Vivimos una época de obsesiones enfermizas: a mi lo del crucifijo es que me la refanfinfla. Quiero decir que me da exactamente igual que esté, como que no esté.
Lo que no me da tan igual, es ese grado de obsesión enfermiza, esa saña en la persecución de la libertad y bueno, también ese gusto por todo lo cutre y cuanto más cutre, mejor.
Vamos a ver: resulta que no se puede fumar, que la Ministra persigue el vino, que los gamberros te persiguen por hablar español, que se descalifica a un partido (el PP) no por cutre, que lo es, sino por genocida, que el comunismo no estaba tan mal, que los que combaten el terrorismo son "torturadores", que los de ETA no son tan malos, que luego te revientan las conferencias (léase Pío Moa o Boadella).
Esto por un lado: luego resulta que estamos con la promoción automática en las escuelas, con la propaganda nacionalista, con los tablones de anuncios de los sindicatos no precisamente para mejorar la calidad de la enseñanza, con contratos blindados que permiten a los interinos adquirir fraudulentamente plazas de oposición, pero resulta que la paleoizquierda cavernícola y comunista no tiene otra cosa en qué fijarse que en los crucifijos.
Pues no sé cómo decirlo: hay que rebelarse contra las prohibiciones bananeras sólo por el hecho de prohibir los derechos más elementales de la persona: a intoxicarse de puros y porros, a emborracharse a lo grande, a meter en las escuelas no sólo crucifijos, sino banderas con el águila, a hablar español por los codos, arranquemos de una puta vez todos los letreros en catalán en las escuelas.
Este es el tipo de huelga que haría una ciudadanía ejemplar.