Hombre, Hugo… si pones una noticia, ponla entera, jodío. Y que sepas que en las escuelas de primaria catalanas se dan tantas horas de lengua castellana como de lengua catalana; concretamente, 140 horas; y en las ESO, 6 créditos para cada una; cosa distinta es que otras materias como las matemáticas o la historia se den en catalán. ¿Tiene algo de malo? Pues no sé, supongo que tiene lo mismo de bueno o de malo que impartirlas en castellano; mientras aprendan mates…
Lo que sí parece claro es que si nuestros poderes públicos no intentan proteger un poco la lengua de aquí, tampoco vas a venir tú a protegerla. Ah! y yo en la universidad presencial sólo tuve un profesor que daba las clases en catalán; a pesar de ello tomaba los apuntes en castellano y en esa lengua hacía los exámenes, ya que mi dominio del catalán escrito no es completamente satisfactorio; supongo que será porque por entonces no teníamos tantas horas de catalán en el colegio como de castellano tienen actualmente. Y lo que es más importante: ese profesor no me fusiló por hacer sus exámenes en castellano.
Aquí sigue la noticia de Hugo:
Mas ha asegurado que "la inmensa mayoría de los catalanes no manifiesta ningún problema en el ámbito lingüístico. Rotundamente digo que ni es fuente de conflicto ni quiebra de la convivencia", y además, al término de la educación obligatoria, "se garantiza un conocimiento equivalente del castellano respecto al catalán, y respecto al castellano en el resto de España".
En cualquier caso, quiso dejar claro que "la lengua a proteger en Cataluña es el catalán, guste o no guste, porque es la lengua débil y la lengua perseguida", y las declaraciones del presidente del PP, Mariano Rajoy, en el sentido de que hoy el castellano en Cataluña es como el catalán en la época de Franco suponen "una manifestación asquerosa" y "un insulto".
Y como Rajoy, o miente, o no está enterado de la realidad del catalán en esos años (no sé qué es peor), y además parece que estamos ávidos de noticias, pongo una relativa a las vivencias de esos tiempos de algunos catalanes.
ALFONS RIBERA
BARCELONA
El secretario general del PP, Mariano Rajoy, participó esta semana en Barcelona en la campaña de hostigamiento contra el Estatut y coronó su paso con una manifestación controvertida: "Se está haciendo con el castellano lo que en época de Franco se hizo con el catalán: reducir su uso al ámbito de lo privado".
El líder de ERC, Josep Lluís Carod-Rovira, calificó estas palabras de "discurso fascista", que "manipula la realidad histórica y promueve la confrontación civil". También CiU tildó de fascistas estas declaraciones y añadió que las políticas del PP "están a punto de superar el juego democrático".
Ignorancia culpable
Y es que las palabras de Rajoy representan una distorsión grave de la realidad, cuando no un insulto para toda la población catalana que vivió bajo la dictadura franquista. "Rajoy es un mentiroso y lo sabe. De hecho, utiliza la técnica de Goebbels, de repetir una mentira hasta que parece real. Quizá no conoce mi caso personal, pero seguro que sabe de miles de casos. Y si sus palabras se deben a la ignorancia, es ignorancia culpable". Estas palabras de Jordi Carbonell, que fue director de la Gran Enciclopèdia Catalana y es miembro del Institut d'Estudis Catalans y presidente de ERC, son la contraposición más clara a las intenciones del líder del PP.
Y su experiencia aún lo es más, porque Carbonell es una de las muchas víctimas del franquismo por usar el catalán. "Después de la Assemblea de Montserrat, en diciembre de 1970, nos llamaron a declarar a unos cuantos. Los que lo hicieron en castellano no tuvieron problemas, pero cuando me preguntaron el nombre y les dije Jordi Carbonell, replicaron: 'hable en español'. En ese momento, les dije que hablar catalán era un derecho colectivo y que por consiguiente no podía renunciar a él. Me mandaron al calabozo y el TOP me instruyó diligencias como un peligro para la seguridad interna del Estado", explica.
Peligroso o loco
Luego --añade-- me mandaron a la Modelo, y como seguía hablando en catalán, me encerraron en una celda de castigo, y sólo me sacaron para enviarme a la galería de los peligrosos, junto con los asesinos y los violadores. Me hicieron un juicio en la misma cárcel y al pedirme que hablase castellano les dije que llamasen a un traductor jurado. El juez me mandó al servicio de observación psiquiátrica".
Una situación ésta incomparable con cualquier otro parámetro que no sea el de aquella dictadura que dejó claras sus intenciones desde el primer momento. Porque el general Álvarez Arenas, en el primer bando que emitió al ocupar Barcelona en enero de 1939, decía ya: "Estad seguros catalanes de que vuestro lenguaje en el uso privado y familiar no será perseguido". Se podía hablar catalán en la intimidad.
Cuando el falangista Dionisio Ridruejo, director general de Propaganda, quiso aquel verano repartir pasquines y libros en catalán para aproximar a los vencedores con el pueblo fue obligado a desistir.
Desde el primer momento se prohibió el uso del catalán en la prensa, en la radio, en la edición de libros, en la escuela y en la vida pública. Las librerías fueron saqueadas y vaciadas de libros en catalán, incluyendo los de temas religiosos. Y en los despachos de la Administración había carteles que recordaban la prohibición con grandes letras de molde: Hable la lengua del Imperio. A los niños que se les escapaba alguna frase en catalán en el colegio se les obligaba a lavarse la boca con jabón, mientras que los adultos que eran pillados en tamaña falta eran castigados con multas de 500 pesetas, como, por ejemplo, le pasó a Valerio Llusa, de Valls, en junio de 1939.
El control por parte de los partidarios de la dictadura llegaba al extremo de ejercerlo en la propia vía pública. "Iba con mi madre en el tranvía y me levanté del asiento para andar por el pasillo. Mi madre me llamó diciendo 'Nen, vine', y un personaje sentado a su lado le espetó: 'Señora, no ladre'", cuenta Josep Maria Cadena, periodista y primer director del Avui.
Al acabar la segunda guerra mundial con la derrota del frente faccioso, las cosas empezaron a cambiar tímidamente, aunque durante la década de los 40 el catalán no levantó cabeza y se trasladó a las catacumbas de la clandestinidad. En los años 50, algún programa de radio empezó a soltar palabras sueltas en catalán e incluso una vez al mes se hacía radioteatro con obras de Guimerà o Rusiñol. También se permitió la edición de obras en catalán, siempre que fuera el arcaico, nunca el del Institut d'Estudis Catalans y Pompeu Fabra.
Valentí Castany, que hacía el programa La familia Sucarrats en Radio Barcelona, fue amonestado por decir la palabra llardons (chicharrones) y el gobernador civil Acedo Colunga dijo en 1952: "¿Ustedes creen que hemos hecho la guerra para que el catalán vuelva a ser de uso público?". En 1959, se vivió un episodio reivindicativo, después de que el director de La Vanguardia Luis Galinsoga dijera que "todos los catalanes son una caca", tras asistir a una misa en la que la homilía se dijo en catalán. La reacción popular forzó la destitución del hombre impuesto por Serrano Suñer en la dirección del diario del conde de Godó.
Unos meses después, y ante la aparición de la revista Serra d'Or, editada por la abadía de Montserrat, un semanario español escribía: "No debemos consentir que Serra d'Or, al amparo del símbolo más sagrado para los catalanes, sea una trinchera pestífera desde la que se pretende infectar el alma de España".
Laxitud con la poesía
Durante esa época, hubo una cierta laxitud con libros minoritarios, como los de poesía, como reconocía Salvador Espriu, al decir que abandonó la prosa durante el franquismo porque con el verso era más fácil publicar. El catalán regresó a la prensa en los años 60 a través de las esquelas y la lengua vivió un impulso con el fenómeno de la Nova Cançó, que tuvo dos espaldarazos: Raimon y Salomé ganaron en 1963 el Festival del Mediterráneo con Se'n va anar, lo que representó la desaparición del evento, y en 1968 Joan Manuel Serrat fue vetado en TVE y prohibidas sus canciones por querer cantar el La, la, la de Eurovisión en catalán.
Hasta la muerte del dictador en 1975, el catalán no recuperó el mínimo espacio social, a pesar de los esfuerzos y triquiñuelas de todo tipo que no sólo permitieron su cultivo en el seno familiar, como querían los franquistas, sino que salió a la luz de mil maneras, a veces ingeniosas y a veces valientes, como la de Jordi Carbonell.
Durante los primeros años 70 la radio había ganado unos espacios para la lengua que la prensa no recuperó hasta que Mundo Diario publicó una página en catalán bajo el epígrafe Catalunya endins. Incluso después de la muerte del dictador hubo reductos intransigentes, como los notarios y registradores, que lograron que se aprobara un texto restrictivo para el catalán en el apartado que se refiere a ellos en el Estatut de 1979.
Un largo camino de represión, persecución y resistencia que Rajoy parece desconocer, cuando es del dominio público y existen libros como Catalunya sota el règim franquista, de Josep Benet, y Catalanofòbia, el pensament anticatalà a través de la historia, del recientemente fallecido Francesc Ferrer Gironès, que explican amplia y documentadamente ese lamentable vacío cultural del líder del PP.