El musulmán y yo, Palangana, somos políticamente, algo así como esto:
Yo voy tranquilamente por la Gran Vía intoxicándome con un bocata de chorizo: no es muy sano, pero en fin...
Y el musulmán viene por Alcalá, nos encontramos en la esquina y el musulmán me coge el bocata, y me lo tira a la basura en nombre de su religión que me lo prohíbe.
Todavía no hemos llegado a ese extremo, pero vamos por ese camino.
El musulmán pugnará para que yo no pueda comerme el bocata de chorizo, hará todo lo posible por boicotearme ese derecho que tengo, presionará a sus lobbies para que a su vez, presionen a los políticos para que hagan una ley lo más parecida posible a la Sharia.
Entonces, en la medida en que su religión es enemiga de mis derechos, yo soy enemigo de los musulmanes.
Me dirás entonces que las escrituras del AT también pugnan contra esos derechos que yo tengo, sí, pero en este momento, los que pugnan de manera más tenaz y encarnizada contra esos derechos y a favor de establecer una teocracia, son los musulmanes.
Y soy el primero que dice que ni en Irak ni en Afganistán se nos ha perdido nada, pero entiéndeme que me declare políticamente enemigo irreconciliable de todo aquel que pretenda boicotear mis derechos y mis intereses legítimos, porque quien eso hace es un malaje y un indeseable, de quien necesariamente tendré que defenderme.
Por ejemplo, los Mormones me parecen divertidos y su credo me puede parecer todo lo esperpéntico que quieras y todo eso. Pero, de momento, ni se han cruzado en mi camino, ni parece que vayan a hacerlo, ni son aparentemente una amenaza para mis derechos y mis intereses legítimos.
¿Tiene este razonamiento algo que ver con el hecho de que sean o no de otra raza o de otra nacionalidad? ¡No! Luego, en ello no hay ni racismo, ni xenofobia.