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LoginFernando Vallespín recibe a EL ESPAÑOL en la Universidad Autónoma de Madrid. El catedrático y politólogo es uno de los expertos en teoría política más reconocidos del país, y fue presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas durante la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Entre sus obras más recientes se encuentran España/Reset y La mentira os hará libres, ambas críticas demoledoras sobre la situación política actual. Vallespín une la teoría con la práctica política de manera natural, y afirma que el mayor escándalo que hay ahora mismo no es que Rita Maestre se quitase la camiseta en una capilla sino que Rita Barberá no se haya sentado en el banquillo.
Usted es experto en teoría política. ¿Qué puede aportar la teoría a la práctica en la tesitura política en la que nos encontramos?
Yo creo que mucho. La mayoría de los problemas a los que tenemos que enfrentarnos hoy en día son de tipo normativo, que son fundamentalmente los problemas que nosotros estudiamos. La crisis de los refugiados, el terrorismo yihadista o el dilema entre seguridad y libertad son el objeto de la teoría política. En Europa y en el mundo en general, estamos en una encrucijada donde la discusión y la reflexión sobre este tipo de cuestiones es absolutamente crucial. Y luego en España gran parte de la discusión gira en torno a valores, cuáles son estos valores, cuáles deberían predominar, y cómo podemos jerarquizarlos.
Usted ha escrito que el protagonismo central que en todo sistema democrático tienen el pueblo y la clase política está trasladándose cada vez más hacia los medios de comunicación. ¿Vivimos entonces en una democracia mediática?
Sí, la democracia mediática ha sustituido a la democracia de los partidos. Este es un tema complejo. Yo diría que vivimos en una democracia mediática porque el espacio público está siendo monopolizado por los medios, a los que también se unen ahora las redes sociales. Sin embargo el impacto de la televisión sigue tremendamente vivo. El fenómeno Pablo Iglesias solo es comprensible a través de la televisión y de las redes sociales como efecto multiplicador. Esto está dando lugar poco a poco a una democracia de enjambres. Los medios de comunicación tradicionales nos filtraban lo que era digno de ser transmitido, y lo que era susceptible de constituir la información y la opinión. Poco a poco esto se ha ido trasladando a las redes sociales. ¿Como afecta esto a la democracia? Yo creo que de muchas maneras, pero sobre todo afecta a la democracia representativa. Representar significa estar en el lugar de alguien que está ausente. Nuestros representantes representan al pueblo, pero el pueblo ya nunca está ausente, interactúa continuamente a través de los nuevos medios. Entonces actuar en nombre de alguien ya no puede funcionar de la misma forma que antes.
Ahora más que opinión lo que existe es expresividad.
¿En este sentido una democracia mediática es positiva?
Yo creo que es ambivalente. Al igual que las nuevas tecnologías, tiene efectos buenos y malos. Yo creo que un efecto muy negativo es que contribuye a polarizar a la sociedad. Uno sigue solo a las personas que le interesa. Pero por otra parte las personas se informan mejor. El efecto más negativo, para mí, es la carencia de una opinión reflexiva. Cuando el espacio público se reducía prácticamente a la prensa escrita, había una opinión más deliberativa. Ahora más que opinión lo que existe es expresividad. La gente expresa estados de ánimo, da un zapatazo encima de la mesa, o bien santifica a un personaje público para después hundirlo inmediatamente.
En su libro La mentira os hará libres usted analiza cómo los políticos no necesitan mentir, ya que construyen y definen la realidad en la que vivimos.
Este es un fenómeno muy interesante. Lo que se trata es de que la realidad se ajuste a la forma que a ellos les interesa. Esta es una estrategia muy antigua. “No son los hechos los que estremecen a los hombres sino las palabras” es un frase antiquísima de Epicteto. O sea que lo que importa no son los hechos sino cómo expresamos esos hechos, cómo los enmarcamos, y cómo los podemos definir de tal manera que podamos conseguir apoyos a nuestra posición. La realidad realmente no existe, existe en la medida que es expresada. En esto la gente de Podemos son tremendamente eficaces. Eso de la casta, los de abajo y los de arriba, son formas de simplificar la realidad, pero que indudablemente vienen muy bien para enmarcar su propia actividad política. En ese sentido los políticos no necesitan mentir, para justificar lo que hacen basta con que ellos reflejen uno de los aspectos de la realidad que coincide con lo que quieren que la gente perciba. Eso los políticos lo hacen ayudados por gabinetes que se dedican a presentar acontecimientos.
Los spin doctors.
Sí, los spin doctors son ya una plaga.
¿Y los medios? ¿Son cómplices de esta construcción de la realidad?
Absolutamente. No hay más realidad que la que aparece en los medios. Pero los medios por lo menos tienen un filtro, que es el filtro de la deontología periodística. Sin embargo cada vez dan menos información y más opinión, y ofrecen una visión de la realidad ya precocinada. Muchas veces los titulares aparecen escritos para que la gente los perciba de una manera u otra. Si hoy coges tres o cuatro periódicos verás que hablan de lo mismo, pero la forma en la que titulan está anticipando ya una evaluación de lo que ha ocurrido. Este es uno de los grandes problemas que tenemos. Los medios deberían distinguir más claramente lo que es información de lo que es opinión.
La lógica de los medios de comunicación es la que ha colonizado la lógica de la política.
¿Son los políticos los que utilizan a los medios o éstos a los políticos?
Yo creo que hay una colonización mutua, o una utilización mutua. Pero salen ganando los medios, porque ellos funcionan con el código de que informativo y no informativo es lo mismo que novedoso o no novedoso. Algo es noticia porque es nuevo. Los medios, como tienen que estar informando 24 horas al día, tienen que extraer permanentemente cosas nuevas. La lógica de los medios de comunicación es la que ha colonizado la lógica de la política. Quien establece la agenda de la política al final son los medios de comunicación. Por eso valoramos como políticos extraordinarios a aquellos que tienen la capacidad para liderar, es decir, para decidir cuáles son las cuestiones sobre las que hay que hablar y en qué dirección. Eso es lo que se echa en falta ahora. Los políticos parecen peleles en manos de los medios. Se subordinan a ellos, porque son conscientes de que sin su presencia su capacidad para tener impacto es nula. La política ahora también está subordinada a las redes sociales. Un político que no sabe hacer un buen uso de las redes pierde con respecto a aquellos que sí saben hacer un buen uso de ellas.
¿Entonces los medios influyen en la agenda de los políticos?
Sí, porque anticipan temas, los ordenan y establecen prioridades. Se fijan en aspectos que para los políticos son secundarios, y les obligan a tenerlos en cuenta. Tradicionalmente eran los medios los que venían arrastrados por la agenda que marcaban los líderes políticos, pero ahora son los medios los que obligan a los políticos a tomar partido. Eso lo vemos constantemente. Fueron los medios los que pusieron en el centro del debate europeo la cuestión de los refugiados. Acordémonos de la foto de Aylan, el niño sirio que murió ahogado. Una foto aparece en los medios, y transmitida exponencialmente por las redes sociales, cambia la agenda de la política de refugiados en Europa.
En un momento en que la política es cada vez más tecnocrática, las decisiones de tipo técnico, que son la inmensa mayoría, son muy poco atractivas para los medios. No tienen componente de entretenimiento. Entonces los medios se fijan más en aquellas cuestiones que son entretenidas, que suscitan morbo. Por ejemplo, el caso de Rita Maestre, o el escándalo de los titiriteros; lo que ahora se llama guerras culturales. Realmente esto es periférico a los grandes problemas de la política, pero captan mucho más la atención que una discusión técnica y profunda, sobre por ejemplo, cómo financiar la ley de dependencia. El problema con nuestro espacio público es que hay una competencia absolutamente demencial por la atención, y esto obliga a los medios a hacer una especie de puja entre ellos. Se está alimentando un tipo de cultura de masas, y este entretenimiento es lo que está colonizando esas otras funciones de reflexión profunda que tradicionalmente cubría la prensa. Tenemos que establecer prioridades. ¿Cuál es el principal problema de España? Yo diría que Cataluña. Pero esto ha quedado tapado por muchas otras cosas que a mi juicio son periféricas.
No hay ninguna democracia en Europa donde un presidente del Gobierno hubiera podido seguir al frente tras mandar los SMS que Rajoy mandó a Bárcenas.
Usted ha mencionado a Rita Maestre. ¿Qué le parece que se haya sentado en el banquillo antes que Rita Barberá?
Me parece muy mal. Debemos establecer prioridades también en los delitos, o presuntos delitos. Yo creo que el mayor escándalo que hay ahora mismo en España no es que unos chavales, que como todo chaval de ese edad, quisiera transgredir. Este asunto tiene un valor incomparablemente menor que, y no quiero imputarle nada a Rita Barberá, una persona pudiese hacer uso de medios públicos y los malversara. Ahí los medios tienen una responsabilidad de establecer prioridades. ¿Quién a los 20 años no ha querido transgredir? Además el delito que se le imputa a Maestre es muy discutible en una sociedad como la nuestra, sobre todo respecto de la propia religión. Otra cosa es respecto de religiones minoritarias. Con nuestra propia religión ya hemos resuelto el problema de la afectación de los sentimientos religiosos, porque desde hace mucho tiempo hemos establecido que existe una prioridad a favor de la libertad de expresión. Si Maestre hubiera hecho lo que hizo en una sinagoga o en una mezquita, seguramente cambiaría de opinión al respecto, porque son religiones minoritarias en este país, religiones de las que participan personas que no se han visto expuestas a esa conciencia crítica a las que se han visto expuestos todos los creyentes en cualquier país occidental desarrollado.
Este es el famoso debate entre Je suis Charlie o Je suis pas Charlie. Mucha gente decía que la libertad de expresión debería estar por encima de todo, y otros en cambio se preguntaban si podíamos ofender de esa manera a los creyentes de una religión que es minoritaria en Francia, y que por lo tanto pueden sentir un rechazo público hacia ellos. Ahí estamos vulnerando algo que yo creo que es más profundo que respecto a los católicos, que están mucho más habituados a este tipo de cuestiones y no le dan la misma importancia. El dolor que pueden sentir grupos minoritarios que están en una sociedad extranjera, y que algo en lo que basan su identidad, como puede ser la religión, se ve denigrado en la sociedad que habitan, es mayor.