Me indigna este sentimiento de cotidianidad que parece haberse instalado en el mundo . Me escandaliza el silencio; no ha salido ni siquiera una palabra de dolor o de pésame por la muerte de más de 311 seres humanos en Lampedusa. Es necesario conocer y profundizar en una realidad sobre la que no valen opiniones fáciles. Todos muertos durante un viaje que debía ser el inicio de una nueva vida. El viaje en barcazas de estas personas es su única esperanza. La inmigración es una realidad que forma parte de la humanidad al que hay que poner solución, ¡¡ pero desde luego no de esa manera !!. Por eso quiero que todos sepan que a nosotros, nos corresponde el deber de tratar a estas almas con dignidad. Si estos muertos sólo son míos, ya me pueden enviar a mi los telegramas de pésame. Los recibiré como si ellos tuvieran la piel blanca, como si se tratara de uno de los nuestros.
El helicóptero sobre nuestras cabezas me deprime y escuchar a Rajoy y sus explicaciones me pasma. Doscientos muertos no es sólo un número en las páginas de los periódicos. Son 200 personas de las que alguien recuerda con emoción el momento en que nacieron, sus primeros pasos; 200 personas que un día dieron su primer beso. Seguro que había que cantaban bien, que cocinaban de maravilla, que eran el alma de la fiesta. Madres, padres, hijos, hijas, hermanos y hermanas, amigos y amigas. Personas agradables y desagradables, inteligentes o no tanto, buena y mala gente como en todo el mundo. Doscientos muertos no son 200 cadáveres. Son el vacío que dejan en las vidas de sus seres queridos. Son lo que habría sido posible ( quizás cosas importantes, bonitas, interesantes ) y no será nunca. No importa si llegan a Lampedusa, Canarias o Tarifa. No basta sentir vergüenza. Europa debe asumir su responsabilidad.