Estar en capilla… siempre me gustó esa expresión, clásica, evocadora de un pasado cruel con el destino de tantos condenados…
Imagino la escena…. el reo solo, sentado en el banco del pequeño oratorio, iluminado, apenas, por algunos cirios. El frío se filtra por las rendijas de la puerta, y por las saeteras se cuela la luz fría de la luna… El condenado sabe que al amanecer habrá acabado todo, las correrías, los momentos buenos y malos… o quizá no, quizá ocurra un milagro y tenga una oportunidad….el destino en manos de otras personas.
Pasan las horas, largas, se escuchan los grillos y algunos sonidos tenues, conversaciones ininteligibles de los guardianes, gritos que llegan desde algún hogar ¡quien pudiera estar allí!, sonidos de algún animal, tal vez el ladrido de algún perro asilvestrado y libre…. El condenado mira al cielo a través de la saetera, nota el frío de la noche en la piel y siente un escalofrío, mientras observa la inmensidad del infinito… ¡tiene que ocurrir algo!, ¡no puede acabar así!... ríe, llora y su mente es un carrusel de recuerdos, más vivos que nunca.
Poco a poco se escuchan los primeros cantos de los pájaros, mientras por las ventanas el color del cielo va cambiando y, tímidamente, se asoma una incipiente claridad anaranjada, que pronto va clareando. Mientras fuera se escucha un creciente rumor de gente aproximándose. La noche ha sido eternamente corta, y llega a su fin con el comienzo de un día que puede traer la alegría o llevárselo todo. Un día temido y esperado, porque es mejor la certeza del destino que la incertidumbre de la espera…. Y entonces se escucha crujir la puerta y la claridad inunda la capilla…..
Así estamos todos, salvando las distancias, en capilla...
FIN
