Siento pena por mi Iglesia, a la que tan orgullosamente pertenezco y quiero. Siento pena por tan feroces y constantes ataques, magnificados en gran medida por muchos, ante los abusos (injustificables es verdad) de sacerdotes pederastas. Y me puse a meditar sobre estos escándalos, porque desde el principio percibí dentro de ellos una incomprensible injusticia, saña y hasta odio, para esta Iglesia que tanto bien ha hecho a la humanidad en sus 2000 años de servicio y de entrega al hombre.
Yo tengo hermanos sacerdotes, muchos sacerdotes amigos y conocidos de toda mi vida, de los que siempre he admirado sus virtudes, su sacrificio y entrega total. Y supongo que ellos ahora no defienden a la institución que pertenecen, ni a su vocación religiosa, ni a su celibato, porque se sienten demasiado dolidos y avergonzados por la avalancha de tan virulentos ataques. Pero yo no soy cura ni pertenezco a ninguna orden religiosa, por lo que aunque aludido como cristiano, me he sentido obligado a defender a los que no dicen nada y prefieren agachar la cabeza y callar.
Comenzaré recordándole a tantos críticos que, ninguna otra institución en estos veinte siglos ha hecho tanto por la civilización como la Iglesia, y luego descender a exponer la realidad concreta de los curas pederastas. Es verdad que también la atacan por defender la vida desde su concepción, la vida de hombres y mujeres, nacidos y no nacidos (recordemos que la mitad de los no nacidos son mujeres). Pero como en otras ocasiones he escrito sobre el aborto, hoy me referiré a los aportes de la Iglesia en la historia, y a los sacerdotes pederastas.
Comencemos estableciendo lo que todos los historiadores serios reconocen: que la Iglesia católica fue —nada menos— ¡la constructora de nuestra civilización occidental! Para los que no lo sabían o ya lo olvidaron, les recuerdo que la ciencia moderna nació de la Iglesia; ella inventó las universidades: de hecho, por muchos siglos se encargó de todo lo que era educación y salud; administraba todos los colegios, hospicios y hospitales, y todo un sistema mundial de caridad; instituyó las leyes de convivencia internacional; la ética y la moral; preservó e hizo florecer la cultura y las artes, la música y la arquitectura, entre otras muchas cosas. La Iglesia católica humanizó al mundo imponiendo lo sagrado de toda vida humana. Pero además de todo eso, no puedo dejar de mencionar sus beneficios espirituales para tantos millones de personas que hemos creído en su mensaje salvador originado directamente de su fundador mi Señor Jesucristo; y de todo lo recibido —en buena medida— mediante sus sacerdotes.
En los últimos cincuenta años prácticamente todos los historiadores de las ciencias —incluyendo a A.C.Crombie, David Lindberg, Edward Grant, Stanley Jaki, Thomas Goldstein, y J. L. Heilbron— han reconocido que la Revolución Científica se debe a la Iglesia, que produjo científicos, sacerdotes muchos de ellos. Por ejemplo, al Padre Nicholas Steno, frecuentemente se le identifica como el padre de la geología. El padre de la Egiptología fue el Padre Athanasius Kircher. La primera persona que midió la aceleración de un cuerpo que cae libremente fue otro sacerdote, el Padre Giambattista Riccioli. Al padre Roger Boscovich se le acredita como el padre de la teoría atómica moderna. Y a la sismología se le llegó conocer como la “ciencia jesuítica”. Treinta y cinco cráteres de la luna fueron “bautizados” por científicos y matemáticos jesuitas. J.L.Heilbron de la Universidad de Berkeley, acaba de declarar que “La Iglesia Católica por seis siglos aportó, más que nadie, ayuda financiera y apoyo social al estudio de la astronomía”.
Y aunque la importancia de la tradición monástica ha sido ampliamente reconocida (todos saben que los benedictinos —entre otros monjes católicos— preservaron la literatura heredada del mundo antiguo y la propia literatura), se ignora la magnitud de la obra de los monjes. (Reginald Gregoire, Leo Moulin, and Raymond Oursel, The Monastic Realm (New York: Rizzoli, 1985), 277.
Lamentablemente no tengo espacio para referirme al aporte de la Iglesia a los demás campos antes señalados, como el de las artes. Menos mal que son los más evidentes.
Sin embargo, ¡es tan distinto lo que oímos de la Iglesia en tantos lugares! que podría sintetizarlo citando lo que una vez leí de Philip Jenkins, un eminente profesor de historia y religión de la Universidad de Penssylvania, quien con toda razón dijo que el “anti-catolicismo” era ya el único prejuicio que quedaba en los Estados Unidos. Y añadía que para muchos el catolicismo era sinónimo de ignorancia, atraso y represión.
Por supuesto que la civilización no proviene solo del catolicismo. No podemos negar la importancia de la Grecia y Roma antigua y el aporte germánico que extendieron la civilización. Tampoco puede sostener ningún católico serio que sus jerarcas religiosos actuaron correctamente en todas las decisiones que tomaron. Por el contrario, los católicos distinguimos entre la santidad de la Iglesia como una institución guiada por el Espíritu Santo y la inevitable naturaleza pecadora de los hombres, incluyendo a los que sirven a la Iglesia.
Ahora me referiré al problema de los curas pederastas. Las noticias nos hacen creer que hay millones de sacerdotes pederastas. Y lo que descubrí es que se han recibido en todo el mundo 3,000 casos concernientes a delitos cometidos en los últimos 50 años. No son millones, pero admito que son muchos. Son 60 casos cada año.
Cinco sacerdotes acusados de pederastia cada mes es una cifra escandalosa, pero... analicemos los demás datos que nos dio el obispo fiscal de estos escándalos, Monseñor Scicluna: El 60% de los casos reportados, pudieron comprobarse que no se trataba de actos de pederastia, sino que fueron actos de “efebofilia” realizados con muchachos mayores de 18 años, que se supone ya son plenamente conscientes y están de acuerdo con lo que está sucediendo. No es que sea algo bueno, es totalmente condenable, pero quedó claro que estos 1,800 sacerdotes cometieron actos homosexuales, pero no eran curas pederastas. También se averiguó, que en el 30% de los 3,000 casos reportados pudieron comprobar que se había tratado de relaciones heterosexuales realizadas con mujeres mayores de 18 años. Estos 900 sacerdotes ciertamente hicieron algo muy malo, pero no eran curas pederastas.
Quitando esos 60% + 30% de los 3,000, nos quedan solamente 300 casos de “sacerdotes acusados de pederastia” en 50 años. Que aparezca un cura pederasta cada dos meses sigue siendo una cifra grande para la santidad que todos los católicos esperamos del 100% de nuestros sacerdotes, pero es un porcentaje bien chiquito en comparación al porcentaje de los pederastas que no son sacerdotes.
Pero continuemos con los números de Mons. Scicluna. Hasta ahora nos quedaban 300 casos de sacerdotes acusados de pederastia en los últimos 50 años. ¿Pero fueron todos ellos (los 300) realmente culpables del delito del que los acusaron?
Mons. Scicluna nos dice que, de los 300 sacerdotes acusados de pederastia:
60 (el 20%) pasaron por un proceso penal o administrativo (ver cánones 1717-1728 del CIC) en las diócesis de procedencia, bajo la supervisión de la CDF. 180 sacerdotes (el 60%) no fueron sometidos a ningún proceso penal o administrativo por su edad avanzada (se trataba de sacerdotes muy ancianos). Simplemente se decidió eximirlos del proceso (que hubiera implicado audiencias, careos, pruebas, coartadas, testigos, abogados, etc.) e imponerles directamente (sin haber sido procesados) algunas normas disciplinarias, como la obligación de no celebrar misa con los fieles, de no confesar y de llevar una vida retirada. No hubo para ellos ni absolución ni condena formal. Sin embargo, 30 (el 10%) fueron casos particularmente graves, con pruebas abrumadoras, en los que el Santo Padre autorizó un decreto suspendiéndolos del estado clerical. Así que, al final, de los 300 acusados de pederastia en los últimos 50 años, nos quedamos con 60 que se comprobaron culpables, 60 que están siendo procesados en sus diócesis y 180 ancianos, que nunca sabremos si fueron culpables o no, pues no fueron sometidos al proceso penal. Ahora bien, en contraste con esos números, en el programa televisivo norteamericano “20 minutos” recientemente se difundió la noticia de la detención de 500 ciudadanos laicos implicados en una red de pederastia. Y de más de 9,700 implicados en la pederastia de 1997 al 2005 en una investigación legal posterior.
Puede verse con toda claridad, que aunque no justificamos ni mucho menos, la pederastia en los sacerdotes, este mal es muchísimo más comunes entre los “no-sacerdotes” que entre los sacerdotes.

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