Es curioso cómo en estos casos como el de Garzón, el de Gordillo y ETA, se idolatra a los delincuentes y a los criminales, cómo el fanatismo y los más pintorescos pretextos pulverizan la decencia y el raciocinio.
Garzón no es tratado por mucha gente como un prevaricador cualquiera, sin móvil político. Se ve con mayor benevolencia a un terrorista, que a un asesino que no se escuda en la política para cometer sus crímenes. Y lo mismo pasa con los atracadores que emplean una excusa política, para atracar, con respecto a los que pegan un tirón de bolso, sin más. Un fenómeno curioso.