III) LA IGLESIA
Las autoridades eclesiásticas jugaron un papel muy importante dentro del proceso. Las opiniones en la sociedad respecto a la Iglesia estaban divididas:
·Algunos creían que el clero estaba enterado de todo lo que ocurría en los centros clandestinos de detención
·Otros pensaban que fueron muy perseguidos
Hasta ellos llegaron entre 1.976 y 1.980 entre 5.500 y 6.000 casos de personas desaparecidas o detenidas. De todos ellos, algunos terminaron bien, otros fueron llevados por Pío Laghi a Ezeiza para que dejaran el país, y por otros no pudo hacer nada. Éste fue el nuncio papal de Buenos Aires durante esta época, (llevaba noticias o encargos de un sujeto a otro, y era el representante diplomático del Papa, por lo que ejercía ciertas facultades pontificas).
Según declaraciones, lo que se hacía cuando llegaba un caso a la nunciatura, era ir de inmediato al Ministerio del Interior a hablar con el Gral. Harguindeguy. Allí les respondían diciendo que no se les debía creer a los ciudadanos, levantando entre el nuncio papal y él, un muro de cinismo.
Después los derivaban a otras reparticiones con la Policía, el Ejército, etc. para que hicieran nuevas averiguaciones.
Pío Laghi, por su insistencia en el tema, recibió en 1.977, un papel donde un pretendido tribunal de un grupo represivo le comunicaba que había decidido por su vida y que podía ser ejecutado en cualquier momento.
En realidad, hasta 1.979, no se sospechaban de actos tan graves, sólo se conocían los abusos de la guerra sucia, pero no de los extremos a los que había llegado.
Se podía decir que existían dos Iglesias, la de los oprimidos y la de los opresores.
En 1.976, Monseñor Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, estaba en el frío asfalto de Punta de los Llanos luego de que su auto fuera interceptado en la ruta que unía Chamical con la capital de la provincia hacia donde viajaba para presentar ante las autoridades militares una carpeta con pruebas sobre el asesinato de dos sacerdotes de la diócesis. La versión oficial, que el mismo Episcopado avaló, hablaba de accidente, pero entre los Riojanos, y gracias al aporte de testigos claves, se comprobó que Monseñor Angelelli había sido sacado ileso de su auto y brutalmente asesinado de varios golpes en la nuca.
Su muertefue la dura cuenta que tuvo que pagar por una vida dedicada a los más humildes, a quienes consagró su vocación sacerdotal. Su prédica le trajo el rencor de los poderosos de siempre, uniformados y civiles, a quienes afectó en sus sagrados intereses, y de quienes recibió una feroz campaña que no vaciló en acusarlo de "obispo rojo", enviar firmas para pedir su remoción al Vaticano, expulsar sacerdotes de Anillaco, donde Amado Menem, hermanastro del actual presidente, tuvo especial participación, asesinar religiosos y laicos y finalmente eliminar al odiado "Pelado".
Monseñor Angelelli fue, junto a Hesayne, De Nevares, Devoto, Ponce de León y Novak, uno de los obispos que supo comprometerse con la cruz y el Evangelio dentro de una jerarquía episcopal cuya actitud de conveniencia y complicidad con la dictadura militar avergüenza la concienciade los cristianos. Desde la justificación teológica de la tortura y la eliminación clandestina de prisioneros indefensos hasta la aceptación lisa y llana de la espada, como instrumento quirúrgico para impulsar la doctrina de la seguridad nacional, la conducta de la jerarquía católica argentina no tiene perdón.
Durante el ya conocido genocidio, a los militares embanderados como "defensores de la fé católica", la Conferencia Episcopal los justificó, los confortó y los atendió en amistosas reuniones, mientras las Madres de los desaparecidos, los fusilados, los torturados, los arrojados al mar, esperaban infructuosamente durante días y noches ser recibidas para poder entregar una carta.
Pudieron salvar muchas vidas y no lo hicieron, son responsables sobre 30.000 vidas humanas, no de haberlas matado pero sí de no haberlas salvado. Bastaban pocas cosas, pocos gestos, pero hubo complicidad, temor, identificación con el régimen.
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