El núcleo de Navarra estaba situado estratégicamente entre los pasos pirenaicos y el Ebro. Tras una primera fase de dominio vascón y de los muladíes aragoneses, en el siglo X la familia de los Jimena instauró una monarquía feudal con apoyo franco y extendió sus tierras hasta el Ebro. La máxima expansión sucede en el reinado de Sancho III el Mayor (1004-1035): hacia el este con la ocupación de los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza (N. de las actuales provincias de Huesca y Lérida); hacia el oeste ocupó el País Vasco y el condado de Castilla. Pero, a su muerte dividió el reino entre sus hijos: García heredó el reino de Navarra, Fernando el de Castilla y Ramiro el de Aragón.
El territorio del Pirineo central, constituido por los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, fluctuó hasta la muerte de Sancho III el Mayor de Navarra entre la influencia franca, musulmana y navarra. Con Ramiro I se integran los tres condados formándose el reino de Aragón. Con sus sucesores se llega a la conquista y repoblación de Huesca y Zaragoza, situando sus fronteras en el Ebro.
La parte más oriental fue una zona de pugna entre francos y musulmanes hasta el siglo IX. Carlomagno creó la Marca Hispánica, estructurada en cinco condados (Barcelona, Gerona, Ampurias, Rosellón y Urgel-Cerdaña). Pero, el condado de Barcelona acabó por imponerse sobre los restantes y consiguió la independencia de los reyes francos con Borrell II a mediados del siglo X.
Durante la época de expansión hacia el sur (siglos XI al XV), estos estados tuvieron una evolución bien distinta. En la parte occidental, desde la aparición de Castilla como reino con Fernando I (1035), que se anexiona por conquista el de León, ambos reinos permanecen unidos hasta la muerte de Alfonso VII (1157) en que vuelven a separarse. Será Fernando III (1217) quien los unifique definitivamente. Con anterioridad, en 1143, Portugal se convierte en Reino independiente.
Por otra parte, dificultades internas, la expansión de Castilla por el oeste y la aragonesa por el este, bloquearon el avance navarro, que no pudo ensanchar sus fronteras, cayendo frecuentemente bajo la influencia francesa.
La tendencia de Aragón hacia el Mediterráneo y la del comercio catalán a crearse un área de influencia económica, facilitó la unión de los dos estados en uno nuevo, la Corona de Aragón, en el que cada uno de sus componentes conservó sus características particulares. La unión se produjo con el matrimonio del conde Ramón Berenguer IV con la princesa aragonesa Petronila en 1137. Tras la conquista de Mallorca (1229) se incorporará primero dentro de Cataluña, para pasar a independizarse como Reino fuera de la Corona de Aragón en 1262 y volver a la Corona aragonesa, pero como reino particular en 1334. Tras la conquista de Valencia se creó el reino de Valencia (1240) que se integró en la Corona de Aragón.
En la segunda mitad del siglo XV, un nuevo acontecimiento provocará, si bien a medio plazo, la simplificación (y por tanto unificación) de las estructuras políticas medievales: el matrimonio del príncipe Fernando, hijo de Juan II de Aragón, y la princesa Isabel, hermana de Enrique IV de Castilla, conocidos, tras su no poco conflictivo acceso a sus respectivos tronos, como los Reyes Católicos. La unión dinástica no implicó la unificación política, pues cada estado conservó sus estructuras políticas, económicas, peculiaridades culturales y ámbito de influencia internacional. Paralelamente, ampliaron los dominios de la monarquía: entre 1484 y 1496 conquistaron las Canarias, en 1492 el reino de Granada, en 1512 ocuparon militarmente Navarra y desde 1492 se había iniciado la conquista y colonización de las Indias occidentales (América).
Tras una serie de vicisitudes familiares, el primogénito de la princesa Juana (casada con el archiduque Felipe el Hermoso), conocido como Carlos I de España y V de Alemania, logró unificar finalmente bajo un mismo poder el conjunto de territorios que habían pertenecido a la Corona de Castilla y a la Corona de Aragón, además de la herencia paterna (los Países Bajos y el Franco Condado y la de su abuelo paterno (Austria, Estiria y el Tirol). Para finalizar, en 1519 fue elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Nacía así la época de los Austrias.
En 1556, el emperador Carlos V decidió retirarse del gobierno de tan vastos territorios, cediendo sus reinos a su hijo Felipe II, con excepción del Imperio y sus posesiones austriacas, que pasaron a su hermano Fernando. Felipe II amplió, en cambio, los territorios peninsulares y coloniales con su coronación como rey de Portugal en 1580.
Los llamados Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) no pudieron mantener el poderío internacional alcanzado por la Monarquía Hispánica con sus predecesores y comenzó el lento goteo de pérdidas territoriales: desde 1621 (aunque no reconocida oficialmente hasta 1648) las Provincias Unidas, desde 1640 (tampoco reconocida hasta 1668) Portugal y sus colonias, y en 1659 el Rosellón y varias plazas en los Países Bajos.
El siglo XVIII comenzó con la entronización de la dinastía de los Borbones, en la persona de Felipe V. Logró consolidar su corona tras la Guerra de Sucesión (aunque perdió el resto de territorios europeos no peninsulares), en la que se opusieron tanto las potencias contrarias a la presencia de un francés en la Monarquía Hispánica como los territorios de la Corona de Aragón. La abolición de los fueros de ésta inició un proceso de centralización y de reforma de la administración no finalizado en su totalidad. Con Carlos III, se alcanzaron nuevos objetivos reformistas, ya dentro de los presupuestos del despotismo ilustrado. Los últimos años del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX están marcados por el impacto de la Revolución Francesa y la época napoleónica. Durante ella se produce el paréntesis del reinado de José I, pero la derrota de Napoleón provoca el retorno de los Borbones en la persona de Fernando VII.
Pero una nueva concepción del poder se había introducido en Europa y el mundo occidental: el liberalismo. En España ni el mencionado Fernando VII ni su hija y sucesora Isabel II lograron entender plenamente el alcance de dicha ideología. Sólo el estallido revolucionario de 1868, y el nuevo paréntesis en la época borbónica que suponen el reinado de Amadeo I de Saboya y la Primera República, permiten la asunción plena de los presupuestos políticos del liberalismo más puro.
El fracaso de esta experiencia plenamente liberal dio lugar a la Restauración borbónica en 1874 con la coronación de Alfonso XII, hijo de Isabel II, y el intento de creación de un sistema político, en apariencia liberal, pero dominado por la corrupción electoral y el caciquismo.
Estos problemas políticos, sumados al advenimiento de nuevas ideas políticas que el sistema no podía controlar (el movimiento obrero y el nacionalismo catalán y vasco) y a una crisis ideológica iniciada en 1898, provocaron un inicio de siglo XX convulso y amenazador. El periodo 1917-1923 supuso la culminación de dicho proceso. La dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930), aunque con Alfonso XIII como rey de España, inicia una pendiente cada vez más volcada hacia el enfrentamiento civil. La Segunda República (1931-1936) pretende un último intento de modernización del país y de solución democrática a la crisis social, económica e ideológica, pero en julio de 1936 las fuerzas más reaccionarias, comandadas por militares educados en las guerras coloniales de Marruecos, acaban con semejantes esperanzas.
Tras dicho enfrentamiento, conocido como Guerra Civil española (1936-1939), que también tuvo mucho de ensayo para la Segunda Guerra Mundial, se abre, sin duda, el periodo más negro no sólo de la historia contemporánea de España sino de toda ella: la dictadura franquista (1939-1975).
Como en otras ocasiones, durante dicho periodo llegó un momento en que se produjo una separación entre la España oficial, fascistizada, militarizada, clerical y absurda, y una España real, una sociedad cada vez más europea, moderna y laica. Quien debía ser el sucesor del franquismo, tras haber dejado el dictador todo "atado y bien atado", pronto reconoció que ésta última era la que debía triunfar y sacar a España de su secular atraso. Se abría así una época de esperanza: el reinado de Juan Carlos I. Por fin España se encontraba, tras una modélica transición, a un nivel semejante al del resto de Europa.
The End.
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