Volvemos al inicio del problema: España o mejor dicho “Apaña” y digo “Apaña” por sus enjuagues y apaños.
Llegó el primer tren, la primera revolución: la Reforma. Sentimentalmente, diríamos algunos (yo mismo hasta hace poco, hoy afortunadamente me he dado cuenta del error) que cómo unos don nadie nos iban a dar lecciones de nada, cuando hicimos la Reconquista, el Descubrimiento de América y todo eso. La respuesta es sencilla: los propios teólogos españoles desaconsejaban la Guerra de Religión en Europa y, por el contrario, aconsejaban mantener lo hecho, recortar gastos, no obcecarse tanto en la defensa del catolicismo, etc. España siguió “su propio camino” y por hacer las cosas a su manera, lo pagó caro.
Llegó el segundo tren, de la Revolución Francesa, la que dio origen en gran parte a los regímenes democráticos y liberales. España se aferró a la Inquisición, a la Monarquía, al Antiguo Régimen, a los viejos usos, a las tradiciones forales. Y por hacer las cosas a su manera, lo pagó caro.
El trabajo se acumuló: eran necesarias las reformas religiosas, que no se hicieron y las reformas políticas, que tampoco se hicieron. Como tales reformas no se hicieron, tuvimos un desfase notable con respecto al liberalismo: con estructuras anticuadas, el socialismo no vino a hacer la revolución necesaria, sino a realizar una involución antisocial. Ahí tenemos la quema de bibliotecas, el saqueo de las obras de arte, de las arcas públicas, el terrorismo, etc. Aquí conviene separar las cosas, pues siendo verdad que eran necesarias las reformas (y así lo entendieron por ejemplo Campoamor y Ortega), es cierto que el socialismo, el anarquismo y el nacionalismo no eran la solución que necesitábamos: ni lo era, ni lo es ahora. Su única contribución a la historia de España se resume en crímenes horrendos, saqueos mayúsculos, sabotajes, quiebras de la legalidad, violaciones de derechos fundamentales, brigadas islámicas de la moral, que casi lapidan en Reus a una adúltera que tuvo la grandísima suerte de escapar, trenes reventados, empobrecimiento de los ciudadanos y fugas de dinero a manos llenas. España no debe nada bueno a esta basura. La Constitución rinde tributo a esas basuras inmundas que son catalanismo, socialismo y anarquismo: el mejor homenaje el del TC nombrado por ladrones y asesinos y sirviendo a ladrones y asesinos, al paralizar un embargo al ladrón y asesino llamado Vera. La Constitución garantiza el plan de Pablo Iglesias de utilizar la legalidad para servirse a su antojo: quebrantándola cuando les interesara y cumpliéndola cuando les fuera beneficioso. Eso no es nuevo: este principio de Pablo Iglesias, es para los socialistas, como el decálogo para los católicos. Es un principio constitucional del PSOE. Lo peor es que la Constitución mal llamada española, facilita este pabloiglesismo legal, del cual el PSOE no ha abdicado nunca.
De modo que es la Constitución de los tramposos, de los gangsters, de los antidemócratas, de los ladrones, de los pícaros, camaleones y trepas: hecha por y para ellos. Que ellos la defiendan, que se den todos los autobombos (cobrando) es lo más lógico: la Constitución es su negocio: que la defendamos es una necedad suicida y muy española. La necedad de aferrarse a reliquias desfasadas e inútiles, que no sirven para nada. ¿La prueba? ¡Que 20 años después de caído el Muro, seguimos siendo la reserva espiritual del comunismo! No veo por qué atacan a los necios del tradicionalismo carca, si a fin de cuentas son como ellos o peores. Peores: mucho peores. ¡Cómo será de malo el socialismo, que llegué a ver en estos carcas a unos visionarios! Pero me engañaba: lo que me hacía ver a los carcas como visionarios, era que el socialismo no es sino un desperdicio y al lado de la broza, cualquier cosa es infinitamente mejor. Y ciertamente, entre los ciegos, el tuerto es el Rey.