Las voces de alarma empiezan a sonar dentro del propio PP. Habla A. F., diputada y sexóloga: “Como buenos españoles, gente cabal y de derechas, debemos pensar ante todo en el turismo y en potenciar las grandes tradiciones hispánicas: matar toros, arrojar cabras de un campanario, apedrear perros y mantener a un tonto que dé lustre a la plaza mayor, un tonto por lo menos. Otra cosa no haremos, pero en muchas Comunidades y Ayuntamientos del PP trabajamos sin descanso para que no se pierda esa entrañable figura del folklore patrio, aunque quizá en Orense se les ha ido un poco la mano”.
A Porfirio Lechón, segundo tonto de alcalde de Boyuyos de Tajuña, le parece inaceptable que todo un señor ingeniero se dedique a soltar las mismas sandeces que él improvisa todos los días sin más ayuda que un botellín de cerveza y un dedo en la nariz. “Lo de los cinco mil euros me lo ha copiado a mí” muge Porfirio, firmando una recalificación de terrenos mientras se prueba un traje que le acaban de regalar. “Lo dije en las fiestas del pueblo y me tiraron al pilón. Lo que nos reímos, tú”.
“Podemos estar tranquilos -dice Aniceto Atwinks, filósofo bipolar-, el tonto de pueblo está lejos de extinguirse. El otro día estaba en un bar bebiendo con unos amigos, entonces entró un tío riendo, bebió de las copas de todos, magreó a todas las tías, volvió a reírse y se marchó. Estupefacto, pregunté quién era. El tonto del pueblo, respondieron. Pues menos mal que es tonto, dije, porque ha sobado a todas las tías, ha bebido de vuestros vasos y se ha ido sin pagar. Sí, dijeron. Estamos pensando si no nos saldría más barato hacerlo concejal”.
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