De hecho los racionalistas no pretendieron nunca violentar el ejercicio de la libertad religiosa, sino al contrario: fomentarlo. Era más una crítica a los modos detestables del Santo Oficio, que una agresión a la práctica de la religión misma. Y entre otras cosas, se protestaba contra los detestables modos del Santo Oficio por lo que tenía de agresión a la libertad religiosa y a la religión misma, ya que cualquier matiz o cualquier sutileza de un creyente, era considerado herejía, es decir: delito de lesa majestad y el hereje era entregado al fuego. Asimismo, entre los modos detestables del Santo Oficio, se obligaba a los propios creyentes a denunciar al "hereje", premiándolo con el anonimato y convirtiendo la práctica de una religión, en un detestable oficio policial. Desnaturalizando así, los principios evangélicos.
La práctica de la religión ha de estar enteramente libre de toda interferencia, ya sea de la autoridad religiosa, como de la propia autoridad política, de los partidos y sus milicias, como de los diarios teóricamente privados, (aunque se llamen público), pero en la práctica, boletines del poder. Ellos son los que han violentado la práctica pacífica de la religión, llamando a manifestaciones que no tienen otro objetivo que violentar un derecho fundamental y a huelgas abusivas que tienen la misma finalidad. Éste es el asunto.