Desde que surgieron las primeras crisis económicas del sistema capitalista, a principios del siglo XIX, salieron a la palestra distintas interpretaciones sobre sus causas; interpretaciones que han reflejado las posiciones de las distintas clases en presencia, reflejo de sus propios intereses. Pero aquí nos interesa detenernos en las posiciones de dos clases castigadas duramente por las crisis que vivimos: la pequeña burguesía y el proletariado. El diagnóstico sobre la crisis y las alternativas para salir de ella son distintas.
La pequeña burguesía ha diagnosticado siempre que el origen de la crisis está en el alto nivel de desigualdad en la distribución de la riqueza y en la baja capacidad de consumo de las masas, y ha propuesto medidas legales para nivelar estas desigualdades.
Este diagnóstico subconsumista no es nada nuevo y ha sido propuesto desde el siglo XIX, por los teóricos de la pequeña burguesía desde Sismondi, Robertus, Proudhon, y los populistas rusos, hasta J.M. Keynes y sus epígonos; todos ellos, de manera errada, encuentran el origen de la crisis en la esfera de la circulación del capital y no en la esfera de la producción, donde el capital obtiene la plusvalía.
Como consecuencia de este diagnóstico ninguno de ellos propone acabar con el capitalismo, sino reformarlo para que sea más llevadero, nivelando la distribución de riquezas con medidas legales una vez ellos lleguen a gobernar, sin arrebatar el poder a la oligarquía que monopoliza la amplia mayoría de las riquezas y el control político efectivo del Estado.
Tanto las fuerzas reformistas (emergentes o no) como la socialdemocracia, aspiran a gobernar, convencidos (al menos aparentemente) de que, bajo el capitalismo, es posible moderar los desequilibrios propios del sistema si se controlan las instituciones.
Para quienes, incluso dentro del campo comunista, se confiesan seguidores de Keynes, conviene recordar cual era la posición de clase de este economista, contraria al Partido Laborista, no por reformista y chovinista, (que lo era entonces y lo es en la actualidad), sino por su composición social mayoritariamente obrera: “Para empezar, se trata de un partido de clase y esa clase no es la mía. Si voy a defender ventajas para una parte de la sociedad, será a favor de la que yo pertenezco. Cuando se trata de la lucha de clases, mi patriotismo local y personal como el de todos los demás, con excepción de ciertos seres celosos desagradables se une a los de mi propio entorno. Puedo estar influido por lo que me parece de sentido de justica, pero la lucha de clases me encontrará siempre al lado de la burguesía educada” «¿Soy liberal?» 1925, J.M. Keynes.
La «Teoría General» de Keynes centra su estudio en el análisis de la demanda efectiva como punto de partida para corregir el desempleo, (ya entonces, como ahora, fenómeno central que preocupaba a los países durante y después de la Gran Depresión). Según Keynes, los ingresos de una economía están en función del gasto en consumo e inversión. Para él, el problema del desempleo se debía a una insuficiencia del gasto en inversión, que, a su vez, provocaba una insuficiencia de la demanda agregada. Por tanto, para corregir el desempleo planteaba la necesidad de un incremento en el gasto, especialmente en inversión pública. Para ello, el papel del Estado sería muy importante, ya que no sólo se concretaría en el impulso de una política fiscal expansiva, sino también en la realización de inversiones en obras públicas que generaran nuevos empleos; se trataría de redistribuir la renta, como instrumento para reactivar el crecimiento económico.
El marxismo, por su parte, desde sus orígenes ha ido forjando una teoría científica (en íntima relación con la práctica revolucionaria) que ha servido y sirve en la actualidad como un instrumento para la liberación del proletariado y de todas las clases oprimidas por el gran capital.
Es mérito de Marx el haber descubierto que el origen de las crisis está en el propio sistema capitalista, y en la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas (que son de carácter social), y las relaciones de producción (basadas en la expropiación individual de la plusvalía producida por el obrero, por parte del capitalista). Dicha contradicción, que es el motor del sistema, al llegar a un cierto grado de desarrollo, se convierte en un freno que impide el desarrollo de las fuerzas productivas, provocando la crisis y el estancamiento; al no poder cerrarse el ciclo, y realizarse (venderse) las mercancías, el dinero no puede retornar a la forma dinero incrementada. Esta es de forma esquemática la génesis de la crisis de superproducción que toma aspectos de crisis financieras, tal y como que estamos viviendo en la actualidad.
Marx, lo explicaba así: «Como siempre ocurre, la prosperidad alentó muy rápidamente la especulación. La especulación se produce regularmente en períodos en que la sobreproducción ya está en pleno apogeo. Proporciona salidas temporales al mercado a la sobreproducción, mientras que por esta misma razón precipita el estallido de la crisis y aumenta su fuerza. La crisis se desata en el ámbito de la especulación, y sólo más tarde lo hace en la producción. Lo que al observador superficial le parece ser la causa de la crisis no es la superproducción, si no el exceso de especulación, pero esto en sí es sólo un síntoma de la sobreproducción. La interrupción posterior de la producción no parece ser una consecuencia de su propia exuberancia anterior sino un simple retroceso causado por el colapso de la especulación». K. Marx,Obras completas, volumen 10.
Para los marxistas, la distribución de la riqueza la determina las relaciones de producción imperantes, y por mucho que se quiera nivelar la distribución de las riquezas, estas volverán a desnivelarse, debido a la contradicción irreconciliable del propio sistema capitalista, volviéndose de esta manera a la injusta concentración de la riqueza social en manos de una minoría privilegiada y una mayoría que sobrevive en la pobreza o en la miseria, en función del lugar que ocupa en dichas relaciones el individuo que las percibe; es decir, dependiendo de que éste sea un obrero (propietario de su fuerza de trabajo únicamente) o un capitalista propietario de las medios de producción y del capital.
Los idealistas pequeñoburgueses de "Podemos" y los socialdemócratas sueñan con el imposible retorno al pasado, a un capitalismo menos desarrollado, donde no existan los monopolios ni el poder del capital financiero que los agobie y los amenace constantemente con la ruina. Su desconocimiento de la ciencia económica les impide ver que su futuro como clase, históricamente es desaparecer e incorporarse a las filas de la clase obrera, cosa por la que sienten un miedo atroz. Pero el desarrollo social es implacable, y ellos se agarran de una manera idealista y desesperada a un clavo ardiendo.
Es decir, mientras las teorías pequeño burguesas explican las crisis por el subconsumo, el marxismo las explica por la anarquía en la producción propia del modo capitalista. Engels dice: «..las crisis son necesarias ( en el sentido de no contingentes), porque el carácter colectivo de la producción entra en contradicción con el carácter individual de la expropiación.»
Todo el “programa económico de Podemos” es un cúmulo de buenas intenciones, de engañosas propuestas que transpiran la intencionalidad de no ser cumplidas; de ahí que “avisen” de su inaplicabilidad en una sola legislatura; de ahí que rebajen finalmente sus promesas efectivas a lo contenido en el llamado “programa vinculante“, hasta dejarlo al gusto de la oligarquía.
Ninguno de estos señores comprende la contradicción que engendra la crisis capitalista, porque tampoco comprenden el desarrollo interno del capitalismo y solo hablan de aspectos periféricos del mismo.
Lo que dijera Lenin de Sismondi, les es aplicable a los artífices del programa económico de PODEMOS: <<Les era totalmente ajena la idea de que la crítica del capitalismo no puede basarse en frases sobre el bienestar general, o la anomalía de la "circulación abandonada a su propia suerte", sino en el carácter de la evolución de las relaciones de producción...Estos procedimientos podrán ser muy eruditos, pero nada tienen de científicos>> «Para una caracterización del romanticismo económico» Lenin, (1897)
La solución a la extensión de la pobreza no vendrá de la mano del mesías de turno sino de la acción consciente del proletariado, y no basta con llegar al gobierno y a las instituciones; un paso necesario para lograr ese objetivos es el derrocamiento de la monarquía y de la clase que detenta el poder en el régimen monárquico: la oligarquía financiera, enfeudada al imperialismo yanqui y europeo.
De ahí nuestra consigna: sin ruptura, sin República no habrá cambio.
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