
sin la serie de afanes que preceden, de sobresaltos que acompañan y de males
y angustias y remordimientos que suceden al furor de estas pasiones, ¿quién es
el que puede ver en ellas la menor idea de verdadero deleite? ¿Quién la más
remota relación de conveniencia con nuestra naturaleza, ni con la del sumo
bien, cuyo apetito está grabado en nuestras almas?
De esta regla, que es aplicable al uso y al abuso de todos los bienes que el
hombre apetece, se deduce una de sus primeras
obligaciones, que es la de conocerse a sí mismo. Porque sin este
conocimiento, su razón, falta de luz y discernimiento, no podría dirigir su
amor propio ni moderar sus ímpetus. Debe, pues, observar la naturaleza de su
ser, y la de la propensión con que nace a conservarle y perfeccionarle; las
necesidades a que nace sujeto, y los objetos aquese refieren, y las facultades
deque fue dotado para proveer a ellas. Debe investigar el origen y último fin
de su existencia, y los medios que tiene en su mano para llegar a esto, y el
grado de perfección a que pueden conducirle. Debe, finalmente, conocer el
auxilio y los estorbos que sus apetitos pueden presentarle para alcanzar esta
perfección, y la línea en que los debe contener, para que no le alejen de ella y
de la felicidad, que es el verdadero término de todos ellos.
Diráse acaso que pues a ley o norma de nuestras acciones está grabada en
nuestra alma, ella contendrá en sí este conocimiento, y podrá suplir por el
estudio de nuestro ser, pero reflexiónese que esta norma no nace con nosotros
formada y desenvuelta, sino que nuestro espíritu nace con toda la aptitud
necesaria para conocerla, discernir sus dictados y dirigir según ellos nuestra
conducta. Es, pues, necesario cultivar las facultades que constituyen esta
aptitud, y perfeccionar el discernimiento que resulta de su ejercicio, o cual
sólo se puede hacer por medio del estudio de nuestro propio ser. En él ve el
hombre las relaciones que hay entre el Ser Supremo y los demás seres que le
rodean, y ve el lugar y funciones que le fueron señalados en el orden general
de a creación. De aquí deduce el conocimiento de sus derechos y obligaciones,
y concluye que sólo llenando fielmente éstas y cuidando de no traspasar
aquellos puede alcanzar su perfección y felicidad, y concurrir ala felicidad
general, que están contenidas en el mismo orden.
Por último, por el estudio de sí mismo se elevará no sólo a la verdadera idea
de la virtud, sino también a la de aquellas modificaciones que se refieren a su
conducta pública y privada, y que se distinguen con Los nombres de virtudes
particulares. Hallará que la conformidad de sus acciones con ellas constituye
la perfección de su ser, pues que ellas contienen la expresión individual de la
voluntad del Supremo Legislador; y, en fin, hallará una íntima convicción de
que sólo este camino le puede conducir al sumo bien, el último término de su
felicidad.
 "

Esto fue lo que pensó uno de los grandes precursores de la educación pública, liberal, nada sospechoso de fundamentalista católico.

¿Qué vale frente a eso esa basura de adoctrinamiento nacionalista y socialista que es Ciudadanía?
La madurez, el talento y la sabiduría no tienen ni edad, ni sexo, ni jerarquía.

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #773 en: 06 de Diciembre de 2011, 22:38:37 pm »
O sea, resumiendo: que los catedráticos, como suelen ser gente próxima al poder, pues ocultan en sus manuales los grandes casos mediáticos que echan por tierra sus teorías de que la Justicia es independiente, etc. Que hablan como si no existieran los Pascuales Sala, Garzones, Bermudezs, como si no estuviera todo el pescado podrido y vendido.

Y eso es muy peligroso decirlo... muy pero que muy peligroso. Entonces Palangana está más con el oficialismo de manual de los catedráticos, que por ejemplo lo pueda estar yo. Yo estudié, ponía lo que había que poner, mientras me reía por lo bajini y pensaba... ¡Ya! ¡Lo que yo te diga! ¡Y voy yo y me lo creo! ¡Por aquí! Pero hay otros que se lo creen a pies juntillas... 

Resumen: oficialismo político y académico.
La madurez, el talento y la sabiduría no tienen ni edad, ni sexo, ni jerarquía.

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #774 en: 22 de Diciembre de 2011, 17:19:55 pm »
Joer después de tirar de ruedecilla del ratón viene el colega con: ' o sea, resumiendo'... pues bien podrías haber osearesumiendo tres mensajes más arriba.
«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #775 en: 21 de Agosto de 2012, 00:58:23 am »

El sexo, antes en la privada
 


Un informe reseña que los estudiantes de centros privados se inician antes en las relaciones sexuales

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Pues sí resulta llamativo, sí. Más teniendo en cuenta que los concertados-católicos entran dentro de lo que denominamos enseñanza privada...

Será por eso que quieren privatizar la educación, para enseñarles a que chinguen antes de que les salga los dientes... :D

"quotquotLA EDUCACIÓN NO ES UN GASTO. ES UNA INVERSIÓN"quotquot

Desconectado fcalero15

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #776 en: 21 de Agosto de 2012, 19:52:12 pm »
Si los jóvenes de la privada joden antes...los de los coles de curas joden antes que nadie... La represión es lo que tiene aunque todo pudiera ser que las cosas hubieran cambiado desde que yo tuve la "fortuna" de asistir a un cole de curas...auqnue si hablamos de cosas católicas y curas y peña de esta lo más probable es que no haya posibilidad de cambio y la vida siga igual...
«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #777 en: 22 de Octubre de 2012, 10:43:00 am »
fcalero lo que se ha enseñado en los años de zparo es muy fuerte, se le inducia a la promisciudad y al homosexualismo desde edades temprenas, algo punible con el códogo penal en la mano. Recuerdo un video de la consejeria de salud calalana cuando el tripartito que se veia a un calvo dandole por culo a un niño de 12 años como ejemplo de que habia que expolrar todas las practicas sexuales para decidir que te gustaba.Solo te dire que en el cole de mis hijos, La Salle, hay muchos hijos de psoistas, lo cual no entiendo. Me imagino que pensarán:"Es bueno que les enseñen a Fornicar por todos lados y formas posibles cuanto antes, PERO A MI HIJO LE LLEVO DONDE LE ENSEÑEN MORAL CRISTIANA Y NO LE ENSEÑEN GUARRADAS. No se si tienes hijos Calero y si usas esa filosofia con ellos, pero te diré que yo pienso que a los niños no hay que enseñarles nada, que hay que dejarles con sus propios procesos y descubrimientos, que no es bueno reprimirlos en exceso pero tampoco enseñarles todo a los doce años. Los adultos cuanto menos intervengamos en ese proceso mejor. pues cada niño tiene su propio ritmo de maduración. Sera que no soy progresista, pero no me veo enseñandole a mi hijo de12años como se fornica y diciendole que tambien tiene que explorar la homosexualidad por si acaso. Y LO QUE NO LO QUIERO PARA MIS HIjOS NO LO QUIERO PARA LOS DE LOS DEMÁS.

Desconectado pacuanto

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #778 en: 23 de Enero de 2013, 07:46:32 am »
La Junta de Andalucia recupera parte de los contenidos de la EpC,

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(¡¡aún queda esperanza¡¡)
"quotquotEn el límite del bien y del mal"quotquot

Desconectado fernandolorenzo

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Re:Educación para la ciudadanía
« Respuesta #779 en: 23 de Enero de 2013, 09:48:31 am »
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La Junta de Andalucia recupera parte de los contenidos de la EpC,

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(¡¡aún queda esperanza¡¡)
Siempre que se atengan a la Constitución y no se utilice para corromper a los menores, cosa penada por el Código Civil, absolutamente de acuerdo.
Yo lo tengo claro, si un imbécil se dedicara a enseñar porquerias a un hijo mio, deseará no haberlo hecho cuando yo tenga la "charla aclaratoria" con él.