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LoginRafael ha muerto. Se llama así – o se llamaba – y era un hombre de esos de los que nunca hubieramos sabido de su existencia sino por su triste y esperado final. Rafael era un joven con tanta vida encima que esta lo terminó aplastando. Rafael tenía pocos más de treinta años, vivía por las calles de Granada, y dormía por los bancos de sus plazas. Rafael tenía pocos amigos… Algún que otro mendigo de la ciudad, el sol del sur, la luz de la Alhambra, y poco más. Rafael, en cambio, tenía muchos enemigos. Entre ellos estaba el frío, el hambre, la lluvia, la nieve, el desdén, y el peor de todos: él mismo. Rafael – ¿alguien sabe sus circunstancias para su abandono? – se abandonó hacía ya mucho tiempo, pero también fue abandonado. ¿Por quién? Por el peor de los enemigos de la naturaleza: el ser humano y su afán de salir adelante… Salir adelante ¿de dónde? ¿hacia dónde? Rafael miró para otro lado en esto de vivir, pero fue también la vida, y los que formamos parte de ella, los que también miramos para otro lado mientras Rafael aún tenía una oportunidad de no morir de frío. Rafael ya no está entre nosotros, pero hay tantos otros “rafaeles” por ahí, rodeándonos, ajenos a nosotros, nosotros ajenos a ellos, como parte de un mobiliario que siempre nos resulta incómodo, pero que no queremos arreglar, sino ocultar.
Hace una semana, hablar de ayudar a Rafael era demagógico. Hoy… ¿Hoy qué es no haberlo hecho?
