“Caían muertos a los pies de una, solo muerte, muerte, muerte. No dormíamos, no comíamos, las mujeres corrían con los niños en brazos y cada uno tiraba por donde podía. Eso hay que vivirlo”, recuerda María. Entre el 70% y el 80% de la población de los pueblos de Málaga huyó de los bombardeos; municipios como Casares se quedaron vacíos. “La mayor parte de la población no llegó a Almería”, cuenta Lucía Prieto, profesora en el departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga. “Es el éxodo de más largo recorrido de la población civil, el mayor paso de refugiados”, afirma. Los huídos trataban de escapar de los bombardeos que se sucedían desde enero por la costa de oeste a este. El miedo colectivo a las tropas marroquíes que luchaban con Franco espoleó a los escapados: “Las mujeres temían ser violadas, a algunas les cortaban las orejas”, cuenta Prieto.
Al principio de la ruta, poco después de salir de Málaga, surgieron las fragatas Baleares y Canarias. Los refugiados pensaron inicialmente que venían a proteger su retirada, pero pronto descubrieron su error: los buques de guerra comenzaron a cañonearles sin piedad.
Entre 100.000 y 150.000 personas salieron de Málaga hacia Almería por la ruta de la costa. Fue la llamada desbandá. Gente que huía de la miseria y del hambre que traía la guerra, pero también escapaba del asedio de la aviación alemana, de los disparos de los barcos italianos y la marina de guerra franquista, y de la metralla que caía desde los montes.
Saber con precisión cuánta gente murió es imposible, aunque algunas fuentes hablan de entre 5.000 y 7.500 personas. Muchos cadáveres acabaron en fosas comunes o se los llevó el río Guadalfeo.
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