¿En qué consiste el primado del Papa?
El Papa es la más alta autoridad de la Iglesia, como vicario de Cristo. Tiene esta potestad por ser sucesor de san Pedro, a quien Jesucristo confirió la primacía entre los apóstoles (cfr. Mt 16, 13-19). La Iglesia, ya desde los inicios y cada vez con mayor claridad, ha comprendido que (...) el ministerio de la unidad, encomendado a Pedro, pertenece a la estructura perenne de la Iglesia de Cristo".
Por tanto, la fe católica sostiene que este primado no es una institución humana, a diferencia de las formas de organización eclesiástica creadas en distintas épocas (patriarcados, conferencias episcopales, etc.).
El Papa tiene una verdadera potestad, no una simple autoridad moral. El Romano Pontífice posee, como supremo pastor y doctor de la Iglesia, la potestad de jurisdicción suprema, plena y universal, ordinaria e inmediata, sobre todos y cada uno de los pastores y fieles". Así lo declaró el Concilio Vaticano I en 1870, repitiendo el magisterio anterior, en particular el Concilio de Florencia (s. XV).
Lo mismo reiteró luego el Concilio Vaticano II en la constitución "Lumen gentium". El Papa no es "el primero entre iguales", como ocurre con el Arzobispo de Canterbury entre los anglicanos, que no tiene jurisdicción fuera de su diócesis; ni tampoco se limita a un primado de honor, como el del Patriarca de Constantinopla entre las iglesias autónomas ortodoxas.
Por tanto, la suprema autoridad del Papa es propia; no deriva de ninguna otra fuera de la de Cristo; no es por delegación de nadie.
Entonces, ¿el Papa es como un monarca absoluto?
Su poder no es equiparable al de un líder civil: El primado difiere en su esencia y en su ejercicio de los oficios de gobierno vigentes en las sociedades humanas: no es un oficio de coordinación o de presidencia, ni se reduce a un primado de honor, ni puede concebirse como una monarquía de tipo político.
La potestad del Papa no es un poder absoluto: El Romano Pontífice, como todos los fieles, está subordinado a la palabra de Dios, a la fe católica, y es garante de la obediencia de la Iglesia y, en este sentido, ‘servus servorum, siervo de los siervos de Dios.
El ejercicio de su autoridad no se basa en decisiones arbitrarias, sino que deben responder a la razón de ser y a la finalidad de su ministerio de comunión en la Iglesia.
Esta potestad suprema es una ausencia de subordinación respecto de cualquier otra instancia eclesiástica o civil, no una independencia absoluta. Así, el Papa no puede cambiar el depósito de la fe. Por ejemplo, el Papa Juan Pablo II en 1994 confirmó solemnemente que las mujeres no pueden acceder al sacerdocio. No dijo que no permitiría la ordenación de mujeres, sino que no tenía poder para hacerlo. Se remitió a la tradición unánime de la Iglesia, que siempre ha considerado esa doctrina como recibida de Cristo y por tanto irreformable.
¡VIVA EL PAPA!