M_sgh
Interesantísimas tus referencias a textos bíblicos. Es muy normal que no se rebatan tus argumentos. Una lástima… Me ha gustado tu intervención seria y sensata.
¡Qué error tan grande decir -al referirse al aborto- que hablamos de una “persona” o de un feto! Es lo de siempre: se mezclan churras con merinas. Los núcleos del espermatozoide y del óvulo se fusionan formando el cigoto. Se inicia un proceso complejísimo. Más tarde, denominaremos embrión a aquel cigoto cuando está más desarrollado, y es un organismo pluricelular. De modo que al principio son 2 células, luego 4, 8, 16, etc. hasta formar la mórula que es de un tamaño (dicen) no superior al punto que aparece al final de esta frase. A los 4 días la mórula se dilata y ahueca para formar el blastocito. El blastocito no tiene órganos ni atributos humanos. No es más que un conjunto esférico e infinitesimal de células indiferenciadas, un muy lejano proyecto de ser humano. Quienes están en contra del aborto dicen “persona” para conmovernos. ¡Un conglomerado simple de células! Ni siquiera hay ADN. Tampoco tiene alma. Requisito éste indispensable para considerar a alguien una persona. Si los paquetes de células tuviesen alma, deberíamos llegar al absurdo de que el alma es divisible. Milagro de la ciencia: multiplicación indefinida de almas. En ocasiones 2 embriones (que en principio están llamados a ser 2 mellizos o gemelos) se fusionan en un solo sujeto para formar una quimera genética, llamada así porque una parte de sus células llevan el genoma de uno de los frustrados mellizos, mientras que las restantes portan el del otro. ¿Fusión de almas? Imposible, porque el alma es una. Pero esto sucede y es la naturaleza la que comete semejante atropello. Los teólogos aseguran que el alma es inmortal, indivisible, imperturbable ante el bisturí, imposible de fusionar dos en una; entonces, necesariamente, se trata de material biológico sin alma y, en consecuencia, no habría problemas éticos en manipularlo. Pero sí los hay, dicen los teólogos. Con la metafísica y el verbo se hace toda clase de malabares lógicos.
A fin de definir el tránsito de la vida a la no vida, esto es, de la vida a la misma nada, la ACTIVIDAD CEREBRAL es el indicador aceptado por casi todo el mundo civilizado. Por eso, una vez desaparecida la actividad cerebral de una persona, caen los cirujanos sobre el “cadáver”, con su corazón aún latiendo, para beneficiarse de sus órganos sanos y, por medio de un transplante, alargar la vida de un paciente. Por otro lado, se sabe que el embrión en sus primeras etapas no tiene actividad cerebral, ni siquiera posee cerebro, luego es posible alegar que todavía no es un ser humano. Las autoridades religiosas y muchos laicos se oponen a la llamada píldora del día siguiente, aduciendo que después de la fecundación, el óvulo ya no es una simple célula, sino un ser humano en potencia, provisto de alma, por lo que cualquier intento por evitar que se inicie el embarazo significa el asesinato de una persona. También se oponen, por idéntica razón, a cualquier manipulación del embrión, aunque esté destinado a salvar otras vidas; es decir, cuenta para ellos más la vida del embrión, que la de un ser humano ya formado. Que es un atentado contra la dignidad humana y un irrespeto a la vida, dicen otros, muy serios.
Pero… se olvidan imperdonablemente de la vida de la madre, este sí un ser humano, no un proyecto en desarrollo. Por eso debemos señalar a todos aquellos que en nombre de una moral sin fundamento serio cometan tan graves atropellos contra las mujeres y contra la dignidad de la vida. Y, para colmo de la desfachatez, que lo hagan en nombre de la dignidad de la vida. A los que meten en el mismo costal todos los abortos, conviene recordarles que los niños afectados del síndrome de Lesch-Nyhan (detectable antes del nacimiento), uno de los defectos genéticos más horrorosos, sienten compulsión por automutilarse, se arrancan a mordiscos los labios y los dedos, se queman deliberadamente con agua caliente, y no dudan en atravesarse sus propios ojos con cuanto objeto punzante caiga en sus manos. Son capaces de causarles heridas serias a las personas que los cuidan. Y, pese a los esfuerzos de los padres, siempre terminan temprano el calvario de su paso por este mundo. En épocas antiguas, a estos niños se los consideraba poseídos por el demonio. Los niños anencefálicos no tienen posibilidad de sobrevivir a la infancia. Les van a demandar a sus madres sufrimientos morales y físicos inenarrables. Los niños afectados de epidermolisis ampollosa mantienen el cuerpo cubierto de ampollas, producidas con los roces. A estos niños no se los puede ni coger porque en los puntos donde se les haga presión se les desprende la piel o se les ampolla. Nunca pueden gatear, correr o jugar, debido a la fragilidad incurable de su epidermis. Al tratar de bañarlos, gritan de dolor ante el solo contacto con el agua, y únicamente pueden consumir líquidos, pues las llagas aparecen también en el esófago. Sobra decir que los sufrimientos del niño y de sus padres son de pesadilla. Y esta es apenas una muestra pequeña de las taras dolorosas que acechan en el genoma, y que son evitables con un aborto a tiempo. Pero es un delito, dicen, y a la cárcel con la pobre mujer. Otros creemos que sí es un delito, pero el hecho de IMPEDIR que se lleve a cabo la interrupción del embarazo, cuando de él se deriva una persona que va a causar enorme sufrimiento a su familia y a él mismo. ¿No es inmoral permitir que a este valle de lágrimas lleguen niños con semejantes defectos? Es un error craso meter en el mismo bolsillo de las prohibiciones el aborto de un óvulo acabado de fecundar y el de un niño sano y listo para nacer. Y también lo es meter en el mismo bolsillo el aborto de un bebé defectuoso, que de superar el parto llevaría una existencia dolorosa y la haría igualmente dolorosa a sus padres. Es civilizado, para los que no tenemos prejuicios religiosos, propiciar el aborto de un niño fruto de una violación. Pensamos que es un irrespeto grave contra la dignidad de la mujer que ha sufrido semejante vejación, y una forma de quitarle la libertad, al obligarla a dar a luz un bebé que no desea. Es, a todas luces, un acto punible: no el aborto, sino el hecho de impedirlo. El más pobre sentido común descubre estas verdades, siempre que no se tenga el cerebro troquelado por las enseñanzas morales recibidas en la niñez. Más aun, es un crimen de lesa humanidad, y se debe sancionar, el impedir un aborto que signifique el nacimiento de una criatura destinada a soportar sufrimientos insoportables.
La tortura es uno de los crímenes más horrendos, nadie lo discute. Se pregunta uno, ¿no es equivalente a una tortura obligar a una mujer a gestar y criar a un niño con epidermolisis, siempre en carne viva, o con el síndrome de Lesch-Nyhan, lleno de heridas autoinfligidas, situación que le pone los pelos de punta al más fuerte? ¿Se concibe una tortura mayor que la que deben padecer padres e hijo en tan aterradora situación? ¿Dónde están los sentimientos humanitarios de los que se oponen al aborto a tiempo? O, ¿será que la moral de ellos está reñida con la sensibilidad más primitiva? ¿No está al mismo nivel de un torturador aquel que obliga a la madre a dar a luz criaturas con defectos insufribles, cuando son evitables? ¿No es un monstruo aquel ciudadano que se oponga al aborto en estos casos?
En Europa, estudios comparativos del desenvolvimiento del aborto han demostrado que la legalización o liberación del mismo no produce un aumento en su incidencia. El índice de abortos no depende de la legalización, sino de otras condiciones como la disponibilidad de servicios anticonceptivos y educación sexual. En muchos países de Europa Central y del Este, las cifras de aborto no han disminuido luego de la legalización, porque la anticoncepción y la educación sexual siguen siendo muy pobres. En varios países de Europa Occidental en los que la legalización vino acompañada de un fuerte ímpetu para la educación sexual y los servicios de anticoncepción, las cifras de abortos comenzó a bajar tras la legalización.
El derecho al aborto no es sólo el más importante de los derechos reproductivos, sino uno de los derechos más importantes para las mujeres. El aborto es la piedra de toque de muchos otros derechos y si éste se pone en cuestión o no es reconocido en absoluto, o sólo medio reconocido, lo que está en juego es el derecho de todas las mujeres a ser dueñas de sí mismas, a sus cuerpos, a ser libres en definitiva. La moral concierne a los humanos, y sus normas deben ser decididas por mutuo consenso. Como esto es imposible, se hacen convenios locales. Así funcionan las normas del código penal. Y las normas éticas se deben fundamentar en la moral que traemos escrita en el genoma, para sobre ella superponer reglas que consideramos razonables y justas. Aquellos que no tenemos el lastre de poseer una religión, decidimos nuestra vida moral por principios racionales, sencillos, dentro de los cuales el “fin muchas veces sí justifica los medios”. Aceptamos que una conducta no debe causar sufrimiento al prójimo, y que una acción que no cause daño a alguien externo a nosotros es asunto personal llevarla a cabo o no. Así mismo, sentimos el deber de propiciar aquellas acciones que disminuyen el sufrimiento del prójimo, como la eutanasia y el aborto en condiciones excepcionales. Amén
