Habrían dado cualquier excusa, le habrían dado la espalda a Zapatero, lo habrían despreciado, e incluso le habrían despedido a tomatazos al grito de traidor, liberticida, faisanero, demente o presidente ferroviario.
No lo hicieron, luego ni son dignos, ni son demócratas, ni cosa que se les parezca.
Éste es mi concepto de lo que es rectitud, honradez y Justicia, dar la espalda a los que no lo son. Para eso no debe haber amigos.
Pero ahí nadie pide cuentas ni por la legalización de ETA, ni por el Faisán, ni por el 11-M, ni por lo de los EREs, ni por la corrupción judicial de Pascual Sala, Garzón y Bermúdez. Nadie hace la menor autocrítica. A veces levanta la voz alguien como Leguina, pero sus ecos se apagan ante el griterío de la chusma.
Volverían a dar un chivatazo, a legalizar y a dar subvenciones a través de sus peones en el TC, a los terroristas, volverían a excarcelar a terroristas como De Juana Chaos, volverían a utilizar a Garzón para su propaganda guerracivilista.
Porque las críticas no son en torno a sus fechorías, sino a lo que ellos llaman torpeza. Lamentan no el haber hecho lo que hicieran, sino que no se salieran del todo con la suya.
Y sé perfectamente que tengo toda la razón.