El problema, aquí, no es que alguien desee morir. Para eso hay opciones perfectamente válidas sin intervención alguna de terceras personas en la mayoría de los casos. Y en los que no es así, mala suerte, puesto que con la legislación actual esas terceras personas podrían caer en alguno de los supuestos regidos por el código penal.
El problema, aquí, es que había un señor que ostentaba un cargo de confianza en un hospital público cuya tasa de mortalidad en urgencias superaba en tres veces la tasa "normal" de mortalidad en las mismas circunstancias -entendidendo por tal la usual en otros hospitales-, siendo tal señor jefe de esos servicios.
Después del cese como jefe del servicio de urgencias de este señor, la tasa de mortalidad en tal servicio se equiparó al resto de hospitales. Y esto no puede ser casualidad.
Estos son datos, no opiniones. Yo, afortunadamente, no dependo de tal hospital (el Severo Ochoa de Leganés), ya que me encuentro encuadrado en otro régimen asistencial diferente del de la Seguridad Social, pero en los años en que este señor ostentaba la jefatura del servicio de urgencias de ese hospital, puedo nombrar no menos de cinco pacientes que hicieron "trampas" para acudir al vecino hospital de Getafe, donde sus dolencias tenían más posibilidades de curación sin coger el camino del Calvario antes de tiempo.
Más datos:
Hay dos enfermeras que anteriormente prestaban servicio en Urgencias del Severo Ochoa que pidieron el traslado a la unidad forense del mismo hospital, donde, en expresión del "mostro", ya llegaban muertos y al menos les ahorraban el trabajo. Qué le vamos a hacer... los hay con un humor negro del carajo, humorcillo que a quienes, como yo, ya pasamos de los sesenta, nos causa cierta desazón, pero es imposible desasnar a ciertos individuos, por mucho esfuerzo que se ponga en el empeño.