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Autor Tema: Libros interesantes  (Leído 172626 veces)

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Re:Libros interesantes
« Respuesta #520 en: 15 de Agosto de 2011, 10:15:46 am »
 ::) ¡ A que si, que es fantástico encontrar un libro-Tesoro !, a mi me gusta uno mucho, Torrombillo, pero es muy caro, caro... lo venden en una editorial de anticuarios en Barcelona. Oye y lo de los intercambio de libros esta muy bien, reciprocidad fantástica, podemos tambien intercambiar los personajes de un libro por los de otro, utilizando nuestra imaginación.

A ver, compi Torrombillo, que personajes te gustaría ser de los libros O de la Zarzuela o de la öpera?... venga imagina.... a ver si me gusta los que eliges.... para los demás tambien, que personajes os gustaría ser de los libros?


Saludos a todos.  Anagar.

"quotquot...la paz y la unión son los únicos anhelos de mi alma"quotquot

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Re:Libros interesantes
« Respuesta #521 en: 17 de Agosto de 2011, 23:01:32 pm »
El pie de Jaipur, de Javier Moro 
Gracias...

Desconectado groovyricardo

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Re:Libros interesantes
« Respuesta #522 en: 18 de Agosto de 2011, 13:34:08 pm »
Los duelistas, de Conrad.

Breve novela para lo habitual en Conrad, puede leerse de un tirón. Genial la historia de una perpetua hostilidad entre dos oficiales de los ejércitos napoleónicos.
 Muy buena también la versión llevada al cine, de Ridley Scott.
"quotquotQueríamos democracia. Lo que hemos conseguido es el mercado de renta fija"quotquot. nbspnbsp  (Pintada polaca)

Desconectado Torrombo

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Re:Libros interesantes
« Respuesta #523 en: 18 de Agosto de 2011, 21:21:22 pm »
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Los duelistas, de Conrad.

Breve novela para lo habitual en Conrad, puede leerse de un tirón. Genial la historia de una perpetua hostilidad entre dos oficiales de los ejércitos napoleónicos.
 Muy buena también la versión llevada al cine, de Ridley Scott.

me encanta esa época: las guerras napoleónicas, y en la peli los paisajes fotografiados magistralmente, los oficiales de napoleon elegantemente uniformados voy a buscar el libro, a ver si lo encuentro en alguna biblioteca

otro libro magistral que estoy acabando estos dias, magnifico, para quien quiera adentrarse en los vericuetos de lo gótico y el feudalismo, en el París medieval:

NUESTRA SEÑORA DE PARIS de Victor Hugo, también gran película "Esmeralda la Zíngara" TÍTULO ORIGINAL The Hunchback of Notre Dame (el jorobado de NotreDame)
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Desconectado anagar4

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Re:Libros interesantes
« Respuesta #524 en: 19 de Agosto de 2011, 13:03:14 pm »
Torrombillo.....¡ ay,..que culto es este chiquillo, madre!. Si los clásicos son los más apasionantes...... descubres los grandes secretos de la vida en esas paginas........

Saludos. Anagar.
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Re:Libros interesantes
« Respuesta #525 en: 19 de Agosto de 2011, 16:00:30 pm »
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Torrombillo.....¡ ay,..que culto es este chiquillo, madre!. Si los clásicos son los más apasionantes...... descubres los grandes secretos de la vida en esas paginas........

Saludos. Anagar.

sí te pongo un pequeño párrafo de ese gran clásico que es NotreDame de París de Victor Hugo:

"No era cosa muy rara en las ciudades de la Edad Media una empresa como la que los truhanes intentaban en aquellos momentos contra Nuestra Señora. Lo que hoy llamamos policía no existía entonces. En las ciudades populosas, en las capitales sobre todo, no había un poder central, único y regulador. El feudalismo había construido de una manera muy curiosa estas grandes comunas. La ciudad estaba formada por un conjunto de mil señoríos que la dividían en numerosos compartimentos de formas y tamaños diversos. De ahí las mil policías contradictorias; es decir, la falta de policía. En París, por ejemplo, independientemente de los ciento cuarenta y un señores con pretensiones feudales, había veinticinco que se creían con derechos propios; desde el obispo de París, que tenía ciento cinco calles, hasta el prior de Notre Dame desChamps que tenía cuatro. Todos estos justicieros feudales no reconocían más que nominalmente la autoridad soberana del rey. Todos tenían derechos viarios y todos se encontraban en sus propios feudos."
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Desconectado anagar4

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Re:Libros interesantes
« Respuesta #526 en: 21 de Agosto de 2011, 12:54:29 pm »
Que interesante Torrombillo, venga pon más parrafillos literarios, que guarden un gran secreto.....o parrafillos que te hayan sorprendido o parrafos divertidos, aunque me gusta más los interesantes.....

¡ ay, que culto este niño!......


Besitos..... espero esos parrafillos literarios...no se te olvide de ponerlos....

Anagar.
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Re:Libros interesantes
« Respuesta #527 en: 22 de Agosto de 2011, 16:07:38 pm »
aqui otro lfragmento, genial escena de la película también: "El Tercer hombre" pongo la música de fondo, imprescindible para leerlo y situarse en la viena ocupada por 4 grandes potencias, es el encuentro en la Noria del malo y del bueno de la peli

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Durante una hora esperó, paseando arriba y abajo para no coger frío, dentro del recinto de la Noria Grande; el devastado Prater, con sus huesos que asomaban crudamente a través de la nieve, estaba casi vacío. En un puentecillo vendían tortas en forma de ruedas de carro y los niños hacían cola con sus cupones. Había unas cuantas parejas de novios apiñadas en uno de los carros de la noria, que se movía lentamente por encima de la ciudad, rodeado por los otros carros vacíos. Cuando el carro llegó al punto más alto, las revoluciones se detuvieron durante un par de minutos y allá arriba los pequeños rostros se aplastaron contra el cristal. Martins se preguntó quién vendría a buscarle. ¿Quedaba en Harry suficiente amistad como para que viniera solo o llegaría una escuadra de policía? Estaba claro, desde la expedición al piso de Anna Schmidt, que tenía cierta influencia. Cuando la manecilla de su reloj rebasó la hora se preguntó: ¿No me lo habré inventado yo todo? ¿Estarán desenterrando ahora el cadáver de Harry en el Cementerio Central?
En algún lugar situado detrás del puestecillo de las tortas alguien silbó y Martins reconoció la melodía. Se volvió y esperó. Fue el miedo o la excitación lo que hizo palpitar su corazón, o quizá fueran los recuerdos que la melodía despertaba en él, porque la vida siempre se aceleraba cuando aparecía Harry, cuando aparecía como ocurría ahora, como si nada hubiera sucedido, como si no hubieran metido a nadie en una tumba ni se hubiera encontrado a nadie degollado en un sótano; cuando aparecía con esa actitud suya divertida, condescendiente, de o lo tomas o lo dejas, y, claro está, uno siempre lo tomaba.
«Harry.»
«Hola, Rollo.»
No se imaginen a Harry Lime como un hábil estafador. No lo era. La fotografía que tengo en mis archivos es excelente: la tomó un fotógrafo callejero y se le ve con sus robustas piernas separadas, las anchas espaldas un poco encorvadas, una barriga que ha conocido demasiada buena comida durante demasiado tiempo, en su rostro una expresión de alegre picardía, de afabilidad, de saber que su felicidad es lo mejor que le puede ocurrir al mundo. No cometió el error de alargar la mano que podía ser rechazada, sino que en su lugar dio un golpecito en el codo de Martins y le dijo:
«¿Qué tal te van las cosas?»
«Tenemos que hablar, Harry.»
«Claro.»
«A solas.»
«Este es el sitio donde podemos estar más a solas.»
Siempre había sabido componérselas y también supo hacerlo en aquel devastado parque de atracciones, dándole una propina a la mujer encargada de la noria para que pudieran disponer de una cabina para ellos dos solos. Dijo:
«En los viejos tiempos esto lo hacían los amantes, pero ahora no tienen dinero para gastar, los pobres diablos», y, por la ventana del oscilante carro que subía, miró a las figuras que se iban empequeñeciendo allá abajo con una expresión que parecía de auténtica lástima.
Por un lado, muy lentamente, la ciudad se hundió; por otro lado, muy lentamente, empezaron a aparecer las grandes vigas de celosía de la noria. A medida que la ciudad se deslizaba, el Danubio se fue haciendo visible y los machones del Reichsbrücke se levantaron por encima de las casas.
«Bueno», dijo Harry, «me alegra verte.»
«Estuve en tu funeral.»
«¿No te parece que fui bastante listo?»
«Para tu novia no tanto. Ella estaba allí también, llorando.»
«Es una buena chica», dijo Harry. «Le tengo mucho cariño.»
«No creí a la policía cuando me hablaron de ti.»
«No te habría dicho que vinieras si hubiera sabido lo que iba a ocurrir», dijo Harry, «pero es que no creí que la policía sospechara de mí.»
«¿Me ibas a dar una parte del botín?»
«Hombre, hasta ahora nunca te he negado una parte de nada.»
Permaneció de espaldas a la puerta cuando el carro osciló hacia arriba y volvió a sonreírle a Rollo Martins, que le recordó en una actitud parecida en un rincón aislado del patio del colegio.
«He aprendido una manera de salir por la noche. Es absolutamente segura. Te lo voy a contar a ti solo.»
Por primera vez, Rollo Martins miró atrás, a través de los años, sin admiración, mientras pensaba: nunca ha crecido. Los diablos de Marlowe llevaban petardos colgados en sus colas: el mal era como Peter Pan, conllevaba el don aterrador y horrible de la eterna juventud.
Martins dijo:
«¿Has visitado el hospital infantil? ¿Has visto a alguna de tus víctimas?»
Harry lanzó una ojeada al paisaje de juguete de abajo y se alejó de la puerta.
«Nunca me siento completamente seguro en estos cacharros», dijo.
Palpó la puerta con la mano, como si temiera que pudiera abrirse de golpe y le lanzara a aquel espacio trenzado de hierro.
«¿Víctimas?», preguntó. «No seas melodramático, Rollo. Mira ahí abajo», prosiguió, señalando a través de la ventana a la gente que se movía como moscas negras en la base de la noria. « ¿De verdad podrías sentir lástima si una de esas manchas dejara de moverse para siempre? Hombre, si te dijera que podías conseguir veinte libras por cada mancha que se detuviera, ¿de verdad, me dirías que me quedara con mi dinero, sin una vacilación? ¿O calcularías de cuántas manchas podías prescindir sin problemas? Libres de impuestos, oye. Libres de impuestos.» Sonrió con su aire juvenil y de conspirador.
«Es la única manera de ahorrar actualmente.»
«¿No podías haberte limitado a los neumáticos?»
«¿Como Cooler? No, yo siempre he sido ambicioso.»
«Estás acabado. La policía lo sabe todo.»
«Pero no podrán atraparme, Rollo, ya lo verás. Asomaré la cabeza de nuevo. Los que valemos, siempre salimos a flote.»
El carro osciló hasta detenerse en el punto más alto de la curva, y Harry le dio la espalda y miró por la ventana. Martins pensó: un buen empujón y podría romper el cristal, y se imaginó al cuerpo cayendo y cayendo a través de los postes de hierro, como un trozo de carroña cayendo entre las moscas. Dijo:
«Sabes que la policía está pensando en exhumar tu cuerpo. ¿Qué van a encontrar?»
«A Harbin», contestó sencillamente Harry.
Se volvió y dijo:
«Mira al cielo.»
La cabina había llegado a la cima de la noria y colgaba inmóvil, mientras la mancha del crepúsculo corría en rayones sobre un cielo de papel arrugado más allá de las vigas negras.
«¿Por qué intentaron los rusos llevarse a Anna Schmidt?»
«Hombre, tenía documentos falsos.»
«¿Quién se lo contó?»
«El precio de vivir en esta zona, Rollo, es hacer servicios. Tengo que darles de vez en cuando un poco de información.»
«Creí que tal vez estaban intentando traértela aquí porque era tu novia. Porque querías que estuviera contigo.»
Harry sonrió.
«No tengo tanta influencia.»
«¿Qué le hubieran hecho?»
«Nada grave. La habrían devuelto a Hungría. No tienen nada contra ella. Quizá un año en un campo de trabajo. Estaría muchísimo mejor en su país que al antojo de la policía británica.»
«No les ha contado nada de ti.»
«Es una buena chica», repitió Harry con satisfacción y orgullo.
«Ella te quiere.»
«Bueno, lo pasó bien conmigo mientras duró.»
«Y yo la quiero.»
«Eso está muy bien, hombre. Sé bueno con ella. Se lo merece. Cuánto me alegro.»
Daba la impresión de haberlo arreglado a gusto de todos.
«Y también puedes influir para que tenga la boca cerrada. Aunque no es que sepa nada importante.»
«Me gustaría tirarte por la ventana.»
«Pero no lo harás. Nuestros enfados nunca duran mucho, hombre. Acuérdate de aquella terrible pelea en Mónaco, cuando juramos que no volveríamos a vernos nunca. Yo me fiaría de ti en cualquier sitio, Rollo. Kurtz intentó convencerme de que no viniera, pero te conozco. Luego intentó convencerme para que, bueno, preparara un accidente. Me dijo que sería muy fácil en este carro.»
«Salvo que yo soy más fuerte que tú.»
«Pero yo tengo una pistola. ¿Crees que se notaría un balazo cuando llegaras a ese suelo?»
La cabina comenzó a moverse de nuevo, deslizándose hacia abajo, hasta que las moscas se convirtieron en enanos, y, finalmente, en seres humanos reconocibles.
«Qué tontos somos, Rollo, hablar de esa manera, como si yo te pudiera hacer una cosa así, o tú pudieras hacérmela a mí.»
Se dio la vuelta y apoyó su rostro contra el cristal. Un empujón...
«¿Cuánto ganas al año con tus novelas del Oeste?»
«Mil.»
«Antes de los impuestos. Yo gano treinta mil netas. Es la moda. Hombre, en estos tiempos nadie piensa en los seres humanos. Si no lo hacen los gobiernos, ¿por qué vamos a hacerlo nosotros? Hablan del pueblo y del proletariado y yo hablo de primos. Es lo mismo. Ellos tienen sus planes quinquenales y yo también.»
«Antes eras católico.»
«Y sigo creyendo, hombre, en Dios, en la misericordia y en todo eso. No daño al alma de nadie con lo que estoy haciendo. Los muertos están más felices muertos. No se pierden mucho aquí, pobres diablos», añadió con aquel extraño toque de auténtica piedad cuando el carro llegaba a la plataforma y los rostros de los condenados a ser víctimas, los rostros domingueros y cansados que buscaban diversión, les miraban fijamente.
«Podías entrar en el negocio, ¿sabes? Sería útil. No me queda nadie en la Ciudad Interior.»
«¿Y Cooler? ¿Y Winkler?»
«No te me vuelvas policía, hombre.»
Salieron del carro y volvió a tocar el codo de Martins con la mano.
«Era un chiste. Sé de sobra que no lo harás. ¿Has sabido algo últimamente del viejo Bracer?»
«Recibí una tarjeta en Navidad.»
«Qué tiempos aquellos, hombre. Qué tiempos aquellos. Tengo que dejarte aquí. Nos volveremos a ver algún día. Si te metes en algún lío siempre puedes localizarme a través de Kurtz.»
       Se alejó y al darse la vuelta se despidió con la mano que tuvo el tacto de no ofrecer: era como si todo el pasado se fuera alejando  bajo una nube. Martins le gritó de pronto:
      «No te fíes de mí, Harry.»
      Pero la distancia entre los dos era ya demasiado grande como, para que le llegaran sus palabras.
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Re:Libros interesantes
« Respuesta #528 en: 23 de Agosto de 2011, 07:47:44 am »
Madreeee y toa esa parrafá es sólo un fragmento? Y seguro que el libro no tiene 'santos'... bueno le salva que han hecho la peli... aunque entre una peli en blanco y negro y un libro lleno de letras no sé qué es peor...

«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me

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Re:Libros interesantes
« Respuesta #529 en: 23 de Agosto de 2011, 07:53:21 am »
Muy buen fragmento, querido compi, el libro no lo he leido,pero la peli es un clasico entre los clasicos, el cine negro es buenísimo. Que manera de expresar una situación tan fantasticamente realizada. 


Me gusta mucho el siguiente fragmento.

Cuando la manecilla de su reloj rebasó la hora se preguntó: ¿No me lo habré inventado yo todo? ¿Estarán desenterrando ahora el cadáver de Harry en el Cementerio Central?
En algún lugar situado detrás del puestecillo de las tortas alguien silbó y Martins reconoció la melodía. Se volvió y esperó. Fue el miedo


La pregunta ¿ NO Me lo habre inventado yo todo?...esa pregunta es magistral... dice mucho.


Buena elección Torrombillo, sigue poniendo......


Saluditos. Anagar
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Re:Libros interesantes
« Respuesta #530 en: 23 de Agosto de 2011, 19:51:23 pm »
otro fragmento de Nuestra Señora de París de Victor Hugo que me parece destacable:


"......Hablad ya, señor  insistió el rey . ¿Hay una revuelta de villanos en nuestra buena villa de París?
 Sí señor.
 ¿Que va dirigida, decís, contra el señor bailío del Palacio de Justicia?
 Eso parece  respondió el compadre, entre balbuceos confuso todavía por el cambio brusco a inexplicable que acababa de producirse en la actitud del rey.
Luis XI prosiguió.
 ¿Y dónde decís que la ronda ha encontrado a ese gentío?
 Iban en marcha desde la Grande Truanderie hacia el Pontaux Changeurs. Yo mismo la he encontrado mientras me dirigía hacia aquí para dar cumplimiento a las órdenes de vuestra majestad. Incluso he podido oír cómo algunos gritaban: «¡Abajo el bailío de París!»
 ¿Y qué quejas tiene esa genie contra el bailío?
 ¡Ah!  dijo el compadre Jacques  pues que es su señor.
 ¿Sólo eso?
 ¡Sólo eso, señor! Son los bribones de la Corte de los Milagros y hace ya mucho tiempo que se quejan del bailío del que dependen. No quieren reconocerle ni como su juez ni como veedor de su zona.
 ¡Vaya, vaya!  prosiguió el rey con una sonrisa de satisfacción que intentaba, en vano, disimular.
 En todas sus demandas ante el parlamento  prosiguió el compadre Jacques , afirman siempre que sólo tienen como señores a vuestra majestad y a su Dios, que me parece a mí que es el diablo:
 Vaya, vaya  dijo el rey frotándose las manos y riendo con aquella risa interior que le iluminaba el rostro.
No podía disimular su alegría aunque a veces intentara reportarse. Nadie podía comprender lo que pasaba ni el propio «maese Olivier».
Por un momento se quedó silencioso y pensativo pero con gesto alegre.
 ¿Son muchos?  preguntó de pronto.
 Ciertamente, señor  respondió el compadre Jacques.
 ¿Cuántos?
 Unos seis mil, al menos.
El rey no pudo evitar el decir:
 ¡Muy bien!  y preguntó : ¿Están armados?
 Con guadañas, picas, arcabuces, picos; con todo tipo de armas agresivas y muy violentas.
Al rey no pareció inquietarle lo más mínimo aquella relación de armas, hasta el punto de que el compadre Jacques se creyó en la obligación de añadir:
 Si vuestra tnajestad no envía con presteza auxilios al bailío, está perdido.
 Se los enviaremos  manifestó el rey con una apariencia de seriedad ; está bien. Vamos a enviárselos porque el bailío es amigo nuestro. ¿Seis mil, decís? ¡Son tipos muy decididos! La audacia es maravillosa, pero nos estamos muy enojados. La verdad es que esta noche tenemos poca gente disponible. Pero mañana por la mañana proveeremos.
El compadre Jacques protestó:
 ¡Tiene que ser ahora mismo, majestad! Habrá tiempo para saquear al bailío más de veinte veces; violarán a la señora y le colgarán a él. ¡Por Dios, señor! ¡Enviadle ayuda, antes de mañana!
El rey le miró de frente.
 He dicho mañana por la mañana. Era una de esas miradas que no podían tener réplica.
Después de un silencio Luis XI elevó de nuevo el tono de su voz.
 Compadre Jacques, vos tenéis que saberlo... ¿Cuál era...?  rectificó. ¿Cuál es la jurisdicción feudal del bailío?
 Señor, el bailío del Palacio tiene la calle de la Calandre hasta la calle de la Herberie, la plaza de Saint Michel y los lugares vulgarmente conocidos como los Muneaux, situados cerca de la iglesia de Notre Dame des Champs (aquí Luis XI levantó el borde de su sombrero). Son unos trece en total más la Corte de los Milagros, más la leprosería llamada la Banlieue, más coda la calle que comienza en la leprosería y termina en la Porte de Saint Jacques. Es veedor de todos esos lugares y administrador de la alta, media y baja justicia; en una palabra, señor absoluto.
 Ya, dijo el rey rascándose la oreja izquierda con la mano derecha ; ¡ es una buena parte de mi ciudad! ¡Vaya, vaya! ¿Así que el señor bailío era rey de todo esto?
Esta vez no se corrigió y prosiguió, como hablándose a si mismo:
 ¡Muy bonito, señor bailío! Teníais entre los dientes un bonito pedazo de nuestro París.
Y de pronto explotó:
 ¡Vive Dios! Pero, ¿qué se han creído esas gentes que se pretenden veedores, jueces y dueños absolutos en nuestra casa? ¿Quiénes son para creerse los amos de las calles, justicias y verdugos en los barrios? De modo que, igual que los griegos creían que había tantos dioses como fuentes y los persas tantos como estrellas, ¿el francés cree que hay tantos reyes como patíbulos puede contar? ¡Pardiez, que es mala cosa y que esta confusión me desagrada! Me gustaría saber si es por la gracia de Dios por la que haya en París otro veedor que el rey, otra justicia que la de nuestro parlamento y otro emperador que nos en este imperio. ¡Por mi alma que será preciso que venga el día en que no haya en Francia más que un rey, un señor, un juez o un verdugo, al igual que en el cielo hay un solo Dios!
Levantó de nuevo su sombrero ante este nombre y prosiguió, siempre con aire soñador y con el acento del cazador al acecho que lanza, de pronto, la jauría.
 ¡Muy bien, pueblo mío! ¡Valiente! ¡Destruye a esos falsos señores! Haz bien tu trabajo. ¡Píllalos! ¡Cuélgalos! ¡Saquéalos!... ¡Hala! ¿No queréis ser reyes, señores míos? ¡Vamos, pueblo!
Al llegar aquí se interrumpió bruscamente y se mordió el labio, como para retomar su pensamiento medio escapado. Luego se quedó observando, con su mirada penetrante, uno a uno, a los cinco personajes que le rodeaban y, de pronto, cogiendo el sombrero con ambas manos y mirándole fijamente, le dijo.
 ¡Seguro que lo quemarías si supieras lo que arde en mi cabeza!
Después, echando de nuevo a su alrededor la mirada inquieta y atenta del zorro que vuelve, astuto, a su madriguera, añadió:
 Pero, ¡no importa! Socorreremos al señor bailío. Por desgracia tenemos aquí muy pocas tropas en este momento para luchar contra tal gentío. Hay que esperar a mañana. Estableceremos el orden en la Cité y colgaremos sin miramientos a cuantos cojamos.
 ¡A propósito, señor!  intervino el compadre Coicitier , lo había olvidado en el primer momento de turbación; la vigilancia ha cogido a dos rezagados de la banda; si vuestra majestad desea verlos, tengo aquí a esos dos hombres.
 ¡Que si quiero verlos!, pero, ¿qué dices? ¡Vive Dios! ¡Olvidársete una cosa así! ¡Rápido, Olivier! ¡Ve a buscarlos!
Maese Olivier salió y volvió momentos más tarde con los dos prisioneros, rodeados por los arqueros de la ordenanza.
Al primero se le notaba la sorpresa en su cara regordeta de idiota y de borracho. Iba vestido de harapos y andaba doblando la rodilla y arrastrando un pie. El segundo era una figura pálida y sonriente que el lector ya conoce.
El rey los examinó durante un momento, sin decir una palabra, y luego preguntó al primero.
 ¿Cómo to llamas?
 Gieffroy Pincebourde.
 ¿Tu oficio?
 Truhán.
 ¿Qué pensabas hacer en ese condenado motín?
El truhán miró al rey, mientras balanceaba sus brazos con aire de atontado. Era una de esas cabezas mal conformadas en donde la inteligencia se encuentra tan a gusto como una llama debajo de un apagavelas.
 No sé. Todos iban y yo iba también.
 ¿No ibais a atacar y a asaltar a vuestro señor el bailío de palacio?
 Sólo sé que íbamos a coger algo en casa de alguien. No sé más.
Un soldado mostró al rey una hoz que habían quitado a un truhán.
 ¿Reconoces este arma?  le preguntó el rey.
 Sí; es mi hocino. Soy viñador.
 ¿Reconoces a este hombre como compañero tuyo?  le preguntó Luis XI, señalando al otro compañero.
 No; no le conozco de nada.
 ¡Basta!  dijo el rey. Y haciendo un gesto con el dedo al personaje silencioso a inmóvil que se encontraba cerca de la puerta y al que ya conocemos : Compadre Tristan; este hombre es para vos, Tristan l'Hermite hizo una reverencia y dio orden en voz baja a dos arqueros que se llevaron al pobre truhán.
El rey se había aproximado mientras tanto al segundo prisionero que sudaba la gota gorda.
 ¿Tu nombre?
 Señor, Pierre Gringoire.
 ¿Tu oficio?
 Filósofo, señor.
 Cómo te atreves, bribón, a atacar a nuestro amigo, el señor bailío del Palacio y qué tienes que decir sobre ese motín popular?
 Majestad, yo no estaba allí.
 ¿Cómo? ¡Sinvergüenza! ¿No has sido detenido por la ronda entre los amotinados?
 No, majestad; hay un error. Es la fatalidad. Yo escribo tragedias. Majestad, os suplico que me oigáis. Soy poeta. Los de mi profesión paseamos nuestra melancolía por las calles, de noche y esta noche iba paseando por allí. Ha sido una gran coincidencia. Me han detenido equivocadamente. Soy inocente de esta tempestad cívica. Habéis visto, majestad, cómo el truhán no me ha reconocido. Conjuro a vuestra majestad...
 ¡Cállate!  le dijo el rey entre dos sorbos de tisana . Nos estás rompiendo la cabeza.
Tristan l'Hermite se adelantó hacia Gringoire y señalándole con el dedo dijo:
 Majestad, ¿puedo también llevarme a éste?
Eran las primeras palabras que había pronunciado.
 Bueno  respondió displicente el rey  : No veo que haya inconvenientes.
  ¡Pero yo sí los veo, y muchos!  contestó Gringoire. Nuestro filósofo se encontraba en aquel momento más verde que una aceituna. Dedujo, por el aspecto frío a indiferente del rey, que la única solución podría estar en alguna escena patética y se precipitó a los pies de Luis XI, gritando con gran gesticulación desesperada:
 ¡Señor! Majestad, dignaos escucharme. Señor, no os enfurezcáis por tan poca cosa como yo. El gran rayo de Dios no se precipita nunca sobre una lechuga. Majestad, sois un monarca augusto y poderosos, apiadaos de un pobre hombre, honrado, al que le resultaría más difícil provocar cualquier revuelta que a un trozo de hielo sacar chispas. Graciosa majestad; la bondad es una virtud de reyes y leones. ¡Ay!, el rigor no hace sino enfurecer el ánimo; las bocanadas impetuosas del cierzo no serán capaces de arrancar su capa al caminante; sin embargo el sol, lanzándole sus rayos, le irá calentando poco a poco hasta obligarle a quedarse en camisa. Majestad, vos sois el sol. Insisto ante vos, soberano dueño y señor, en que yo no soy un truhán ladrón y desconsiderado. Las revueltas y el bandolerismo no son los compañeros de Apolo y yo no soy de esos que forman parte de bandas que luego provocan algaradas y sediciones, sino un fiel vasallo de vuestra majestad. El mismo celo que manifiesta el marido por la honra de su mujer, el sentimiento de amor que tiene el hijo para su padre, debe manifestarlos también un buen vasallo para gloria de su rey; debe sacrificarse por el cuidado de su casa ofreciendo con generosidad sus servicios. Cualquier otra pasión por la que se dejase arrastrar no sería más que locura. Éstas son, majestad, mis reglas de conducta. No me consideréis sedicioso y saqueador por mis ropas viejas y gastadas. Si me concedéis vuestra gracia, majestad, emplearé mi vida en rogar a Dios por vos, de rodillas, de la mañana a la noche. ¡Ay! No soy muy rico, es cierto; incluso soy bastante pobre pero no, por ello, vicioso. Todo el mundo sabe que las bellas letras no producen grandes riquezas y que los más que se entregan a la lectura de los buenos libros, no disponen casi nunca de un buen fuego en invierno. La abogacía se lleva todas las ganancias y no deja sino la paja a las demás profesiones de la inteligencia. Existen cuarenta y tres proverbios, excelentes todos, sobre la capa raída de los filósofos. ¡Oh, majestad! Sólo la clemencia es la única luz capaz de iluminar el interior de un alma grande. Es ella la que lleva la antorcha delante de las demás virtudes; sin ella serían como ciegos que buscan a Dios a tientas: La misericordia, que es to mismo que la clemencia, crea el amor en la gente y es éste el más poderoso cuerpo de guardia para la persona de un príncipe. ¿Qué más os da, a vos, majestad, a quien todos miran deslumbrados, que haya un pobre hombre de más sobre la tierra? ¡Un pobre e inocente filósofo, chapoteando entre las tinieblas de la calamidad, con su bolsillo vacío, resonando sobre su vientre también vacío! Además, majestad, soy escritor y los grandes reyes se colocan una perla en su corona al proteger las letras. Hércules no desdeñaba el título de Musageta(19). Mathias Corvin protegía a Jean de Monroyal, ornamento de las matemáticas. Sin embargo no parece una buena manera de proteger las letras el ahorcar a los literatos. ¡Qué mancha habría caído sobre Alejandro si hubiera hecho ahorcar a Aristóteles! Esta mancha no habría sido un pequeño lunar en el rostro de su reputación para embellecerle, sino una úlcera maligna para desfigurarle. ¡Majestad! He escrito un bello epitalamio para Mademoiselle de Flandes y el muy augusto monseñor el delfín. Creeréis que esto no es la obra de un incitador a la rebelión. Ya ve vuestra majestad que no soy un escritorzuelo; que he estudiado con provecho y que poseo una elocuencia natural. ¡Perdonadme, majestad!, y al mismo tiempo será un hecho galante para Nuestra Señora. ¡Os juro además que me provoca un pánico horrible la idea de ser ahorcado!
19 Nombre mitológico aplicado primeramente a Apolo, bajo cuya diección estaban las musas. Hércules también recibió este nombre.
Mientras así hablaba, el desolado Gringoire besaba las pantuflas del rey y Guillaume Rym comentaba bajito a Coppenole.
 Hace bien en arrastrarse por el suelo, pues los reyes son como el Júpiter de Creta, sólo tienen oídos en los pies.
Sin preocuparse por el Júpiter de Creta, el calcetero respondió con una franca sonrisa y la vista fija en Gringoire.
 ¡Oh! ¡Qué bien lo ha dicho! Me parece estar oyendo al canciller Hugonet pidiéndome clemencia.
Cuando Gringoire hubo por fin acabado de hablar, estaba jadeante. Levantó la cabeza tembloroso hacia el rey que se entretenía en raspar con la uña una mancha que tenían sus calzas por la rodilla. Después, su majestad se puso a beber otro poco de tisana, pero no decía nada y aquel silencio torturaba a Gringoire. Finalmente, el rey se quedó mirándole.
 ¡Vaya charlatán insoportable!  dijo; luego, volviéndose hacia Tristan l'Hermite, añadió : ¡Bah! ¡Dejadle!
Gringoire se quedó sentado en el suelo loco de alegría.
 ¡En libertad!  gruñó Tristán . No desea vuestra majestad que quede retenido algún tiempo en la jaula.
 Compadre  prosiguió Luis XI , crees que hacemos jaulas de trescientas sesenta y siete libras, ocho sueldos y tres denarios para pájaros como éste. Suéltame a ese miserable lujurioso (a Luis XI le gustaba mucho esta palabra que, con ¡Vive Dios! constituía el fondo de su jovialidad) y echadle fuera a patadas.
 ¡Uf!  exclamó Gringoire , ¡éste es un rey!  y por miedo a una contraorden, se precipitó hacia la puerta que Tristan le abrió de mala gana. Los soldados salieron también, empujándole y golpeándole, lo que Gringoire soportó como un verdadero filósofo estoico."
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Re:Libros interesantes
« Respuesta #531 en: 24 de Agosto de 2011, 15:02:47 pm »
Que bonito el texto y ameno, te pongo lo que más me gusta.


Existen cuarenta y tres proverbios, excelentes todos, sobre la capa raída de los filósofos. ¡Oh, majestad! Sólo la clemencia es la única luz capaz de iluminar el interior de un alma grande. Es ella la que lleva la antorcha delante de las demás virtudes; sin ella serían como ciegos que buscan a Dios a tientas: La misericordia, que es to mismo que la clemencia, crea el amor en la gente y es éste el más poderoso cuerpo de guardia para la persona de un príncipe.


y cuando cogen al Truhan.... ¿ es el oficio de hoy en dia tambien,? ... me pregunto yo.... truhanes en todas las capas sociales?...... bueno la historia siempre es la misma.


Te sugiero que leas Rojo y Negro de Stendhal.... libro impresionante... te enseña muchas cosas... algunas hay que entender un poco entre líneas... pero no cambia los hechos.... siempre son los mismos...solo cambiamos los protagonistas.


Sigue poniendo Torrombillo. Saluditos.
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Re:Libros interesantes
« Respuesta #532 en: 29 de Agosto de 2011, 20:10:39 pm »
otro fragmento destacable, esta vez de "El corazón de las tinieblas" de Joseph Conrad, es el libro que inspiró la película Apocalipsis Now y que critica el colonialismo de siglos pasados:

"—Y también éste —dijo de pronto Marlow—ha sido uno de los lugares oscuros de la tierra. De entre nosotros era el único que aún "seguía el mar". Lo peor que de él podía decirse era que no representaba a su clase. Era un marino, pero también un vagabundo, mientras que la mayoría de los marinos llevan, por así decirlo, una vida sedentaria. Sus espíritus permanecen en casa y puede decirse que su hogar —el barco— va siempre con ellos; así como su país, el mar. Un barco es muy parecido a otro y el mar es siempre el mismo. En la inmutabilidad de cuanto los circunda, las costas extranjeras, los rostros extranjeros, la variable inmensidad de vida se desliza imperceptiblemente, velada, no por un sentimiento de misterio, sino por una ignorancia ligeramente desdeñosa, ya que nada resulta misterioso para el marino a no ser la mar misma, la amante de su existencia, tan inescrutable como el destino. Por lo demás, después de sus horas de trabajo, un paseo ocasional, o una borrachera ocasional en tierra firme, bastan para revelarle los secretos de todo un continente, y por lo general decide que ninguno de esos secretos vale la pena de ser conocido. Por eso mismo los relatos de los marinos tienen una franca sencillez: toda su significación puede encerrarse dentro de la cáscara de una nuez. Pero Marlow no era un típico hombre de mar (si se exceptúa su afición
a relatar historias), y para él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez sino afuera, envolviendo la anécdota de la misma manera que el resplandor circunda la luz, a semejanza de uno de esos halos neblinosos que a veces se hacen visibles por la iluminación espectral de la claridad de la luna.
A nadie pareció sorprender su comentario. Era típico de Marlow. Se aceptó en silencio; nadie se tomó ni siquiera la molestia de refunfuñar.
Después dijo, muy lentamente:
—Estaba pensando en épocas remotas, cuando llegaron por primera vez los romanos a estos lugares, hace diecinueve siglos... el otro día... La luz iluminó en el Támesis a partir de entonces. ¿Qué decía, caballeros? Sí, como una llama que corre por una llanura, como un fogonazo del relámpago en las nubes. Vivimos bajo esa llama temblorosa. ¡Y ojalá pueda durar mientras la vieja tierra continúe dando vueltas! Pero la oscuridad reinaba aquí aún ayer. Imaginad los sentimientos del comandante de un hermoso... ¿cómo se llamaban?... trirreme del Mediterráneo, destinado inesperadamente a viajar al norte. Después de atravesar a toda prisa las Galias, teniendo a su cargo uno de esos artefactos que los legionarios (no me cabe duda de que debieron
haber sido un maravilloso pueblo de artesanos) solían construir, al parecer por centenas en sólo un par de meses, si es que debemos creer lo que hemos leído. Imaginadlo aquí, en el mismo fin del mundo, un mar color de plomo, un cielo color de humo, una especie de barco tan fuerte como una concertina, remontando este río con aprovisionamientos u órdenes, o con lo que os plazca. Bancos de arena, pantanos, bosques, salvajes. Sin los alimentos a los que estaba acostumbrado un hombre civilizado, sin otra cosa para beber que el agua del Támesis. Ni vino de Falerno ni paseos por tierra. De cuando en cuando un campamento militar perdido en los bosques, como una aguja en medio de un pajar. Frío, niebla, bruma, tempestades, enfermedades, exilio, muerte acechando siempre tras los matorrales, en el agua, en el aire. ¡Deben haber muerto aquí como las moscas! Oh, sí, nuestro comandante debió haber pasado por todo eso, y sin duda debió haber salido muy bien librado, sin pensar tampoco demasiado en ello salvo después, cuandocontaba con jactancia sus hazañas. Era lo suficientemente hombre como para enfrentarse a las tinieblas. Tal vez lo alentaba la esperanza de obtener un ascenso en la flota de Ravena, si es que contaba con buenos amigos en Roma y sobrevivía al terrible clima. Podríamos pensar también en un joven ciudadano elegante con su toga; tal vez habría jugado demasiado, y venía aquí en el séquito de un prefecto, de un cuestor, hasta de un comerciante, para rehacer su fortuna. Un país cubierto de pantanos, marchas a través de los bosques, en algún lugar del interior la sensación de que el salvajismo, el salvajismo extremo, lo rodea... toda esa vida misteriosa y primitiva que se agita en el bosque, en las selvas, en el corazón del hombre salvaje.
No hay iniciación para tales misterios. Ha de vivir en medio de lo incomprensible, que también es detestable. Y hay en todo ello una fascinación que comienza a trabajar en él. La fascinación de lo abominable. Podéis imaginar el pesar creciente, el deseo de escapar, la impotente repugnancia, el odio.
Hizo una pausa. —Tened en cuenta —comenzó de nuevo, levantando un brazo desde el codo, la palma de la mano hacia afuera, de modo que con los pies cruzados ante sí parecía un Buda predicando, vestido a la europea y sin la flor de loto en la mano—, tened en cuenta que ninguno de nosotros podría conocer esa experiencia.
Lo que a nosotros nos salva es la eficiencia, el culto por la eficiencia. Pero aquellos jóvenes en realidad no tenían demasiado en qué apoyarse. No eran colonizadores; su administración equivalía a una pura opresión y nada más, imagino. Eran conquistadores, y eso lo único que requiere es fuerza bruta, nada de lo que pueda uno vanagloriarse cuando se posee, ya que la fuerza no es sino una casualidad nacida de la debilidad de los otros. Se apoderaban de todo lo que podían. Aquello era verdadero robo con violencia, asesinato con agravantes en gran escala, y los hombres hacían aquello ciegamente, como es natural entre quienes se debaten en la oscuridad. La conquista de la tierra, que por lo general consiste en arrebatársela a quienes tienen una tez de color distinto o narices ligeramente más chatas que las nuestras, no es nada agradable cuando se observa con atención. Lo único que la redime es la idea. Una idea que la respalda: no un pretexto sentimental sino una idea; y una creencia generosa en esa idea, en algo que se puede enarbolar, ante lo que uno puede postrarse y ofrecerse en sacrificio..."
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Re:Libros interesantes
« Respuesta #533 en: 29 de Agosto de 2011, 20:16:18 pm »
y otro fragmento del mismo libro, que siempre me ha parecido destacable:

"Yo debía visitar aún al doctor. 'Se trata sólo de una formalidad', me aseguró el secretario, con aire de participar en todas mis penas.
Por consiguiente un joven, que llevaba el sombrero caído sobre la ceja izquierda, supongo que un empleado (debía de haber allí muchísimos empleados aunque el edificio parecía tan tranquilo como si fuera una casa en el reino de la muerte), salió de alguna parte, bajó la escalera y me condujo a otra sala. Era un joven desaseado, con las mangas de la chaqueta manchadas de tinta, y su corbata
era grande y ondulada debajo de unmentón que por su forma recordaba un zapato
viejo. Era muy temprano para visitar al doctor, así que propuse ir a beber algo. Entonces mostró que podía desarrollar una vena de jovialidad. Mientras tomábamos nuestros vermuts, él glorificaba una y otra vez los negocios de la compañía, y entonces le expresé accidentalmente mi sorpresa de que no fuera allá. En seguida se enfrió su entusiasmo. 'No soy tan tonto como parezco, les dijo Platón a sus discípulos', recitó sentenciosamente. Vació su vaso de un solo trago y nos levantamos.
"El viejo doctor me tomó el pulso, pensando evidentemente en alguna otra cosa mientras lo hacía. 'Está bien, está bien para ir allá', musitó, y con cierta ansiedad me preguntó si le permitía medirme la cabeza. Bastante sorprendido le dije que sí. Entonces sacó un instrumento parecido a un compás calibrado y tomó las dimensiones por detrás y delante, de todos lados, apuntando unas cifras con cuidado. Era un hombre de baja estatura, sin afeitar y con una levita raída que más bien parecía una gabardina. Tenía los pies calzados con zapatillas y me pareció desde el primer momento un loco inofensivo.
'Siempre pido permiso, velando por los intereses de la ciencia, para medir los cráneos de los que parten hacia allá', me dijo. '¿Y también cuando vuelven?', pregunté. 'Nunca los vuelvo a ver', comentó, 'además, los cambios se producen en el interior, sabe usted.' Se río como si hubiera dicho alguna broma placentera.
'De modo que va usted a ir. Debe ser interesante.' Me lanzó una nueva mirada inquisitiva e hizo una nueva anotación. '¿Ha habido algún caso de locura en su familia?', preguntó con un tono casual. Me sentí fastidiado. ¿También esa pregunta tiene algo que ver con la ciencia?' 'Es posible', me respondió sin hacer caso de mi irritación, 'a la ciencia le interesa observar los cambios mentales que se producen en los individuos en aquel sitio, pero...' '¿Es usted alienista?', lo interrumpí. 'Todo médico debería serlo un poco', respondió aquel tipo original con tono imperturbable.
'He formado una pequeña teoría, que ustedes, señores, los que van allá, me deberían ayudar a demostrar. Ésta es mi contribución a los beneficios que mi país va a obtener de la posesión de aquella magnífica colonia.
La riqueza se la dejo a los demás. Perdone mis preguntas, pero usted es el primer inglés a quien examino.' Me apresuré a decirle que de ninguna manera era yo un típico inglés. 'Si lo fuera, no estaría conversando de esta manera con usted.' 'Lo que dice es bastante profundo, aunque probablemente equivocado', dijo riéndose. 'Evite usted la irritación más que los rayos solares. Adiós. ¿Cómo dicen ustedes, los ingleses? Good-bye. ¡Ah! Goodbye.
Adieu. En el trópico hay que mantener sobre todas las cosas la calma.' Levantó el
índice e hizo la advertencia: 'Du calme, du calme. Adieu.'

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Re:Libros interesantes
« Respuesta #534 en: 30 de Agosto de 2011, 08:00:33 am »
Muy interesante Torrombillo, se habla en el texto de flor de loto. Además es muy dinamico el texto, me gusta esto.


y para él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez sino afuera, envolviendo la anécdota de la misma manera que el resplandor circunda la luz, a semejanza de uno de esos halos neblinosos que a veces se hacen visibles por la iluminación espectral de la claridad de la luna.


A veces es necesario ver en la oscuridad.

Saludos. Anagar.
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Re:Libros interesantes
« Respuesta #535 en: 31 de Agosto de 2011, 01:05:09 am »
San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno.

Libro igual de recomendable a "peregrinos" que a "indignados"...aunque la sorpresa final no será del agrado de ninguno, seguramente.
"quotquotQueríamos democracia. Lo que hemos conseguido es el mercado de renta fija"quotquot. nbspnbsp  (Pintada polaca)

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Re:Libros interesantes
« Respuesta #536 en: 31 de Agosto de 2011, 08:05:09 am »
Pues si compi groovyricardo, es muy buen libro, cuando lo lei me gusto mucho. Además Unamuno es mucho escritor y gran pensador. Has hecho una buena recomendación.

Yo voy a recomendar uno muy bonito de Pio Baroja, gran escritor, y es La Feria De los Discretos, fantástico libro.


Saludos, Anagar.
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Re:Libros interesantes
« Respuesta #537 en: 02 de Septiembre de 2011, 16:08:21 pm »
En los próximos meses vamos a oir muchas tonterías económicas: Se acercan las elecciones generales.

Las tonterías económicas, mezcladas con cierta dosis de demagogia populista, riden grandes réditos electorales a buena parte de nuestros políticos.

Hay un libro "Economía en una lección" de Henry Hazlitt, muy interesante para todos aquellos que no tengan ni idea de macroeconomía, pero que le interese saber cuando un político está diciendo tonterías en la materia.



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Re:Libros interesantes
« Respuesta #538 en: 11 de Septiembre de 2011, 17:41:33 pm »
Estupendo te han dejado solito, no se donde andara Torrombillo, estara con el detective Marlowe, bueno yo te acompaño en lo de los libros. Mi sugerencia una muy sencilla, todos los cuentos de los Ilustrados, Pinocho, Alicia..en fin, a ver quien descifra toda su simbologia..madre mia estos ilustrados cuantos mensajes metian en un simple cuento, que no es tan simple.


Saludos. Anagar.Quien lo descifre que nos lo cuente.
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Re:Libros interesantes
« Respuesta #539 en: 11 de Septiembre de 2011, 20:52:41 pm »
bueno, estos días me estoy leyendo: Bret Easton Ellis - American Psycho (en castellano), un libro bastante duro, que siempre me había costado leer, pero que ahora ando ya un poco más de la mitad avanzado, os pongo un fragmento para que veaís de lo que estoy hablando cuando digo "duro":

Muerte de un perro
Courtney llama, demasiado pasada de Elavil para reunirse conmigo y cenar de modo coherenteen Cranes, el nuevo restaurante de Kitty Oates Sanders en Grammercy Park, donde Jean, misecretaria, nos reservó mesa la semana pasada, y estoy perplejo. Aunque ha tenido excelentesreseñas (una en la revista New York; la otra en The Nation), no me quejo ni convenzo a Courtneypara que cambie de idea, pues tengo dos informes que debo revisar y el programa de Patty Winters de esta mañana grabado, que todavía no he podido ver. Son sesenta minutos sobre mujeres a las que les han hecho mastectomías, lo que a las siete y media, después de desayunar, antes de ir a la oficina, no me veo capaz de soportar, pero después del día de hoy –en la oficina, donde está averiado el aire acondicionado, una comida muy aburrida con Cunningham en Odeon, mis jodidos chinos de la tintorería incapaces de quitar las manchas de sangre de otra chaqueta Soprani, cuatro cintas de vídeo cuya fecha de devolución ha pasado y que terminan por costarme una fortuna, una espera de veinte minutos por el Stairmasters– ya estoy en condiciones; esos acontecimientos me han endurecido y
estoy preparado para entendérmelas con ese asunto concreto.
Dos mil ejercicios abdominales y treinta minutos de saltar a la cuerda en el cuarto de estar, con la máquina de discos Wurlitzer atronando con «The Lions Sleeps Tonight» una y otra vez, aunque hoy he hecho ejercicios en el gimnasio durante cerca de dos horas. Después de esto me visto para ir a comprar algo de comer a D'Agostino: pantalones vaqueros de Armani, un polo blanco, una chaqueta sport de Armani, sin corbata, el pelo peinado hacia atrás con espuma Thompson; como llovizna, un par de zapatos de agua de Manolo Blahnik; tres cuchillos y dos pistolas metidas en un attaché de cuero negro Epi (3.200 dólares) de Louis Vuitton; como hace frío y no me quiero joder la manicura, un par de guantes de piel de ciervo de Armani. Por fin, una trinchera de cuero negro con cinturón, de Gianfranco Ferré, que me costó cuatro mil dólares. Aunque hasta D' Agostino sólo es un paseo, llevo el walkman, con la versión larga de «Wanted Dead or Alive», de Bon Jovi, puesta. Agarro un paraguas de tela escocesa y mango de madera de Gergdorf Goodman, trescientos dólares en rebajas, de un nuevo paragüera del armario de cerca de la entrada y salgo.
Después de la oficina he hecho ejercicio en Xclusive y, una vez en casa, llamadas telefónicas obscenas a las chicas de Dalton, cuyos números elijo del archivo del que robé una copia en el despacho de administración cuando entré la noche del jueves pasado. –Soy un asaltante profesional– he susurrado lascivamente por el teléfono inalámbrico–. Organizo violaciones. ¿Qué te parece? –y he hecho una pausa antes de hacer ruido de chupeteos, gruñidos como de cerdo, y luego pregunto–: ¿Qué te parece, so puta? La mayoría de las veces podría asegurar que estaban asustadas, lo que me ha gustado mucho y me ha permitido mantener una intensa y pulsante erección durante el tiempo que han durado las llamadas telefónicas, hasta que una de las chicas, Hilary Wallace, ha preguntado, impertérrita:
–Papá, ¿eres tú? –y todo el entusiasmo que sentía se ha venido abajo. Vagamente decepcionado, he hecho unas cuantas llamadas más, pero sólo medio animado,
abriendo el correo de hoy mientras las hacía, y al final he colgado en mitad de una frase cuando me he encontrado con una invitación personal de Clifford, el chico que me ayuda en Armani, a una venta privada en la boutique de Madison... ¡dos semanas atrás!, y aunque me he imaginado que uno de los porteros probablemente no admitiría la tarjeta sólo para fastidiarme, eso no eliminaba el hecho de que me había perdido la jodida venta, y lamento esa pérdida mientras camino por Central Park West, entre la Sesenta y seis y la Setenta y cinco, y me duele profundamente que el mundo sea
demasiado a menudo un lugar malo y cruel.
Alguien que es casi exactamente igual que Jason Taylor –pelo negro peinado hacia atrás, abrigo cruzado azul marino de cachemira con cuello de castor, botas negras de cuero Morgan Stanley– pasa debajo de una farola y me saluda con la cabeza mientras yo bajo el volumen del walkman para oírle decir:
–Hola, Kevin. –y me llega una vaharada de Grey Frannel y, sin dejar de andar, vuelvo la cabeza hacia la persona que se parece a Taylor, que podría ser Taylor, preguntándome si éste todavía seguirá saliendo con Shelby Phillips, cuando casi tropiezo con una mendiga tumbada en la calle, despatarrada a la puerta de un restaurante abandonado, un local que abrió Tony McManus hace un par de veranos, llamado Amnesia. Es una mujer negra y loca, que repite las palabras:
–Dinero por favor señor dinero por favor señor –como si se tratase de una especie de canto budista.
Trato de aleccionarla sobre los méritos de conseguir un trabajo –puede que en Complex Odeon, sugiero no sin educación–, dudando en silencio entre si abrir o no el attaché y sacar el cuchillo o la pistola. Pero me fastidia que sea una presa tan fácil y dudo que eso me satisfaga de verdad, de modo que le digo que se vaya al infierno y vuelvo a subir el volumen del walkman justo cuando BonJovi grita: «Todo es igual, sólo han cambiado los nombres...» y continúo, deteniéndome en el cajero automático para sacar trescientos dólares sin ningún motivo en particular, todos en billetes nuevos,
recién impresos, de veinte dólares, y los guardo con mucho cuidado en mi cartera de piel de gacela para que no se arruguen. En Columbus Circle, un contorsionista que lleva una capa impermeable y sombrero de copa, y que habitualmente está en este mismo sitio por la tarde y que se llama a sí mismo El Hombre de Goma, hace su número delante de un pequeño grupo de personas poco interesadas; aunque huelo a presa, y el tipo parece absolutamente merecedor de mi rabia, continúo en busca de una víctima menos fácil. Aunque si hubiera sido un mimo, existirían todas las posibilidades de que ya estuviera muerto.
Carteles descoloridos de Donald Trump en la cubierta de la revista Time tapan los escaparates de otro restaurante abandonado, que se llamaba Palaze, y esto me llena de seguridad. He llegado a D' Agostino y me detengo delante, mirando el interior, y aunque siento un impulso casi insuperable de entrar y recorrer los pasillos entre las estanterías, llenando la cesta con botellas de vinagre balsámico y sal marina, de andar sin rumbo entre las verduras y alimentos frescos, examinando los tonos de color de los pimientos rojos y los pimientos amarillos y los pimientos verdes y los pimientos morados, decidiendo qué sabor, qué forma de galletas de jengibre comprar, tengo ganas de algo más intenso, algo que no sé de antemano lo que es y me dirijo a las calles oscuras y frías de Central Park West y percibo mi cara reflejada en los cristales ahumados de una limusina que está aparcada delante del Café des Artistes, y la boca se me mueve involuntariamente, tengo la lengua más húmeda que de costumbre y los ojos me parpadean incontrolables. A la luz de la farola, mi sombra se destaca claramente en el mojado pavimento y puedo ver mis manos con guantes que se mueven, cerrándose y abriéndose, y tengo que detenerme en mitad de la calle Sesenta y siete para tranquilizarme, pensando en cosas tranquilizadoras: la compra en D' Agostino, una mesa reservada en Dorsia, el nuevo CD de Mike and the Mechanics, y me cuesta mucho esfuerzo vencer las ganas que tengo de ponerme a darme de bofetadas.
Por la calle se me acerca lentamente una locaza vieja que lleva un jersey de cuello alto de cachemira, un pañuelo de cuello escocés de lana y un sombrero de fieltro, y pasea a un sharpei marrón y blanco que avanza husmeando el suelo. Los dos se aproximan a mí, pasan debajo de una de las farolas de la calle, luego de otra, y ya me he tranquilizado lo bastante como para quitarme el walkman y abrir disimuladamente el attaché. Me quedo parado en mitad de un trozo de acera muy estrecho junto a un BMW 320i blanco y la loca del sharpei ahora está a unos pocos metros de mí y
lo miro de arriba abajo: cincuenta y muchos años, rechoncho, con una piel rosa de aspecto obscenamente sano, sin arrugas, y con un absurdo bigote que acentúa sus rasgos femeninos.
También él me mira de arriba abajo con una sonrisa burlona, mientras el sharpei olfatea un árbol y después un cubo de basura que hay cerca del BMW.
–Bonito perro. –Sonrío y me agacho.
El sharpei me mira con desconfianza, luego gruñe.
–Se llama Richard. –El hombre mira fijamente al perro, luego vuelve a mirarme, como pidiendo disculpas, y noto que se siente halagado, no sólo porque me haya fijado en su perro, sino porque me he detenido a hablar con él, y juro que el jodido hijoputa se ha sonrojado y tiene el culo hecho agua dentro de sus horteras pantalones anchos de pana de, supongo, Ralph Lauren.
–Estupendo –le digo, y acaricio suavemente al perro, dejando el attaché en el suelo–. Es un sharpei, ¿verdad?
–No. Shar–pei –dice, ceceando, como nunca lo he oído pronunciar antes.
–¿Shar–pei? –trato de decir del mismo modo que él, sin dejar de acariciar la aterciopelada piel del cuello y lomo del perro.
–No. –Se ríe, coqueteando–. Shar–pei. Con acento en la última sílaba. –Con acento en la úlcima cílaba.
–Bueno, como sea –digo, estirándome y sonriendo juvenilmente–. Es un bonito animal.
–Muchas gracias –dice él, y añade, ezazperado–: Cuestan una fortuna.
–¿De verdad? ¿Por qué? –pregunto, volviendo a agacharme y acariciando el perro–. Hola,Richard. Hola, amiguete.
–No te lo vas a creer –dice–. Fíjate, las bolsas de alrededor de los ojos tienen que operárselas cada dos años, de modo que tenemos que ir hasta Key West, donde hay el único veterinario del que me fío en este mundo, y un cortecito, unos puntos y Richard puede volver a ver perfectamente, ¿verdad, guapo? –Asiente con la cabeza, mientras yo continúo pasando suavemente la mano por el lomo del animal.
–Muy bien –digo–. Tiene un aspecto estupendo.
Hay una pausa durante la que yo miro al perro. Su dueño no deja de mirarme y luego, sin poder evitarlo, tiene que romper el silencio.
–Oye –dice. La verdad es que me molesta preguntártelo.
–Adelante –le animo.
–Dios santo, es tan estúpido –admite, riéndose ahogadamente. Me echo a reír.
–¿Por qué?
–¿Eres modelo? –pregunta, dejando de reír–. Podría jurar que te he visto en una revista o en algún sitio así.
–No, no lo soy –digo, decidiendo no mentir–. Pero me encanta que lo preguntes.
–Bueno, pareces una estrella de cine. –Mueve una fina muñeca, luego añade–: No sé; –y finalmente, cecea lo siguiente (lo juro por Dios) para sí mismo–: Déjalo, idiota, eres una auténtica vergüenza.
Me agacho, como si fuera a coger el attaché, pero debido a que estoy en la sombra, no me ve sacar el cuchillo, el más afilado, con la hoja de sierra, mientras le pregunto cuánto le costó Richard y de comprobar si hay más gente en la calle. Con un rápido movimiento, agarro a perro por el cuello y lo sujeto con el brazo izquierdo, empujándolo contra la farola mientras el animal trata de morderme los guantes, abriendo y cerrando sus fauces, pero como le tengo tan bien cogido por el
cuello no puede ladrar y oigo que mi mano le rompe la tráquea. Aprieto la hoja de sierra contra su estómago y rápidamente sierro un trozo de su tripa sin pelo y sale un chorro de sangre parda, mientras suelta patadas y trata de arañarme, luego salen unos intestinos azules y rojos y dejo al perro en la acera. La loca sigue allí parada, sujetando todavía la correa, y todo ha ocurrido tan deprisa, que está paralizada y me mira con horror, diciendo:
–Dios mío, Dios mío. –Mientras el sharpei se arrastra en círculo, moviendo el rabo, aullando, y se pone a chupar y olfatear el montón de sus propios intestinos, que se derraman formando un montículo en la acera, algunos de ellos todavía sujetos a su estómago, y cuando empieza a padecer los últimos estertores, aún sujeto a la correa, me doy la vuelta hacia su dueño y le empujo hacia atrás enérgicamente, con los guantes ensangrentados, y empiezo a darle cuchillazos al azar en la cara y la cabeza, abriéndole finalmente la garganta de dos breves tajos; un arco de sangre rojo
oscuro baña el BMW 320i blanco aparcado junto al bordillo de la acera, disparando su alarma, mientras cuatro chorros como los de una fuente le salen disparados de debajo de la barbilla. El sonido como de espuma de la sangre. Cae en la acera, agitándose como un loco, mientras la sangre no deja de manar, y yo limpio el cuchillo en su chaqueta y vuelvo a guardarlo en el attaché y empiezo a alejarme, pero para asegurarme de que la jodida loca está muerta de verdad y no lo simula (a veces hacen eso) le disparo con la pistola con silenciador un par de veces en la cara y
luego me marcho, casi resbalando en el charco de sangre que se ha formado junto a su cabeza, y bajo por la calle y salgo de la oscuridad y como en una película me encuentro delante de D' Agostino y las vendedoras me hacen señas para que entre y utilizo un vale caducado para una caja de cereales y la chica del mostrador –negra, estúpida, lenta– no se da cuenta de que ha caducado aunque es lo único que compro, y tengo un breve pero incendiario estremecimiento de placer cuando salgo de la tienda, abro la caja y me meto el cereal a puñados en la boca, mientras silbo «Hip to Be Square» No puedes ver los enlaces. Register or Login al mismo tiempo, y luego abro el paraguas y corro Broadway abajo, luego
Broadway arriba, luego de nuevo hacia abajo, gritando como un poseso, con el abrigo desabrochado volando detrás de mí como una especie de capa.
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