Rozio... nunca, nunca, nunca, nunca, nunca abandones....
Te contaré una pequeña batallita de abuelo cebolleta... hace muchos años, cuando las mujeres llevaban hombreras y pendientes de aro, un joven "estudiante" de Derecho disfrutó de tres años inolvidables en la presencial, hasta que su padre, harto de pagarle las "vacaciones", decidió sacarlo de la universidad... Aquel caluroso día de mayo del 87, cuando el joven estudiante veía alejarse por la ventanilla del coche la ciudad universitaria que había albergado sus sueños de futuro, se juró a sí mismo que un día volvería, que su vida no estaría completa hasta que de la pared de su casa colgase el título de Licenciado en Derecho. Cuando llegó a su casa tenía una sensación parecida a la que supongo vivirían Adan y Eva cuando el Ángel les sacudió con la espada flamígera.
Durante años se sintió incompleto, necesitado de anudar aquellos hilos que habían quedado sueltos y que amenazaban con convertir el traje de su vida en un trapo deshilachado... poco tiempo despues descubrió la UNED, y conoció a una mujer maravillosa a la que prometió que algún día sería la mujer de un Abogado
El camino fué largo... un año una asignatura, dos o tres ninguna, vuelta otra vez... El estudiante era un inconstante, le costaba concentrarse, se dispersaba con facilidad... desde luego tenía todas las carencias del mundo, pero quizá poseía una única virtud.... la cabezonería. Era como un viejo tren de vapor que avanzaba lento, con averías y paradas, pero tirando poco a poco de su carga.
Pasaron los años, alguna gente le apoyaba, otros le decían que nunca terminaría pero que, al fin y al cabo, estudiar era un hobby como otro cualquiera.
Y un día de septiembre el tren llegó por fin a la estación, alcanzó su destino, los hilos se remataron y una indescriptible sensación de sosiego entró en tromba en su interior, llenando todos aquellos vacíos en los que, durante años, resonaba la voz de su conciencia... y entonces todos los malos ratos, las dudas, las numerosas veces en que estuvo a punto de dejarlo todo, los momentos en que la lógica dictaba olvidarse de viejos sueños y abrazar una realidad un poco más mediocre, se borraron de golpe, y supo que al fín era él, el que había soñado ser, el que tenía que ser, que al fin había pagado la deuda que había contraído consigo mismo tantos años atras...
Y enconces cogió su coche y se fué a aquella ciudad en la que todo había comenzado, a su vieja facultad, llena de estudiantes de una juventud insolente, y le invadió una sensación que ni todo el dinero del mundo podría comprar, por fin había llegado al final del camino... estaba en paz.