Cuando leemos la palabra "acoso", ya sea laboral, sexual, o de otro tipo, el acusado ya está denigrado casi instantáneamente. Vaya, que tiene que demostrar su inocencia más que el otro la culpabilidad, más aún si hace apaños o si encuentra aliados con intereses afines y ganas de acusar solo de palabra para tumbar al otro, o coger su puesto. ¿Qué hacer? ¿Cómo demostrar, a posteriori, que Dios no existe? ¿Sabrán los jueces separar la verdad de las inquiquineces?
