Al parecer el epígrafe de este tema se desarrolla desde el punto de vista político. Sin embargo, pienso que trasciende ese plano para adentrarse en lo puramente cotidiano, en cuestiones que preocupan al ciudadano de a pie. Desde mi punto de vista, España no pierde peso. Lo que ocurre es que España no tiene peso alguno.
Recientemente he visitado un país centro europeo y he podido contrastar mi aserto anterior: En los folletos turísticos de ese país, la lengua española figura en la mayoría de las ocasiones en quinto lugar: En primer puesto, la lengua del país; le sigue la inglesa; después la francesa; detrás de ésta la italiana; y por último, la española. Eso sí, antes que la nipona. Si atendemos al número de hispanohablantes, el lugar es inmerecido.
Pero es que eso no ocurre sólo en los folletos turísticos. En los comercios, restaurantes, cafeterías, centros de ocio y cultura y en general en establecimientos de atención al público. El español está infravalorado. Antes se conocen otras lenguas; se entienden mejor con el francés, e incluso con el italiano. La lengua española es una gran desconocida. Y yo digo: ¿qué pasa con el Instituto Cervantes?.
Pero además, no sólo desde el punto de vista linguístico, sino también en el de las relaciones humanas. Entiendo que cuando se visita otro país, es obligación del visitante hablar el lenguaje del lugar, igual que cuando un extranjero viene a España debería saber español o intentar saberlo. Muchos, muchos extranjeros, expresan cierta insatisfacción al oir de un español que no sabe inglés.
¿Dónde está pues el peso de España en el exterior?.