¿Todavía hay alguien que cree en la familia tradicional?
La familia tradicional es una institución caduca y decadente, que solo encuentra defensores entre el sector católico más conservador y los románticos.
Las causas de este declive se encuentran en el cambio social tan importante que lleva experimentando nuestro país en las últimas décadas, y que en los últimos años se ha acelerado.
En lo que a la familia se refiere, el mayor cambio está en la ruptura de los roles tradicionales que tanto el hombre como la mujer asumían. Esta organización favorecía, desde mi punto de vista, la natalidad y la consolidación de la familia, pero era tremendamente exigente con unos y otras. Las mujeres tenían que dedicar su vida a la familia renunciando a otras aspiraciones, y los hombres a trabajar en lo que podían para alimentarla, renunciando, en la mayoría de los casos, a su realización personal. La prioridad estaba clara.
Hoy en día, fruto quizás de la sociedad del consumo y el desarrollo económico, de la visión hedonista de la vida, la invención de métodos anticonceptivos, de la pérdida de importancia de la Iglesia Católico (yo que sé cuales serán las causas, que sean los sociólogos los que las determinen) el modelo ha cambiado. Nadie renuncia a vivir lo mejor posible (resulta paradójico decir esto estando en plena crisis económica), y la familia es un gran obstáculo para ello pues tener familia supone aceptar obligaciones y responsabilidades, fundamentalmente.
Las mujeres no están dispuestas a ceder ni lo más mínimo en el ámbito laboral después de lo que les ha costado llegar. Consolidar una carrera profesional (la licenciatura, el master, oposiciones y medrar un poco, comprar una casa…), supone llegar a los 35, en el mejor de los casos, sin poderse plantear tener hijos, y a esa edad la cosa empieza a estar complicada.
Los hombres estamos aún asumiendo los cambios sociales producidos y adaptándonos a la nueva situación, sopesando los pros y los contras. La biología nos permite un mayor margen de maniobra a la hora de decidir ser o no padres (nuestra vida fértil es bastante más prolongada que la de nuestras compañeras). Además, gracias a la liberación sexual de la mujer, no es en absoluto necesario tener una pareja definitiva para disfrutar de una vida sexual plena. Tener familia e hijos supone renunciar a algunos de los beneficios que nos ha traído la igualdad de sexos.
Otro elemento a tener en cuenta es el marco jurídico que regula la familia y todo lo que está alrededor de ella: El Divorcio Express, la Ley de Violencia de Género…
Un hombre se expone a unas consecuencias desoladoras en el caso de que la relación con su pareja no funcione bien. Se queda sin hijos, sin casa, sin media nómina y, en el peor de los casos, acusado injustamente por un delito de malos tratos que no ha cometido. Esa asimetría o desequilibrio de derechos supone un gran desincentivo para los hombres que se planteen tener familia e hijos.
Además, la posible ampliación del aborto, como derecho exclusivo de la mujer a disponer, dentro del plazo convenido, de la vida o la muerte de su futuro hijo, dejaría al margen de la decisión al hombre, lo que no deja de ser injusto.
En estas circunstancias hay que ser muy valiente, muy romántico o muy temerario para ser hombre y padre a la vez y formar una familia.
Ante esta perspectiva solo me queda decir que dejémosles a gays y lesbianas apostar por la familia y el matrimonio porque a este paso son los únicos que paradójicamente se encuentren, dentro de unos años, al lado de obispos y cardenales defendiendo la familia.
Saludos