El Imán de Cartagena, ante el evidente vacío de poder, empieza a imponer la sharia, no obviamente como ley escrita, pero sí como norma fácticamente vigente.
Monta patrullas contra las prostitutas, las intimida, consigue por medio del terror que cierren el bar donde ejercían. Y eso entre otras muchas cosas. El hecho es que se cree la autoridad y ejerce de tal.
Es lo que todos pensábamos, lo que piensan también los socialistas, hoy degenerados a musulmanes vergonzantes.
Mejor dicho: lo que todos pensábamos que razonablemente terminaría pasando, que unos se empeñan desesperadamente en ocultar y otros se empeñan en no saber. Es decir: que como sucedía con el fascismo o con el comunismo, se trata de atrocidades que algunos desconocen porque no quieren saber de ellas.
Nadie ha montado en cólera ante semejantes atropellos, un vergonzoso silencio recorre toda España, de Norte a sur, de Este a Oeste, desde el Rey hasta el último mono, pasando por Instituciones religiosas y civiles. Todos miran para otro lado ante la realidad. Los perseguidos por el Islam no existen en los papeles, en las radios ni en las televisiones, no son compadecidas. Siempre se compadece al verdugo totalitario que se aferra a nuestro cuello. La enésima manifestación del sacrificio ritual de la libertad para ganar... ¿qué utilidad?
Y el que no lo quiera ver, pues que no lo vea. Pero son así. Y van a saco.