Vamos a animar un poco el cotarro, que con los exámenes os quedais medio lelos

Aquí va un articulo que leí hoy de Alfonso Rojo, titulado "No es esto, no es esto":
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Las tonterías llegan en racimos. El mismo día que la ONU incluye en su Consejo de Derechos humanos a Cuba, China y Arabia Saudí, los progres le niegan a Oriana Fallaci el premio Príncipe de Asturias y la vicepresidenta monta una cena oficial «sólo de mujeres», para dar lecciones de feminismo a Chile.
Lo de la ONU es como poner a la zorra a cuidar el gallinero, porque Cuba, China y Arabia Saudí son tres de los países donde más se violan los derechos humanos, pero hace mucho que perdí la fe en esa monstruosa y dilapidadora organización internacional.
Lo de Oriana es de escándalo. Su drama y el nuestro, es que no es políticamente correcta y eso hace, como ocurre con Mario Vargas Llosa cada vez que se falla el Nóbel de Literatura, que los progres atontados con la Alianza de Civilizaciones cierren filas para impedir lo que sería un simple acto de justicia.
El cuerpo de Oriana -que ya no sale de su apartamento neoyorquino- se apaga poco a poco, devorado por un cáncer que no acaba de dar su última estocada. Lo que no pierde Oriana es su indomable espíritu. La periodista, que nació en Florencia hace ya la friolera de 77 años, es el rayo que no cesa.
Fue antifascista, cuando la mayoría de los italianos se acomodaban. Perdió su primer empleo por negarse a escribir lindezas sobre Palmiro Togliatti, cuando los comunistas mandaban y mucho en Italia. En el México de 1968, en vísperas de la Olimpiada, fue herida y dada por muerta, cuando acompañaba a los estudiantes en la asonada de Tlateloco. Ha sido anti-Pinochet, anti-Arafat, anti todo lo que huele a imposición, a mentira maquillada de verdad y ahora -desafiando demandas y descalificaciones- proclama en voz alta lo que muchos no se atreven siquiera a murmurar.
La genialidad de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega bebe en las mismas fuentes que alimentan la miopía del jurado del Príncipe de Asturias. Los chilenos, que acaban de elegir presidenta a una mujer y tienen un gabinete paritario, deben haberse quedado atónitos al enterarse de que La Moncloa ha montado la cena de mujeres, para que sirva estímulo a Michelle Bachelet «en la lucha contra la discriminación en su país».
Si en lugar de mujer, el jefe del Estado chileno fuera negro o gay, ¿hubiera montado el Gobierno Zapatero una almuerzo oficial sólo para homosexuales o para gentes de color?
Ya va siendo hora dejar claro que el mundo no sería mucho mejor si lo gobernaran las mujeres.